En el principio existía la Palabra. Así comienza el evangelio de Juan; este relato no se remonta tanto, sólo a poco después de Juan, con el cristianismo difundiéndose rápidamente, quizás es que era fácil competir con la miríada de religiones similares entre sí con panteones superpoblados. Obviamente, contiene algunos misterios de difícil (o imposible) explicación, empezando por la Santísima Trinidad, la Encarnación y la transubstanciación. Pero, salvo estos detalles, la entendía cualquiera.
Y, sin embargo, uno de los primeros problemas que tuvo es que era una religión muy sencilla. Demasiado. Tanto que a una serie de "pensadores", ya en el siglo I, les dio por pensar sobre la nueva religión que estaban abrazando. Los pensadores, que despreciaban la ingenuidad de las religiones antiguas, querían que su religión fuera más pensada, más elaborada; tenía que tener un desarrollo filosófico completo, profundo. Gnosis, palabra griega que significa "conocimiento profundo" (por oposición, los agnósticos no creen en nada trascendente, la vida para ellos es lo superficial, lo que se ve). Pero estos pensadores se pasaron de listos, y elaboraron alambicadas teorías explicativas, confusas y descabelladas, ue de puro retorcidas se alejaban infinitamente de la revelación cristiana. Al principio, los gnósticos formaban una corriente espiritual dentro de la Iglesia, pero en el siglo II la cosa ya se salía de madre. Por suerte, en la segunda mitad del siglo II la Iglesia ya empezó a disponer de pensadores de talla que supieron machacarlos (recordemos que su base social inicial era de clase humilde), y a lo largo del siglo III la gnosis ya se podía considerar muerta. Pero la gnosis sólo fue el principio. Divergencias hubo muchas, muchísimas.
Desde los primeros siglos, las divergencias se trataron hablando. Se reunían en sínodos, y discutían. Si llegaban a un acuerdo, bien; si no, se declaraban en excomunión, como conté en el artículo sobre Honorio. La excomunión no era una cosa muy grave, porque era reversible: era una declaración de "tú y yo no estamos de acuerdo y de momento no comemos juntos". Sí era grave en tanto en cuanto cuando un obispo excomulgaba a otro, se lo comunicaba a todos los demás obispos, y cuando un feligrés de la diócesis del excomulgado viajaba a las demás diócesis, como los de éstas le preguntaban de qué diócesis venía, pues sabían que estaba fuera de su comunidad y el feligrés... se sentía sólo. Estaba claro que no le salía a cuenta ser de la congregación de un excomulgado. Pero si el excomulgado hacía las paces con el otro obispo, pues pelillos a la mar.
Y no siempre ganaba el que estaba en comunión con el obispode Roma: a finales del siglo II, el papa Víctor excomulgó al obispo de Éfeso y a todos los obispos de esa zona. Pero más del 25% de los creyentes, en aquella época, estaban por ahí, así que la medida fue pelín exagerada (el tema de la disputa era tan solo cuál debía ser la fecha de la Pascua), y la opinión pública del resto de la Iglesia le dijo al Papa (se conserva la carta que le envió san Ireneo) que tuviera un poco más de talante. No sé si el Papa cedió, pero la excomunión se levantó.
Cismas ocurrían pocas veces, aunque ya hacia el año 200, unos excomulgados en Roma eligieron un antiobispo, un tal Natalis, y pocos años después, a Hipólito, que era el mejor teólogo que tenía entonces la Iglesia, y uno de los que habían triturado a los gnósticos. Por cierto que este cisma se terminó cuando los romanos deportaron a Hipólito y al Papa juntos a Cerdeña, en aquella época una isla insalubre, en 235, y se hicieron amigos.
Y es que en aquella época, se discutía todo como no nos hacemos idea.Por ejemplo, hubo quienes pensaban que el Apocalipsis de San Juan era una herejía, escrito por un hereje. Y el montanismo, que se llama así por su fundador, Montano: hacia el año 160 quería volver (¡ya!) a los orígenes. Pero mi herejía favorita fue el sabelianismo, que es una variante del monarquianismo. Como dije al rpincipio, una de las cosas más difíciles de entender para los antiguos era el concepto de la Trinidad; lo de Dios, estaba claro, pero ¡uno! Eso es el monarquianismo. En todo lo demás, es la doctrina oficial, salvo este pequeño detalle. El lío de si Dios es Cristo.
El monarquianismo tenía dos variantes, la modalista y la dinamista. La dinamista diferenciaba entre Padre e Hijo, pero consideraba que el Hijo estaba subordinado al Padre, y luego se dividían entre los que pensaban que Dios habitó en el hombre Cristo y los que decían que Dios confirió al hombre Cristo fuerzas divinas. Y la modalista, que promovió Sabelio y se llama también sabelianismo, venía a decir que hay un Dios y tres personas, pero que la palabra persona se tiene que entender como un papel en el teatro: una máscara. Dios es uno, cuando actúa como creador se le llama Padre, cuando actúa como redentor encarnado se le llama Hijo y cuando es un dispensador de gracia recibe el nombre de Espíritu Santo. Suena muy bien... pero es una herejía absoluta. Casualmente, el paladín de la ortodoxia de Roma que combatió el sabelianismo fue el Hipólito antes mentado. Y el origen del cisma de Hipólito fue este comnbate, pero al revés de como se lo imaginan. La tesis de Sabelio sonaba muy lógica, era mucho más sencilla que la explicación que daba Hipólito a la Trinidad, y al Papa de entonces no le sonaba herética. Hipólito sí consideraba que era herejía, y de ahí su pelea con el Papa y que fundara su propia comunidad. Para diferenciarse, denominó a la comunidad del Papa "católicos" (eso no lo sabían, ¡eh!), mientras que ellos eran "los sucesores de los apóstoles", y acusó al siguiente Papa, ayudante del anterior, de avaricioso (esto fue el año 217, pero podía haber sido cualquier otro día). Por cierto que a este Hipólito antipapa se le conoce ahora como San Hipólito.
Pues eso. En la religión católica, disputas ha habido muchas. Muchísimas. Y, al menos en los primeros siglos, se hablaban, se escuchaban unos a otros. Lo del siglo XVI vendrá después.
Por cierto, la frase que inicia el artículo no es casual. No es casual por parte de San Juan, quiero decir. Es la frase que desmontará las mayores herejías que llegarían después (y también el sabelianismo, a ver si descubre cómo), y es que este San Juan era un tío listo que ya se estaba oliendo lo que se cocía. Otro día lo contaré.