jueves, 9 de agosto de 2018

Periodistas y taxistas




Han hecho los taxistas una huelga salvaje: han bloqueado durante una semana o así la Gran Vía en su tramo central de manera permanente. Protestan... yo no sé bien cuáles son sus protestas. Sé que están en contra de Cabity y de Uber, creo que piden que se les prohíba existir o poco menos. Y han hecho otros actos: marchas lentas bloqueando los accesos al aeropuerto y al puerto de pasajeros, cosas así. Y, por lo que tengo entendido, la mecha prendió y en otros puntos de España (Madrid, principalmente) los taxistas se han adherido y también han hecho sus manifestaciones bloqueantes.

¡Qué tipos más tontos, los taxistas! Ya digo que no he seguido las negociaciones y no sé qué han conseguido, pero diría que no les ha ido bien.

En primer lugar, han perdido mucho dinero. En el cambio de julio a agosto hay muchos turistas y hay muchas ocasiones en las que se encesita un taxi, los muchos ciudadanos que salen de viaje o los muchos que hacen transbordo cambiando de medio en Barcelona. Los han perdido a todos, y han perdido sus carreras.

En segundo lugar, los barceloneses que circulan por el tramo central de la Gran Vía saben cómo esquivar el tramo, y, la verdad, el tráfico en el resto de la ciudad, sin los taxis, era mucho más fluido de lo habitual en estas fechas. Y es que los taxistas, con sus marchas lentas a la búsqueda de clientes, sus paradas en cualquier punto para encochar o desencochar y, en definitiva, su simple circular por nuestras calles por circular, entorpecía bastante el tráfico. Sin ellos, sólo hay coches que van "por faena" (en Barcelona es casi imposible aparcar en la calle, por lo que son muy pocos los coches del tráfico que lo intentan y prácticamente nadie hace la circulación lenta de dar vueltas a ver si se va alguien). Si sumamos a ello que el ayuntamiento hace la habitual reducción de autobuses de cada verano y que no hay transporte escolar, la huelga de taxis ha supuesto unos días maravillosos para los conductores. Así que presión, ninguna.

En tercer lugar, han perdido la simpatía de los que viven del turismo y del ocio, un sector enorme en la Ciudad Condal. Les han causado mucho perjuicio, son multitud los turistas que se han ido cabreados y con un pésimo recuerdo de Barcelona, turistas que ni llegaron contentos a sus hoteles ni estuvieron contentos (los que usan taxis para moverse por la ciudad, de hecho los que más gastan y los que todos quieren tener), ni se fueron contentos, cargando sus maletas por las calles hasta las estaciones del metro y subiendo y bajando con ellas las incontables escaleras. Desde luego, si querían que la gente no buscara Ubers o Cabifys, les ha salido el tiro por la culata: no les han dejado otra opción.

Pero, sobre todo, han perdido la batalla de la imagen. No hace mucho, se aprobó una ordenanza para intentar que el atuendo de los taxistas, en su horario de trabajo, fuera un poco formal. No mucho, créanme: nada de camisetas de tirantes, pantalones de chandal o ultracortos ni chancletas. La causa de esta ordenanza era que los de Uber y Cabify visten con suma corrección, camisa blanca impecable, corbata. Coches negros impecables (las puertas amarillas de los taxis no le quedan bien ni a un Mercedes 600, mientras que los KIA negros parecen, por comparación, coches de potentados). Botellines de agua para los clientes. Pagos por móvil, precios conocidos antes de subir, esté como esté el tráfico,... ¡Pero si hasta yo tengo ganas de necesitar un taxi, para llamar a Cabify! El intento de mejorar la indumentaria fue sólo eso, un intento. Pero es que vino la huelga, y con ella el interés informativo. Es decir, las fotos. Fotos de taxistas plantados el 31 de julio a mediodía en el centro de Barcelona. Taxistas sudorosos, sin nada que hacer, vestidos... "cómodos". ¿Cómo pueden esos tíos despertar nuestra simpatía?

Para colmo, siempre hay exaltados. Que, como es habitual en Cataluña (entre el 47% de su población, según las últimas elecciones), no acepta lo diferente y arremete contra ello. Más de cien ataques a coches de Cabify y Uber, por lo que parece. Con pasajeros dentro y todo. Haciendo amigos.

