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Hacía muchos años que no iba, y fui. La obra estuvo bien, aunque un poco austera para mi gusto: solo dos actores, una actriz y un actor (aunque la actriz era de renombre, Cayetana Guillén Cuervo; pero no me entusiasmó). Decorado minimalista, una caja de madera abierta por el frontal, con un televisor gigante como pared trasera, que servía para ambientar, situar, explicar cosas, etc., y ya está. Nada más. Pocas luces, unos focos para iluminar a los actores.
Imagino que el teatro moderno es eso. Mucha coreografía, los dos actores, en determinados momentos se movían de forma marcada, como interpretando un ballet entre ellos, y ese ballet tenía que contribuir a expresar la tensión entre ambos. Y una obra en un único acto, lo que me sorprendió; estaba acostumbrado a que las obras de teatro tuvieran varios actos, cuadros incluso. Pero no: los dos actores salieron, dialogaron entre ellos y eso fue todo. Fin de la obra.
¿Por qué no había apenas jóvenes entre los espectadores? Se me ocurren varias razones.
En primer lugar, no fue un espectáculo espectacular. Cuando uno va a una obra de teatro... bien, se supone que es un espectáculo grandioso. Sin llegar al nivel de las óperas, pero vestuario, actores entrando y saliendo, decorados trabajados, todas las cosas que enfrascan al espectador. En la obra que vi sólo había dos actores recitando un texto.
En segundo lugar, la entrada fue cara. Estaba al 50% y costó 16 euros; una entrada de cine un domingo me sale por 5. Además, la obra fue corta. Hora y cuarto, cuando una película ronda las dos horas. Sí, reconozco que cuando terminó pensé: ¿esto es todo?
Parece mentira, pero la ausencia de escenas también influyó. Es cierto que los actores entraban y salían de la vista, pero era para dejar un vaso, buscar una botella o contestar al timbre. Era todo una secuencia. Estaban contando una historia, no nos estaban representando una historia.
Pero sobre todo, lo que más me llamó la atención fueron las butacas. El teatro estaba en el barrio chino, entre las Ramblas y el Paralelo, pero el edificio era suficiente, la boca del escenario grande, podría dar un gran espectáculo. Y entonces uno se sentaba en las butacas, estrechas y de madera, con el número de asiento grabado en una chapita en el respaldo. Todas muy juntas, estrechas. Rancias. Me recordaron a muchos cines de mi juventud, que no cambiaron sus butacas y desaparecieron (normal: ¿quién quería ver una superproducción de Hollywood en una butaca de madera cuando el cine de al lado ofrecía unas butacas del futuro?).
El mundo del teatro está pasando por tiempos difíciles, lo sé, pero también el sector de los exhibidores de películas. Y, sin embargo, estos últimos parecen que se esfuerzan por atraer espectadores. Quieren que sus espectadores disfruten de la experiencia que ofrecen y quieran repetir. Los teatreros, me da la impresión de que sólo se quejan.
Tracy Chapman - The promise