domingo, 23 de mayo de 2021

Recuerdos del Chino

https://www.youtube.com/watch?v=PWUChqDaQ24 

 

 

En mi colegio, en aquella época, era normal que a algunos profesores se les conociera por el apodo. Un buen apodo convertía al profesor en leyenda. Y uno de los mejores apodos, una de las grandes leyendas de mi época, era el Chino. Para los alumnos de cursos menores que aún no lo habían tenido, saber que en los cursos superiores había profesores como el Chino helaban la sangre. Y el paso al primer curso en el que se tenía al Chino era el verdadero paso de pequeños a mayores.

El Chino impartía Geografía e Historia. Sobre todo, Historia.

Quizá parte de la popularidad del Chino era que su nombre verdadero tenía las cinco vocales y sólo 7 letras. Pero eso sería sólo una parte. No, la clave del Chino eran sus clases. Todas con el mismo esquema.

Duraban una hora. Tras entrar y rezar (una costumbre de la época, aunque fuera sólo un santiguarse, todos de pie) se sentaba en su silla y decían "estudien". No hacía falta nada más. Todos, en silencio, sacaban sus apuntes y los estudiaban. Así veinte minutos. A los veinte minutos el Chino volvía a hablar, con un escueto "cierren los libros". Y entonces dos alumnos tendrían que recitar la lección. De memoria, sentados en el pupitre (o de pie en el pupitre, no recuerdo). ¿Qué alumnos? En principio, elegidos por el profesor. Pero antes de elegirlos hacía una pregunta: "¿hay algún voluntario?". Ésa era la clave. Uno podía presentarse voluntario para recitar la lección. ¿Qué razón habría para tal cosa? Dos: la primera, presentarse voluntario permitía al alumno elegir el momento y la lección, haberla preparado de antemano. Y la segunda: si el alumno ya había tenido que recitar con anterioridad y por no haber estudiado hacía un papel bastante pobre, presentarse voluntario daba la oportunidad de enmendar la plana. Eso era importante, porque la nota se basaba en el examen y la ocasión en que se había tenido que recitar la lección. Dado que todos los alumnos, tarde o temprano, íbamos a ser interpelados, no era extraño que hubiera voluntarios. Lo que para todos los demás significaba bala esquivada.

La tercera parte de la hora era también la más temible, por su importancia y dificultad: el Chino impartía la siguiente lección. La dificultad estribaba en que no se empleaba ningún libro de texto o de apoyo, había que tomar apuntes. Y el Chino no dictaba. No esperaba a que los alumnos tomaran nota de lo que decía, no se cuidaba de que no se perdieran detalle. No, él hablaba. Eran los alumnos los que tenían que esforzarse; de la bondad de las notas que se tomaran en clase dependía todo. Luego, ese mismo día sin falta - y esto era algo que se aprendía por la experiencia- había que pasar los apuntes a limpio, cuando aún se tenía la memoria fresca. Había que reescribirlos con buena letra, porque las notas en clase solían resultar ilegibles a los dos días. Y había que estudiarlos. Primero, porque al día siguiente uno podía ser el elegido, y en segundo lugar porque la cantidad de información era tal que era imposible afrontar un examen pretendiendo estudiarse todo en un par de días.

No hace falta explicar porqué un profesor como el Chino sería imposible hoy en día. En primer lugar, no había libros de texto. Intolerable. En segundo lugar, exigía esfuerzo al alumno. Y no esfuerzo como un profesor de gimnasia. EL alumno tenía que esforzarse en tomar notas en clase por sí mismo; reescribirlas en su casa por la tarde, estudiarlas (no memorizarlas, pero casi), declamar delante de todos, con el posible ridículo al reconocer que no se sabe. Estudiar hechos. Fechas, batallas, nombres, lugares, información; todavía recuerdo que las cuatro plantas textiles son el cáñamo, el yute, el lino y el algodón y que los cuatro orígenes del carbón son la turba, el lignito, la hulla y la antracita. O el silencio en clase: se estudiaba en silencio, se mantenía el silencio mientras los compañeros recitaban, y cuando el Chino hablaba no había tiempo para hablar los demás. Era un profesor, no un colega: a sus clases no se iba a resolver traumas o problemas familiares; se iba a aprender, y también a prepararse para lo que entonces era el exigente mundo universitario.

