Para el lego, un asiento es un mueble para sentarse y también una plaza en un medio de transporte, en un recinto de reunión, etc.
Para los estructuristas, el asiento es el descenso que tienen los materiales cuando se cargan. Sobre todo, los cimientos.
En el sector de la construcción, el más valiente de todos, rayando en lo temerario, suele ser el propietario; para él, todos somos unos exagerados.
Y el más cobarde, sin discusión ni duda posible, es el geólogo. Es el tío más cagado de todos los que intervienen en el diseño y la construcción de una estructura. Mi problema empieza cuando las leyes le otorgan a este miserable un poder espantoso, pues lo que él dice es Ley y no se le puede discutir, y la Ley dice que este tío tiene que echar su cuarto a espadas. Me explico.
Un geólogo es barato. La partida del geólogo suele ser alta si se compara con la del calculista y la dificultad del trabajo y responsabilidad, pero es cierto que el geólogo, a diferencia del calculista, tiene muchos gastos. Así que puedo afirmar que los geólogos son baratos. Además, como en todas las profesiones, los hay buenos y los hay malos, y los buenos suelen ser más caros que los malos. Casi siempre se contrata a los baratos: a los caros sólo se llega la primera vez tras muchos desengaños. Y cuando uno conoce a un geólogo bueno, descubre que sale mucho más a cuenta que los baratos, pero... no solemos ser los calculistas los que escogemos geólogo.
Bien. Geólogos los ha habido siempre, pero en mi juventud no era habitual contratarlos; tenían que ser obras con mucho dinero. Hasta el punto de que la norma estaba preparada para no tener que contratarlos, y no sólo lo autorizaba sino que además daba pautas sobre cómo actuar sin ellos y medios para soslayarlos. Ahora bien, como todos saben, con el advenimiento de los ordenadores los calculistas han ido perdiendo su conocimiento, y una de las áreas en las que ha perdido capacidad es en el saber sobre el suelo. Poco a poco, el calculista exigía cada vez con más frecuencia un estudio geotécnico previo, que le digan cuánto aguanta el terreno; atrás quedaron los tiempos en que cuando yo calculaba una casa preguntaba dónde era, y más o menos decía "¿Allí? Pues voy a hacer que el terreno trabaja a 4 kg". Y me quedaba tan pancho (aunque el tiempo me ha dado la razón, ya que nadie me ha demandado). En cualquier caso, era evidente que no tardaría en llegar una ley que estableciera como obligatorio el estudio geotécnico previo firmado por un geólogo. Esa ley llegó y se llama Código Técnico de la Edificación y, como expliqué no recuerdo cuándo, el paso de los años hace que nos parezca inconcebible que no sea así.
El caso es que, si hay cimiento, hay que tener un geólogo que diga cuánto aguanta el suelo. Y aquí la hemos liado, porque geólogos y calculistas no vamos a la par, no formamos equipo. Lo normal es que el promotor contrate a un arquitecto o a un ingeniero, y por otro lado a un geólogo. Luego el arquitecto o el ingeniero contratará al calculista; lo normal es que entre éstos sí haya relación, es una contratación libre y uno siempre intenta tener su equipo. Pero el geólogo no. Más aún, el geólogo interviene antes que nadie. Le dicen "se va a construir cinco plantas y dos sótanos", y él se apaña. Ninguno dice que esperará al calculista para saber qué necesidades hay, no. Ellos se lanzan, hacen un estudio, facturan y adiós muy buenas. Con suerte, el calculista no querrá hablar con ellos y menos trabajo, porque esas charlas no se las pagan.
Por otro lado, está el detalle de que el geólogo no sabe quién va a calcular, qué se va a hacer en concreto. No sabe si se puede fiar de los que vienen detrás de él. Así que se cubre en salud. Pero eso se lo calla, claro. Además, su papel es muy técnico y sólo lo entenderá el calculista. Y una vez el calculista haga su trabajo, cualquier queja irá contra el calculista, no contra él. Y ya he dicho que los calculistas cada vez saben menos de geotecnia, así que le es muy fácil al geólogo engañarle.
Les pondré ejemplos.
En cierta ocasión teníamos que construir con un sótano. El geólogo había dicho que encontraríamos agua a 50 cm de profundidad. Ocurre que treinta años antes, sin geólogos, se había cosntruido el edificio de al lado, también con sótano, y yo lo había visitado. Ese sótano no tenía suelo de hormigón: era la tierra, de verdad se lo digo. Y estaba a tres metros de profundidad, luego agua ninguna. Llamé al geólogo para perguntarle cómo explicaba eso... y me confesó que cuando hizo su estudio estaba lloviendo. Normal que en la calle hubiera agua, ¿no?
