lunes, 11 de julio de 2022

El verano que leeré a Cicerón

https://www.youtube.com/watch?v=V0O0nzkESTI 

 

 

Este verano pienso leer a Cicerón. El relato de la conjuración de Catilina. Lo cierto es que leí el relato de la historia siendo niño (no joven: niño), pero entonces no supe apreciarlo: me quedé con la, a pesar de su iniquidad, bravura de Catilina y sus fieles, pues todos murieron con las heridas de frente. Y ahora creo que ya estoy preparado.

¿Qué clase de infancia tuve, se preguntarán ustedes? ¡Leer a Cicerón de niño y presumir de ello! No, no fue así en realidad.

En primer lugar, he de decir que tuve una infancia feliz. Ocurre, sin embargo (o como causa, no sé) que en aquella época los niños teníamos mucho tiempo libre. La oferta televisiva era reducida, y lo habitual es que un niño viera un único programa al día; los fines de semana más, porque había televisión por la mañana y por la tarde echaban una película; también habría dibujos animados después de comer, y en general las tardes de los sábados y domingos era de programación infantil. Pero en general la televisión no era el entretenimiento habitual de los niños. Piénsese que no habiendo grabadores de vídeo, o gustaba lo que ponían entonces o nada. Tampoco lo era la radio: había muy pocas emisoras, con una programación nada atractiva para los chavales (no para mi abuela: imposible perderse el serial de la tarde de Radio Nacional). Y no sólo había pocas emisoras: había pocos receptores. Radios, en una casa, acostumbraba a haber una. Y no era para que jugaran los niños.

Oír música, por descontado, tampoco: las casas que tenían tocadiscos lo tenían en el salón, y de nuevo: no era para los niños.

Y como no había maquinitas de videojuegos, las opciones reales de entretenimiento eran dos: jugar o leer. Ir al cine no era habitual, al circo realmente excepcional.

La verdad es que los días eran muy largos, así que había tiempo para todo: para ver un poco la televisión, para jugar y para leer. Y yo leí mucho.

El segundo dato es que los niños lectores leen mucho y acaban devorando todo lo que cae en sus manos. Entre el verano de los seis años y el de los 7 cayó la colección de Los Cinco; a los ocho Los tres investigadores y los Hollister; a los 9 las novelas de detectives (Jan), y a los 10 empecé con las novelas de Salgari, pero de Salgari creo que hablaré otro día. Hace poco he leído un artículo de prensa en el que el periodista opina (por su experiencia) que si los niños aprenden a leer muy pequeños (digamos 3 ó 4 años), y leen las cosas infantiles cuando son infantes, luego avanzan mucho más en sus lecturas que cuando los niños empiezan a juntar palabras con 5 y con 6 justo les llega para leer textos básicos. Bien, el mío fue un caso de los primeros, precoz para los parámetros actuales pero frecuente en mi tiempo. Ya ven, fui fruto de esa educación de la que tantas pestes echan los pedagogos actuales, y ellos sí que saben; lo digo, para que entiendan que no fui yo, es que me educaron así.

Y que antes leíamos más de niños lo aportaré con 3 datos:

- El primero: leía las novelas de Jan porque aquel curso le regalé por su cumpleaños a un compañero de clase un lote de novelas de Jan. O quizá ya había leído algunas para entonces, da igual. Lo importante es que con 9 años, a un compañero en su fiesta de cumpleaños le regalé libros de detectives. Ese compañero era un zote estudiando y un as del fútbol en el patio. Y también leía.

- El segundo: leía las novelas de Salgari porque un compañero de clase con el que compartía trayecto de autobús las leía, y aprovechábamos esos trayectos para leerlas juntos. Ese compañero se defendía en clase, y no era bueno al fútbol en el patio. Con 10 años, leía novelas de Salgari como un poseso, y era porque igual que yo ya había agotado los pasos previos.

- El tercero: los de mi edad, cuando hablamos del tema, nos encontramos en que casi todos leímos esas novelas u otras del estilo, sean Las aventuras de Guillermo, Los siete secretos,... Aunque, he de confesarles, esto suele guardarse en secreto, sólo para los momentos en los que sabemos que todos los presentes estamos en el ajo; para todos los demás, leíamos El capitán Trueno, El jabato, Roberto Alcázar y Pedrín, y demás tebeos: ni bajo tortura confesaremos que leíamos libros infantiles. 

En fin. Probablemente no lea a Cicerón tampoco este verano (la verdad: escribí este artículo al inicio del verano del año pasado, y ya ven). Pero mi conclusión esta vez es que la afición a la lectura se ha de cultivar desde muy pequeñito, no vale querer que se aficionen ya creciditos. No hay que quejarse que los adolescentes no lean (no digo ya los jóvenes), si a los seis ya no eran ávidos lectores. Que no son los chavales de 12 años los que han de devorar las historias de Mortadelo y Filemón, sino los niños de 6 y de 7. Corren el riesgo de que les salgan como yo, pero aun así les aconsejo intentarlo.

 

 

 

P.S.: me explica mi hermano que Cicerón es el autor de las Catilinarias ("¿Hasta cuando, Catilina, abusarás de nuestra paciencia...?"), pero que la historia de la conjuración la escribió Salustio. Que Cicerón es infumable, pero que Salustio es muy ameno y entra solo. Anotado queda. Yo tenía más a Salustio por la guerra de Yugurta, pero visto que sí, y que además él estaba allí (una garantía), cambio mi declaración: Salustio.

 

 

 

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