martes, 26 de octubre de 2021

El reglamentista

 https://www.youtube.com/watch?v=xsOwumN3utE

 

 

En las fábricas suele haber personas de todo pelaje. Los meticulosos por lo normal acaban en Calidad, pero no son mala gente. Los malos son los que siguen los reglamentos a rajatabla. Y estos van a Seguridad Laboral. Con el tiempo, los reglamentistas aprenden a no ser tan estrictos; a no seguir las normas a rajatabla, y entonces se convierten en personas útiles, que aportan, que localizan problemas en los que nadie ha pensado y que aportan soluciones. Pero hasta que esto ocurre, son la peor pesadilla de un ingeniero.

Con un reglamentista no se puede discutir sobre el reglamento. Lo dice, y punto. La razón es que la seguridad es lo primero, cómo no va a serlo. Hemos de volver todos sanos y salvos, y la mejor manera es no ponernos a ninguno en ninguna situación arriesgada. Lo que pasa es que esto no es cierto. La seguridad no es lo primero. Cuando uno sale a cazar mamuts, lo primero no es la seguridad. Lo primero es cazar el mamut, y luego si lo conseguimos con los mínimos riesgos mejor que mejor. Ahora bien, eso no lo dice el reglamento. El reglamento no dice que la seguridad es lo segundo y lo primero es hacer lo que se pretende hacer, faltaría más. Y hace bien, porque de lo contrario se trabajaría sin seguridad "porque lo importante es trabajar, y no tenemos medios para la seguridad así que hagamos el trabajo con riesgos". Dicho esto, las cosas hay que ponderarlas, y hay más cosas que tener en cuenta además de la seguridad. Y si estas cosas tienen en ese momento más importancia deben prevalecer: por ejemplo, es probable que en un incendio usted opte por dejar a un lado la seguridad, pongamos por caso que su hijo está durmiendo en la habitación de al lado: usted no va a evacuar el edificio sin antes asegurarse de que su hijo también lo hace. Igualmente decide correr riesgos en su paseo por la montaña, o en un viaje por carretera en moto... No voy a hacer una relación de casos en los que hay que dejar la seguridad a un lado, pero los hay.

Volvamos un momento al ejemplo del vehículo: ni el reglamentista se compra un tractor, y eso que el tractor es un vehículo mucho más seguro que un coche o que una moto. Lo que ocurre es que el coche y la moto, conducidos con prudencia, son vehículos razonablemente seguros. No tan seguros como el John Deere, pero ya nos parece bien. 

Pues esto el reglamentista no lo entiende. El reglamento se ha de cumplir a rajatabla, y no se puede uno saltar ningún artículo. Con el tiempo, ya digo, aprenden que sí, que en cada situación ha de intentar aplicarse el reglamento al máximo, pero si algo no se cumple y sin embargo se ve claro que es soslayable, pues se soslaya y no pasa nada.

Pondré un ejemplo: un arnés ha de tener dos puntos de enganche. Así, cuando uno llega al final de una línea de seguridad y ha de engancharse a la siguiente, puede hacerlo estando siempre enganchado a alguna. Si sólo tuviera un punto de enganche, en el momento de desengancharse y engancharse a la siguiente estaría en riesgo. Pero ¿y si el desenganche se puede hacer en un punto sin riesgo? Aunque la norma exigiera dos puntos de enganche, un arnés con uno sería suficiente. Voy a hacer una comparación con la vida real.

Imaginemos que la ley dice que los menores de 12 años han de ir de la mano de un adulto por la calle. Ya saben, la seguridad ante todo. El reglamentista exigiría que siempre fueran dos adultos, con el niño dando una mano a cada uno. Porque imaginemos que el adulto necesita las dos manos: para sacar la llaves del bolso, para contestar al teléfono (algo que no sé si el reglamentista permitiría si el adulto está solo con un niño), o para sacar un pañuelo con el que limpiarle los mocos al mocoso. Pues bien, en ese momento el niño estaría suelto, y eso no está permitido. Por lo que la única solución es que haya dos adultos por niño. Está claro, ¿no?

Otra cosa que tampoco permitiría el reglamentista es que se soltara al niño antes de los 12 años.: lo dice el reglamento. No importan las circunstancias. Y ningún niño podría jamás abrazar a sus abuelos en la calle, porque una de las manos debería tenerla sujeta por el adulto. ¿Ridículo? Nos ha pasado, con las mascarillas y el covid-19: hubo una temporada en que se quería meter en la cárcel a quien no la tuviera puesta en el exterior, no importa que la persona más cercana estuviera a 50 km. Si reflexionan, recordarán situaciones en las que se han tenido comportamientos "por la seguridad" increíbles si no supiéramos la paranoia que nos invadió (a mí en realidad no, pero no quería ir a la cárcel). ¡Por amor de Dios, nos tuvieron 98 días sin poder salir de casa por si nos contagiábamos!

En el fondo, se trata de saber cuándo se puede hacer la vista gorda. ¿Cuántas veces nos ha ocurrido "no se podía, pero al final me han dejado"? O "le expliqué lo que nos había pasado, y al final..." o "me faltaba algo (una firma, un sello, un papel, una fotocopia) pero me lo han hecho igual". Sin embargo, con un reglamentista ni nos dejarían ni nos lo harían. Faltaría un sello, una firma, un papel, una fotocopia. O una esquina de la entrada, o caducó ayer o lo que sea.

Y, ya digo, no les guardo rencor. Son jóvenes, lo que les pasa es que aún no saben cuándo no ser tan estrictos. Ya aprenderán, me digo.

Pero estos días me las he tenido con unos cuantos jóvenes. Y ha sido un dolor. No importa que seamos ingenieros con experiencia, que analicemos la situación (de la que por cierto nos responsabilizamos) y que opinemos que tal o cual artículo no se va a cumplir pero que no debe importar: el reglamentista dirá que nones, y que no se hace la actuación. Lo más curioso es que en la misma semana me han pedido la misma actuación, un examen de una cubierta por debajo, en tres sitios distintos. En el primero fue por hacerle un favor a un colega, que no tenía tiempo. Ganó el reglamentista, pero no pienso repetir con esa gente por nada. En el segundo, en que olí que el reglamentista iba a ser como el primero lo dejé correr y les dije que no. Y en el tercero lo que hice fue explicarle al ingeniero mi postura, que o flexibilizaban o nada, y como les interesaba que lo hiciera yo hablaron con su reglamentista y le hicieron entrar en razón. A fin de cuentas, sé que a los niños hay que llevarlos cogidos de la mano, pero en el paseo que vamos a hacer sé que puedo soltarlos. 

Lo malo de la seguridad es que no se puede discutir. Es lo más importante, sin seguridad no se hace. Lo que pasa es que los reglamentistas confunden seguridad con reglamento, y no hay manera de convencerles de que a veces el reglamento exagera.

 

 

Johann y Josef Strauss - Polka pizzicato