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En cierta ocasión me bañé en el mar Báltico, y la playa no era de arena, sino de hierba. Y había árboles suficientes para estar a su sombra, si se quisiera. Pero por lo general las playas las asociamos a la arena. Y en España esa arena, en verano, arde. Todos tenemos vívidos recuerdos de nosotros mismos intentando recorrer los metros que había entre la zona cercana al agua, de suelo fresco, y lo que hubiera más allá de la arena, y de esos 100, 200 ó 300 m en los que el calor de la arena nos quemaba los pies. Porque todos hemos sido niños, y es natural en los niños el no hacer caso a los mayores y no ponerse las chancletas, las sandalias o el calzado que sea, e intentar cruzar el desierto descalzos. El niño no aprende de la experiencia del día anterior, y como donde empieza su caminata no le arden los pies, cree siempre que no le van a arder. Y cuando es joven y lo recuerda, siempre cree que esta vez sí lo aguantará, que no será para tanto.
Una observación importante: en las últimas décadas se han construido, en multitud de playas, un camino de madera que acostumbra a llegar hasta más o menos la mitad de la franja de arena. No se puede enlosar toda la playa, claro, pero estos entablados reducen el suplicio pedestre a la mitad; algo es algo. También es señal de que nos hemos vuelto más sibaritas y nos sobra el dinero (o lo gastamos de modo equivocado), pues asombra que mejorar esos accesos sean una prioridad.
Vivo cerca de colegios. Veo, por la mañana y por las tardes, a muchos padres (y madres) acompañando a sus hijos. Muchos de los adultos llevan, ellos, las mochilas de los niños. Me argumentarán que las mochilas pesan mucho para los pequeños, que a ellos en cambio no les cuesta, que pobrecitos su espalda, cosas así. También veo a padres (madres) empujando las sillitas en las que llevan a sus niños y algunos de esos niños parece que van a presentarles a sus novias. Les esperan en la puerta del colegio, y lo primero es ofrecerles la merienda. ¿No pueden esperar los chavales a llegar a sus casas? Y esas meriendas: pocas veces es un bocadillo de pan que haya que morder. Plegándose, sin duda, a los deseos de sus hijos.
Ya no se ven niños con las rodillas o los codos magullados por las caídas en bici o patinando: van con protecciones, casco, rodilleras. No sea que se hagan daño. Ya solo pueden trepar a los árboles con un arnés de seguridad y enganchados a una línea de vida. Para saltar en un charco necesitan una autorización previa firmada por sus padres, y además no se les puede dejar solos, han de estar siempre con la vigilancia de un adulto.
En las últimas décadas se ha impuesto, como criterio de educación, que los padres (pero también la sociedad) hemos de hacer todo lo posible para que nuestros hijos no se quemen los pies en la arena de la playa. La pregunta que nos tenemos que hacer es si esta actitud es positiva. O, por el contrario, si no les estamos haciendo ningún favor. En mi opinión, son los niños los que deben llevar sus propias mochilas. Y espabilarse y aprender a aguantar el caminar. Y a contenerse, a esperar, no todo puede ser inmediato. Han de llevar sus platos y vasos a la cocina, echar la ropa sucia al cesto, ordenar su habitación, ser responsable de sus cosas. Entiendo que los padres no quieran que sus hijos sufran, y pueden discutirme que no ven el valor educativo de que el niño acarree una mochila o se haga una herida si se cae de la bici. ¿Cómo explicarles que todas esas adversidades, que en realidad no son, sabemos los adultos, más que minucias sin importancia, son las que les prepararán para afrontar las verdaderas? ¿Cómo explicarles que una sociedad cuyos miembros no están preparados para afrontar las adversidades personales no está (la sociedad) preparada para afrontar las adversidades globales? ¿Cómo explicarles que una sociedad que no sabe afrontar la adversidad se convierte en una sociedad decadente? ¿Cómo explicarles que están educando decadentes? No se puede. Ya vivimos en una sociedad decadente, ya somos todos unos decadentes.
Y, sobre todo, que no nos falte la botellita de agua al lado. No sea que en algún momento tengamos sed.
John Denver - Thank God I'm a country boy (versión de Home Free)