En otra ocasión también tenía que excavar un sótano. El muro más gordo que he puesto en mi vida, un metro de espesor con unos puntales ciclópeos. Aquello era una obra de titanes. Para más inri, el muro era continuación de otro muro del siglo XIX que estaba hecho como se hacían los muros en las huertas y jardines en el siglo XIX. Mi solución valía una fortuna; el encargado de la obra se negaba a hacerlo, decía que estábamos locos. Al final, el constructor y promotor me lo planteó bien claro: a simple vista se veía que me había pasado tres pueblos. Yo también lo veía, pero le expliqué que con el estudio geotécnico que me había dado no podía hacer otra cosa: aquello era una ciénaga, y era un milagro que el edificio de catorce plantas que había al lado se estuviera sosteniendo. El informe del geólogo daba, para el parámetro clave, un valor "entre 3 y 28". Yo estaba obligado a coger el 3, lo que él tenía que hacer era no aceptarle al geólogo una imprecisión semejante. Es como si yo le dijera que en una viga había que poner "entre 3 y 28 barras de 25 mm". ¿Porqué aceptarle al geólogo lo que a mí no? El geólogo, por cierto, era el mismo que el del ejemplo anterior - casualidad- y, requerido al efecto, afinó más, y con un valor de 23 ya salió un muro normalito.
El ejemplo clásico es cuando se actúa en un edificio existente y el geólogo dice que el terreno es una porquería y que no aguanta nada. Pero el edificio está ahí y ni una grieta, oigan. Y haces números y el terreno trabaja, de verdad, a cinco veces más de lo que dice el geólogo que puede aguantar. Y llamas al geólogo, y él dice que él de eso no sabe, que él ha hecho sus números y que le sale lo que le dice. Y no hay quien le baje del burro.
En fin, el caso es que a los geólogos se les paga muy poco y no se les da mucha información. Si la cagan por temerarios, se les cae el pelo, así que se curan en salud. Lo que no está escrito. No es extraño que, si creyéramos a los geólogos, construimos sobre poco menos que arenas movedizas en las que no puede entrar ni la excavadora de la obra.
Llegados a este punto, me creerán si les digo que no pocas veces decido no hacer caso del geólogo (mis problemas con la Ley son otra historia).
Un ejemplo: antes de ayer pasé por una obra que hice hace unos años. La cimenté con una losa. Según el geólogo, la losa aguantaba 5 kg; para cargas mayores había que pilotar. Yo sabía que pilotar allí era una ruina, y mi losa tenía que trabajar a 6 ó 7 kg: ningún problema. Y aquí es donde interviene el tema de los asientos. El geólogo había dicho que la carga máxima era de 5 kg porque los asientos serían de 25 mm, lo habitual. A mí no me preocupaban los asientos: la losa, mientras no se partiera, podía hundirse lo que quisiera; seguro que no aparecería en Calcuta. Para empezar, los coeficientes de seguridad del geólogo eran enormes: no iba a ser para tanto. Además, el terreno, una vez hundido, no recuperaría su nivel si cesaba la carga. Y sobre todo: la losa no iba a aparecer en Calcuta, como digo, con lo que tarde o temprano el terreno iba a aguantar los 6 kg que le pedía. Se lo expliqué a los ingenieros clientes, que se extrañaron, pero me creyeron. Y ahí sigue, justo donde la construyeron.
He tenido muchas discusiones con los geólogos, y he tenido que saltarme muchos estudios. Y siempre explico lo mismo: los geólogos hacen sus estudios pensando que allí van a construirse edificios de pisos. Y no siempre es así. He tenido que calcular el entoldado de la terraza de un bar (que a menudo se atornillan directamente al baldosín de la acera, que lo sepan), el pivote de una barrera, farolas, carteles publicitarios y de inicio de obra, vallas de separación, contenedores para echar la basura,... casi de todo. Y convendrán conmigo que no es lo mismo pedirle al terreno que soporte una carga de 200 toneladas de un edificio que quiero que dure 100 años sin que se agriete ninguna pared, que aguantar una papelera, que sólo le pido que aguante la patada de alguien; si un coche se la carga, pues ya se pondrá otra. Pero no hay manera, los geólogos tratan los dos casos igual. Se lo aseguro.