Además, la huelga era ridcula. Porque la causa principal de la huelga - una causa no reconocida, pero real- es que para ser taxista hay que pagar unos 130.000 euros por la licencia. Y ese dinero es como una segunda hipoteca que lastra poderosamente al taxista y le obliga a trabajar muchísimas horas al día para obtener un beneficio mísero. Pero el problema que no dicen es que esa elevada cantidad de dinero no es lo que cuesta una licencia administrativa. Es lo que pide un taxista que quiere dejar de serlo a otro que quiere serlo, por traspasarle su licencia. Es pues una trampa que se han montado ellos mismos, una losa en el cuello que se traspasan unos a otros, hasta el punto de que el sueño de todo taxista es dejar de serlo, porque es cuando recuperará, quién sabe si con pingües beneficios, el dinero que "invirtió" en comprar su licencia. Y éste es el problema que suponen para ellos Uber y Cabify: que ellos no compraron licencias de taxis. Y si se puede ser taxista (llevar de manera profesional a pasajeros en un coche) sin comprar la licencia de taxis por 100 veces lo que vale, ¿quién va a comprarla? Y si nadie va a comprarla, a comprármela, ¿qué va a ser de mí, que he fiado todo mi futuro a la esperanza de que sí me la compren y por una cantidad escandalosa? Éste, y no otro, era el verdadero motivo de la furia de los taxistas. Un problemón que ellos se buscaron y que creen que no podrán pasar a otros primos. Pero, claro.... ¿cómo simpatizar con ellos si éste era el motivo?

Pero, sobre todo, la huelga ha sido patética porque, pienso, todos éramos conscientes - quizá sólo ellos no- de que es una batalla perdida y que su enemigo no es Cabify, sino el paso del tiempo. Para entendernos, es como si hubieran hecho huelga, en su día, los dueños de los videoclubes o los vendedores de enciclopedias. Desde luego, si yo voy a viajar a cualquier país con mi familia y un porrón de maletas me sentiré mucho más seguro si antes de salir sé que tendré un coche esperándome y cuánto me costará. Si puedo contratarlo desde mi casa, ¿porqué no hacerlo? Con los GPS y navegadores, ¿para qué necesito el tradicional conocimiento del callejero de los taxistas? Si el de Cabify me va a tratar con mucha más deferencia que un taxista para el que sólo soy una mercancía que "encochar" y "desencochar" (que es como se refieren ellos al acto de subirnos nosotros a sus coches, tal consideración nos tienen), ¿por qué voy a querer ir con el taxista? Y, en unos años, cuando los coches sean autónomos, ¿para qué querré al conductor? Y si el de Uber o el de Cabify son mucho más baratos porque no tienen que pagar la hipoteca de la licencia traspasada, ¿por qué voy a querer ir en taxi HOY?

A propósito de los taxis, un recuerdo. Cuando yo era chico, los taxis de Zaragoza (generalmente un Seat 1500) eran negros con una línea horizontal amarilla a todo lo largo. Cuando lo aprobó la ordenanza, cambiaron a coches blancos, impolutos, con un distintivo en la puerta delantera y poco más. En una época en la que no había apenas coches blancos, ¡qué prestancia daban esos taxis! Cuando viajaba a una ciudad y veía que no habían "hecho el cambio", me sonreía. ¡Qué atrasados!, pensaba para mí. Cuando llegué a Barcelona, pensé que en lo tocante a los taxis estaban en el Pleistoceno.

Todo esto de los taxis me ha hecho pensar en los periodistas. ¿En qué se parecen ambos colectivos? En que ambos están condenados por el Progreso, y en que en ambos casos la culpa es suya. Solía, en vacaciones, comprar el periódico todos los días. Con tranquilidad y horas por delante, me gustaba leerlos de cabo a rabo. Casi hasta los anuncios por palabras. Este verano, en cambio, me siento idiota comprando la prensa. No por nada, pero es que son unos panfletos infumables. Además, leo, cada vez menos por lo que voy a explicar, la prensa por internet. Y ésta... es lamentable. Al final, son titulares llamativos y prometedores para que se pinche en la noticia o el reportaje, y tras leerlo - no se puede juzgar sin leer antes- uno descubre que de lo prometido nada. Que le han tomado el pelo, consiguiendo que pinche en un sitio en el que uno creía que encotraría algo interesante. Por no hablar de las traducciones automáticas, que son de juzgado de guardia. En cualquier caso, la prensa de intenet apenas da de sí. Unos minutos, pocos, y no todos los días seguidos: hay que dejar pasar unos cuantos para que aparezcan más artículos interesantes.

El caso es que el descrédito de la prensa de internet o hace sino reforzar mi imagen de una prensa cada vez de peor calidad. Y como la escrita no lo rectifica, me quedo sin ganas de comprarla ni leerla.

Ahora los periodistas se quejan del negro futuro de su sector. Que patatín y que patatán. Pero, como los taxistas, ninguno reconoce que la culpa es de ellos, que son cada vez peores y los buenos están cada vez más cerca de su jubilación sin que haya apenas relevos entre los que quedan.

En ambos sectores, la culpa de sus males no es nuestra. Es suya.




Dúo Dinámico - Resistiré