Pero, sobre todo, el Chino suspendía. Y suspendía para septiembre, y si era necesario se repetía curso. Si un alumno había llegado, no se sabe cómo, a los cursos del Chino sin tener el nivel necesario...

El aspecto capital de la cuestión es que el Chino era un profesor de la época del bachillerato. De cuando la primaria llegaba hasta 4º y luego seguían seis cursos de bachillerato. Años 60. En los setenta se implantó la EGB y el BUP, y aunque el Chino (creo) sólo daba clases en el bachillerato (el BUP), daba igual: el material, los alumnos, le llegaban de la EGB. A medida que el material perdía calidad, los profesores fueron rebajando a su vez su nivel de exigencia al alumno. Cuando llegaron profesores que no habían impartido antes de la reforma no había ningun problema: no eran exigentes. Cuando llegaron profesores que habían sido educados en la EGB, pongamos a partir de 1983, la cosa entró en barrena. No sé cómo fue la convivencia entre estos últimos y los primeros, pero seguro que ambos grupos se alegraron cuando llegaron las jubilaciones.

Y eso que el binomio EGB/BUP se considera ahora el epítome de la dureza, para los formados con la LOGSE, no digamos con los planes educativos que haya en el futuro.

El Chino no era, como podría desprenderse de mi descripción, un profesor especialmente duro, de hecho bastaba con prepararse medianamente su asignatura para aprobarla. Es cierto que el alumno que no la trabajara o que se la dejara para la víspera del examen lo tenía chunguísimo, pero ¿no es eso lo mínimo que deberíamos exigirle a un profesor? Si su asignatura puede aprobarse sin esfuerzo, ¿por qué no exige un poco más? ¿No beneficiaría al alumno? 

Hoy, todo lo que representaba el Chino se ha ridiculizado como primer paso, luego denostado y por último erradicado. El profesor exigente. El método. El conocimiento, los datos. Respecto a esto último, primero se atacó el conocimiento de los datos concretos: fechas, nombres, reyes, batallas, lugares. Pasaba a estudiarse un estado general de las cosas en una época dada, la descripción general de la sociedad. Como si eso fuese la Historia. Luego  lo que se hizo fue quitar la Historia del currículo. En Cataluña, por ejemplo, se empieza la Historia en 1875 "porque así se puede profundizar más en la Historia reciente". No es que no sepan quién fue Recaredo o el duque de Lerma, es que no se sabe quiénes fueron los visigodos o los Austrias. Y en Geografía no me extrañaría que ocurriera otro tanto.

¿En serio creemos que hemos salido ganando con el cambio?

Y ¿tiene arreglo la cosa? Yo creo que no. Como sociedad, hemos perdido ya la capacidad de darnos cuenta del error. Así como un político jamás hará campaña diciendo que subirá los impuestos a los que les voten, ninguno se presenta diciendo que suspenderá a sus hijos. Aunque, eso sí, los impuestos sí los subirán; pero de momento no se ha conseguido que alguno quiera suspender a los hijos de sus votantes. Los padres no queremos que nuestros hijos suspendan, faltaría más, y colectivamente nos hemos vuelto una sociedad de madres, que decimos pobrecito chico, cuántos deberes le ponen en el colegio, es inadmisible porque el chico lo que tiene que hacer es jugar y divertirse (llamativo que nunca se diga que el chico lo que tiene que hacer es leer o recibir formación complementaria, como arte o música). Nuestra sobreprotección, el querer salvarlos de cualquier rigor o dificultad, es a lo que nos lleva.

¿Se nota la caída en el nivel de educación? Pues no puedo hablar por los demás, porque yo apenas me relaciono con otras personas, pero en la ingeniería sí se nota. Desde hace bastantes años, los ingenieros son peores. Y los delineantes también son peores. No sé qué relación tiene esto con la enseñanza de la Historia, pero es que lo de la Historia, lo del Chino, es sólo la excusa para plantear este tema. 



 Celine Dion - My way