domingo, 29 de marzo de 2020

Mis versículos favoritos III: Imagen y semejanza



Antecedentes, introducción: esta entrada.
Entradas previas, partes I y II de ésta: aquí y aquí.

Dijo Dios: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los ganados y los reptiles de la tierra". Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó.
 Gen 1, 26-27

Muy poca gente, entre la que ha leído la Biblia de manera amateur o haya escuchado su lectura en las misas, se habrá dado cuenta de que existen en el libro del Génesis dos relatos de la creación. Dos relatos, y distintos. El primero es el famoso de los seis días "y al séptimo descansó". El segundo es el de los nombres de Adán y Eva, y que Eva la formó Dios de la costilla de Adán. Ambos son conocidísimos, pero es curioso que pocos caigan en la cuenta de que son dos relatos y no uno solo.

La realidad es que poca gente sabe algo más que un poco sobre el libro del Génesis. Y debería asombrarnos, porque se supone que el Génesis es uno de los libros capitales de nuestra fe. ¡Que no es el libro de Nehemías o de Ageo, caray!

Pero así somos.

Según tengo entendido, los exégetas de la Biblia opinan que el Libro del Génesis tiene 3 "autores", aunque como posiblemente esos "autores" son colectivos (al menos dos de ellos), se les denomina "fuentes".

Al primero de esos autores se le conoce como "el Yavhista" (o fuente J), y es un tipo absolutamente genial, irrepetible. Escribió, se cree, hacia el año 950 a.C. y es cierto que, cuando uno sabe cqué debe buscar, en la mayoría de fragmentos es muy fácil saber si lo ha escrito él o no. El J escribe como quien cuenta un cuento. El relato de la costilla de Adán, por ejemplo, es suyo. El de la serpiente y la fruta prohibida, o el de la destrucción de Sodoma y Gomorra. Si usted abre el Génesis al azar y el pasaje le engancha al instante, no hay duda. Es del J.

La segunda fuente es el Eloísta (fuente E). Se supone que es un autor, pero que nombra a Dios de una manera distinta (Elohim en vez de Yahvé). A mí me cuesta más reconocerlo, pero sí que tiene un modo propio de acercarse a las cosas. Cuando Dios se dirige a un personaje en sueños, el texto es de la fuente E: si fuera de la fuente J, simplemente Dios aparecería por la puerta, porque el Dios del J es antropomórfico. El yavhista escribe en un mundo podríamos decir que casi sin religión, sólo con creencias y costumbres. El eloísta, que escribe unos 200 años después, ya tiene una visión más elaborada. Con todo, en muchos fragmentos hay que saber más cosas para diferenciar qué ha escrito el J y qué el E. Y hay pasajes que son un lio, porque es como si nos estuvieran contando una historia dos personas a la vez.

Y luego está la fuente P, la fuente sacerdotal. Está chupado reconocer qué texto es de esta fuente. Es la más tardía, unos 200 años posterior a la fuente E. Es decir, en torno al 540 a.C. Aquí ya hay una religión establecida, y una casta sacerdotal, y una literatura previa. Entonces lo que ocurrió es que esa casta sacerdotal, en sus templos, en sus cenáculos, posiblemente se transmitieron internamente su propia interpretación de los relatos. De la tradición antigua, de las fuentes J y E y de las tradiciones que estas fuentes no recogieran. Pero, además, incluye siglos de meditación sobre esos relatos. Meditación y sobre todo depuración. Los textos P son por lo general muy aburridos (las listas de naciones y de descendientes, por ejemplo "los hijos de Elifaz fueron: Temán, Omar, Sefó, Gaetam y Quenaz"), y a menudo parece obsesionado con los años (¡esas edades increíbles!). Pero también tiene textos muy interesantes precisamente por lo estudiados que están, mejorados hasta lo imposible.

Además de estas tres fuentes principales, hay multitud de adiciones y retoques posteriores hechos por vaya usted a saber quién, y fragmentos enteros (sobre todo, en el relato de la historia de José) que los exégetas no tienen nada claro de dónde salen o quién los escribió.

Y el primer relato de la creación es de la fuente P. Sí, el que empieza con "Al principio creó Dios el cielo y la tierra" y que incluye los versículos qie inician esta entrada. Como buen texto P, cada palabra importa. Y el texto insiste mucho en dos ideas: que Dios creó al hombre (lo dice 3 veces), y que lo hizo a su imagen (también 3 veces).