Cualquier calculista estará de acuerdo en lo que digo: cuando dicen que en la capa "R" no se puede cimentar nada, y se niegan a darle una resistencia de siquiera 0,2 kg, que muchas veces es más que suficiente.
Y todo es por un tema de asientos. El geólogo siempre piensa que lo que se va a construir es un edificio de pisos y que tiene cargas muy grandes actuando durante muchos años. Estudia cómo se comporta el terreno en esas condiciones y qué carga produce un asentamiento que él cree que es razonable. En edificios de pisos, además, esos asientos los marca la ley, con lo que se nos priva a los calculistas de establecer el asiento que queremos que soporte el edificio, pero es que hay millones de situaciones en las que la ley, o no sabe, o no debería meterse. Y, claro, los geólogos, por si las moscas, se ponen en lo peor: edificios de muchos pisos.
Y el problema es que luego no hay quien les haga rectificar. Porque consta lo que han dicho, y no es seguro retractarse. Algunas veces lo he conseguido, pero ¡menudos paripés he tenido que montar para salvar la cara del geólogo!
Recuerdo un caso especialmente sangrante. El cálculo no era mío, pero da igual. Era una explanada donde se acumulaba material, y se quería poner un tejadillo de chapa para que no se mojara. En cada metro cuadrado se acumulaban 8.000 kg de producto, amén de que por allí circulaban trailers constantemente. Del tejadillo no colgarían ni bombillas, con una chapita de 0,7 mm de espesor que aguantara la nieve ya valía.
El geólogo indicó pilotes de 14 m de longitud armados hasta el final, por si los terremotos. Incluso un murete de contención, por allí cerca, había que pilotarlo.
El calculista calculó, la constructora presupuestó, y la Propiedad, asustada, me pidió opinión. El calculista había hecho un trabajo muy malo, pero lo del geólogo era de traca. Le explico al calculista sus errores y los del geólogo, y el calculista me dice que el proyecto ya lo tiene la administración y que él, sin retractación formal del geólogo no puede hacer nada. Por lo que me contó, era un ingeniero con mucha experiencia en juicios, y por lo que yo le calé, muy poca en calcular estructuras, pero en fin. El caso es que el tío intenta que el geólogo entre en razón, y nanay. La Propiedad me presiona, y hablo yo directamente con el geólogo, y éste me dice que no. Que hay que pilotar. Yo le explico que si ese terreno es tan malo, hay que mejorarlo para que puedan circular los camiones y el suelo bajo los palets no se hunda, pero que el tejadillo jamás de los jamases necesita pilotes. De hecho, es un alivio para el terreno donde se ubiquen los pilares del tejadillo, porque allí no habrá palets, que cargan mucho más. Y nada. Erre que erre y que no cambia nada.
No sé cómo acabó aquello, pero... hace poco me he encontrado otro estudio del mismo geólogo. De una obra parecida, y fechado un par de semanas después de nuestas discusiones... y recogía punto por punto todos mis argumentos. El muy canalla se había dado cuenta de que yo tenía razón, pero no me lo había reconocido ni había asumido sus errores.
Si las cosas se hubieran hecho con lógica, primero yo habría calculado el tejadillo. Luego le habría dicho al geólogo las cargas que quiero aguantar, incluyendo el apilamiento de palets y el tránsito de camiones. El geólogo habría hecho su estudio y, antes de emitirlo, habría hablado conmigo. Habríamos discutido sus análisis y visto cómo enfocar las cosas, y el geólogo habría firmado, al final, un estudio que se ajustaría a la realidad de lo que se iba a hacer.
O si al menos el geólogo hubiera entendido que un tejadillo de chapa es un tejadillo de chapa, que las cargas son una birria y que no importa si un pilarete asienta 3 cm (que no iba a ocurrir, salvo en su mundo imaginario, pero bueno), pues seguro que habría dado un resultado más razonable.
Pero la ley no cubre todos los casos y, fuera de las situaciones canónicas, es normal que resulte ilógica. Hay personas, como yo, que anteponemos la lógica a la ley, pero somos pocos. Y el resultado son historias como ésta que he contado.
Tengo montones de anécdotas relacionadas con el terreno y con las leyes, y quizá algún día cuente algunas. Y siempre pienso lo mismo. La ley no se entera, y a los que hacen las leyes habría que explicarles algunas cositas, que parece mentira.
Dvorak - Sinfonía del nuevo mundo (1er movimiento)