domingo, 22 de mayo de 2016

Un final made in Hollywood



Veo una versión de 1959 de Viaje al centro de la Tierra y, cómo no, al final la estrella protagonista (James Mason) le da un beso a la guapa protagonista (Arlene Dahl); a este beso se supone que le acompaña una petición de matrimonio, y todos los asistentes sonríen y cantan alborozados el Gaudemaus igitur. Un final made in Hollywood, como debe ser.

"Un final made in Hollywood" era, en tiempos, una expresión muy común. Hacía referencia a cómo terminaban casi todas las películas americanas, a diferencia de las no americanas: piensen, por ejemplo, cómo acababan todas las historietas de Mortadelo y Filemón. El caso es que el otro día vi una película que era también arquetípica en esto del final made in Hollywood: Los siete magníficos.

Los siete magníficos es una película de 1960 que copia una japonesa de 1954, Los siete samurais, de Akira Kurosawa. A estas alturas, todo el mundo ha visto la película de Sturges, por lo que huelga explicar el argumento; es cierto que casi nadie habrá visto la de Kurosawa, pero baste decir que es lo mismo: un pueblo, bandidos que tienen hambre y quieren la comida de los campesinos, los campesinos que reclutan a siete profesionales de la lucha para que les defiendan, etc. En ambas películas reclutan a 6+1, las dos tienen un jovencito que también quiere ser un luchador como los mayores. En ambas películas el jovencito se encapricha de la hija de uno de los campesinos, en ambas películas los adalides van diezmando a los bandidos en las diversas oleadas, y en ambas películas hay un ataque definivo en el que acaban con los bandidos pero sólo sobreviven los dos líderes de los luchadores y el jovencito. Hasta aquí lo común.

Diferencias hay unas cuantas, aparte de que una sea en color y Panavision y la otra en blanco y negro. La película americana tiene un guion bastante corto, salvo McQueen y el chico (Horst Buchholz, pero el mozo no supo aprovechar la oportunidad y en adelante será "el chico") casi todos los personajes son lacónicos en demasía. Sin embargo, son hombres de verborrea irrefrenable si los comparamos con los samurais; supongo que será cosa de la cultura japonesa. Por cierto, en las películas de los primeros años del cine sonoro era normal que hubiera pocos diálogos: actores, directores y guionistas tenían todavía la cultura del cine mudo; ver hoy esas películas se hace raro, pero si uno es consciente, se da cuenta de que los actores actúan mucho más y mejor que los que tienen un texto de apoyo.

En la película de Hollywood, los campesinos incapaces de defenderse son mejicanos. Los bandidos son mejicanos, y temen a los estadounidenses. Y los héroes, por supuesto, son estadounidenses: los campesinos deciden cruzar la frontera para encontrar hombres capaces. En la película japonesa, campesinos, bandidos y samurais son japoneses; se ve que no tienen complejos.

En la película de Hollywood, vemos como el chico se enamora de la campesina y le roba un beso. La campesina, que no es una cualquiera, le abofetea, pero luego le trata con todos los miramientos y le sirve doble ración de comida. En la japonesa no vi el beso: el chico sale de una cabaña una noche, y unos segundos después sale la campesina, arreglándose la ropa. No hay palabras, sólo miradas. El padre de la chica ve lo mismo que nosotros, y ciego de ira apaliza a su hija. Con el alboroto se despiertan todos y le paran. Él padre recrimina a su hija: "¿qué haces tú con un samurai?" (más o menos, escribo de memoria). Está deshonrada, todos lo comprenden. SIn palabras, todos entienden de qué samurai se trata, El líder samurai intenta consolar al padre, "son jóvenes y se quieren", aunque el argumento más fuerte no es muy consolador: "es normal, cuando uno se enfrenta a la muerte cara a cara, buscar la paz en los brazos de una mujer"; a mí me sonó como a "sí, los samurais somos así, luchamos por vosotros pero a cambio habéis de satisfacer nuestros deseos". Estalla la tormenta y todos se van, menos el chico (que ha asistido impávido) y la chica, que sigue llorando en el barro. No hay ningún gesto de cariño. Y, al amanecer, empieza el ataque definitivo. Es el momento del final made in Hollywood.

En la película americana hay algo que nunca entenderé: el pistolero Charles Bronson muere por un disparo... cuando la lucha ya ha terminado. Es el último tiro que se oye. Para mí que el montador se equivocó en el orden. El tipo tenía que morir, y se le mata. En la de Kurosawa, el samurai "Bronson" descubre al jefe de los bandidos, último que queda en pie, y le mata mientras él muere también por una herida previa.

En ambas películas la lucha ha terminado. Quedan los dos más expertos y el chico.  En la americana, los tres recogen sus cosas y se van. Al irse, se cruzan con la campesina, y el chico comprende que su lugar no es entre los pistoleros a sueldo sin hogar, da media vuelta y vuelve con la campesina. Que, por supuesto, le recibe encantada y todos sonríen. Los dos veteranos, alegres por ver que la vida se abre camino, reinician su marcha mientras suena la famosísima melodía.

Las últimas palabras: Yul Brinner le dice a McQueen "Al final el viejo tenía razón: Sólo los granjeros ganaron. Nosotros perdemos. Siempre perdemos". Sí, son tristes, pero el espectador está feliz porque todo ha terminado bien, el chico se lleva a la chica y la música es épica. Es importante lo del viejo: el sabio del pueblo, al despedir a los pistoleros, les dice esa frase y se la explica, con lo que nos ha preparado a todos, no es un golpe tan doloroso.

En la japonesa... los campesinos, como en la de Sturges, vuelven a sus labores. Y se cruzan con la chica: pero esta vez no hay miradas ardientes entre los jóvenes, la mujer está deshonrada y se avergüenza. Y el joven se comporta como si sólo fuera una muesca más en el mango de su espada. Entonces el líder samurai dice las mismas palabras: "hemos perdido, como siempre". El segundo samurai se sorprende, y el líder continúa: "Los campesinos son los ganadores. No nosotros". Se vuelve, y vemos las tumbas de los campesinos muertos y, dominándolas, cuatro túmulos con las katanas clavadas en ellos. Y fin. Sin música grandilocuente. Sin paisajes "de película" Sin discurso del viejo campesino explicándolo. Y, sobre todo, sin chico y chica felices para siempre. Acabamos con dolor, muerte y deshonra, y a nosotros nos queda un sabor agridulce. Justo lo que ninguna superproducción de Hollywood puede permitir. Está claro que los guionistas americanos supieron, desde el principio, que el final estaba bien... pero que no podía ser así. Tenía que ser un final made in Hollywood.





Elmer Bernstein - Los siete magníficos (tema principal)