Es decir, no puede haber dudas: Dios creó al hombre a su imagen y semejanza.

Ahora se trata de entender qué es eso de "a su imagen" y por qué. 

Que lo de la imagen no es el parecido físico es obvio, pues incluye al varón y a la mujer, por no hablar de las diferencias entre todos. No, eso va por otro camino. Y es bastante fácil de entender, sólo hay que cambiar el foco de lo que estamos mirando. No se trata de que Dios nos creara como imagen suya, sino de que somos imagen suya. Si usted va al despacho oficial de un cargo público importante, a una sala de juicios, a un salón de plenos de ayuntamiento,... seguro que ve en algún punto destacado la imagen del Rey.  del dictador de turno, si hablamos de una dictadura: recuerde las clásicas estampas de manifestaciones "espontáneas", en las democracias vemos a grupos que enarbolan la bandera del partido, como queriendo decir que ellos son los representantes de ese partido, y en las dictaduras vemos la imagen del sátrapa de turno; de nuevo, con la misma intención. Y lo mismo en las iglesias y en tantos lugares: la imagen del santo, de la Virgen o un crucifijo. Adoramos a estas imágenes, aunque sabemos que son sólo tallas o esculturas; pero las adoramos por lo que representan. Y en los salones públicos, la imagen del Rey que preside lo que nos indica es que el presidente está actuando como representante suyo. Pues en la antigüedad pasaba lo mismo, era frecuente que el rey enviara una escultura suya (ante la que incluso había que realizar las reverencias como si estuviera el mismo rey). El dignatario que actuaba bajo esa escultura era su enviado, su representante.

Así que al ser nosotros imagen de Dios, lo que pasamos a ser es su representante. Somos los que actuamos en su nombre. Y dominaremos los mares, los cielos y la tierra. Pero ¡ey! no como queramos. Sino como representantes suyos. Y de nuevo ¡ey!, cuidado, porque al igual que el virrey no puede actuar como si no existiera rey que le juzgará a él por cómo le ha representado, nosotros hemos de actuar intentando ser representantes de Dios. Es decir, hemos de actuar como actuaría Dios. Porque al final, cuando Dios nos pida cuentas (y podemos estar seguros de que lo hará: son numerosísimos los pasajes de los evangelios en los que Jesús nos lo recuerda e intenta explicarnos cómo será), lo que hará será juzgar si hemos sido buenos representantes suyos o no. Si hemos actuado como Él lo habría hecho, o no. Por supuesto, al igual que el virrey del ejemplo, tenemos libertad para actuar según nuestro parecer; y así como el virrey sabio debería actuar sabiendo que deberá responder de sus actos, así nosotros.

Ahora bien: sabemos que Dios es el tipo que creó el tiempo, la materia y el espacio, y que hemos de actuar como Él lo haría. Pero ¿cómo actuaría Él? Aquí es donde tenemos que reflexionar sobre la parábola de Lázaro y del rico, y veámonos como el rico. Éste es juzgado, y no aprueba el examen. Acepta su responsabilidad y asume su pena, pero le pide a Abrahám que envíe a Lázaro a advertir a sus hermanos, para que éstos sí sepan qué tienen que hacer para evitar su destino. ¿Y qué le responde Abrahám? "Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen" (Lc 16, 29). Es decir: lo que se necesita saber está en la Biblia o Sagradas Escrituras (Moisés) y en la Tradición y el Magisterio de la Iglesia (los profetas). No tenemos excusa. Si queremos saber cómo actuaría Dios, ahí tenemos todas las pistas necesarias. Es cosa nuestra si queremos saberlas o no.

El Mundo es una obra de teatro de guión no escrito, en el que cada uno de nosotros entramos como un personaje (unos, afortunados, otros, desafortunados), en el que hemos de improvisar. Cuando acabe nuestro papel, cuando el Autor opine que ya hemos terminado, valorará nuestra actuación y decidirá qué hace con nosotros, si continuamos en su compañía y compartimos las mieles del triunfo, o si por el contrario nos descarta y somos expulsados.

Eso sí, lo que nunca podremos es eludir nuestra responsabilidad por nuestros actos alegando desconocimiento. Ninguna excusa le valió a Epulón, y ninguna nos valdrá a nosotros.

Y ahora ya sabemos cuál es el sentido de la vida.





Haendel - Mesías. And He shall purifiy