Su hija ha terminado bachillerato y se ha presentado a las pruebas de acceso a la universidad. Su nota ha sido mediocre, en comparación con las antiguas notas, y risible en la actualidad; aunque ha aprobado, faltaría más. Le pregunto a la madre por tan malas notas, y me dijo que a ella no le extrañaba. Que su hija estudiaba muchísimo y se esforzaba, sí, pero que las Matemáticas y la Física, que no le entraban. Y no le extrañaba, porque ella, la madre, había estado estudiando con ella, la hija, durante el curso (la madre es ingeniera y la hija es hija única), intentando explicarle los problemas, las fórmulas, los razonamientos que llevan a las soluciones, todo en general, y se daba cuenta de que no. De que su hija no.
—Es que les enseñan a resolver problemas, ella se estudia los cinco o seis ejercicios que tiene de cada problema, y sin embargo a la que le meten un ejercicio que combina cosas de dos problemas se queda en blanco, no sabe resolverlo.
Claro, venga la moza a estudiarse los ejercicios, a echarle horas, pero los aprende como un papagayo y a la que tiene que razonar, inferir, simplificar, crear similitudes, es incapaz.
—Pero a mí lo que me molesta —sigue contándome— es lo de las notas: les hinchan las notas. Yo a ella, en el mejor de mis días le pondría un 5, y eso por valorar lo mucho que se esfuerza... ¡y saca un 8,5! ¡Tenía una media, en el bachillerato, de 8,3! Les están haciendo creer que van bien, que están aprendiendo, y cuando llega el momento de la verdad se estampan.
La moza, por cierto, iba a un instituto público.