En 1848, Johan Strauss (padre) compuso la Marcha Radetzky en honor al triunfante general austriaco Radetzky. Es quizás la pieza de música clásica más conocida en Europa.
Al respecto, lo cierto es que cualquiera de nosotros podría decir una veintena de piezas que necesariamente conoce cualquier europeo, y muy probablemente diez de ellas aparecieran en todas las listas: El Danubio azul, La primavera, la Quinta y la Novena, La Marcha turca, el Adagio, el Ave María, el Canon, Aída, Carmen y un buen puñado de piezas de ópera... si lo pensamos, hay muchísimas piezas que todos conocemos. Lo queramos o no, la música clásica tiene parte importante en nuestra educación y nuestra cultura.
La razón de que sea tan conocida, méritos musicales aparte, es también conocida por todos: cada año, la televisión pública retransmite EL CONCIERTO en su canal principal, en la hora más conveniente para ver la televisión (si a alguno le pasó como a mí y quiere reparar su culpa, puede hacerlo aquí). Es la principal ocasión que tiene la música clásica de colarse en nuestros hogares, y siempre repite el mismo esquema: Primero, un concierto. Aplausos y flores, el diretor se retira pero nadie se mueve: va a haber piezas extra, tres en concreto. La primera es alguna pieza predilecta del director, pero luego, impepinablemente, al marcar el primer acorde de la segunda, El Danubio azul, la orquesta se interrumpe, el director se vuelve y dice (en alemán, claro): "La Orquesta Filarmónica de Viena y yo les deseamos... " "¡Feliz Año Nuevo!" exclaman todos los músicos. A veces, según la personalidad del director, se añade algún breve parlamento, pero la cosa funciona así. Aplausos, se toca El Danubio azul, aplausos de nuevo... y la tensión alcanza su pico máximo. Va a empezar ¿qué si no? La Marcha Radetzky. El momento que todos estábamos esperando. Año tras año.
Lo que sigue a continuación ya lo saben ustedes: hasta el más hierático embajador chino o la impasible mujer japonesa que se sienta en un palco sobre los músicos vestida y maquillada a la manera tradicional de su país, todos, todos aplauden encantados cuando corresponde. Es la mejor prueba de lo divertida que es la música clásica.
André Rieu es... digamos que es holandés y basta. Renuncio a definirle o describirle: si ha pinchado en el enlace que encabezaba este artículo,es el violinista que dirige. ¡Hey, si no ha pinchado hágalo ahora, que este artículo trata de esto!
Vea el vídeo. Fíjese la cantidad de público. Y es un concierto de música clásica. Alguno, al aire libre, no le garantizo la acústica en el gallinero. Y en los que sean cubiertos, tampoco, qué caramba.
Bien, ahora mi pregunta: ¿lo que oye la gente en estos conciertos es música clásica? Si usted viera La Gioconda a 50 metros, ¿diría que ha visto La Gioconda? Si sobrevolara en avión la Plaza de San Pedro o viera una Cabalgata de Reyes desde una fila 18, ¿diría que las ha visto? Claro que la gente oye, capta la melodía y el ritmo, y también la música del conjunto de instrumentos. Pero ¿acaso percibe cuándo entra el fagot y cuando la flauta travesera? ¿Es esto lo que pretendía el compositor?
Hace años, en los ochenta, Luis Cobos sacó el disco "Hooked on Clasics", en el que con un fondo de ritmos típicos de gitanos con una cabra enlazaba piezas clásicas tocadas, éstas sí, por una orquesta filarmónica. Las piezas eran todas muy conocidas, el resultado era muy pegadizo y aquello fue un bombazo. Tanto que dio para varios Hooked más, no recuerdo cuántos. A los melómanos se los llevaban los demonios. Para que nos entendamos: aquello era como si a usted le regalan una biblioteca de obras clásicas... todas en versión resumida y para niños. Un Quijote para niños, una Biblia para niños, un Hamlet para niños,... ¿se lo imagina? O que entra a una pinacoteca y todos los cuadros, la Gioconda, las Meninas, el Dos de Mayo o la Ronda Nocturna están dibujados por Uderzo, Mingote, John Byrne, Rossinsky e Ibáñez, grandísimos dibujantes todos ellos. Eso era Hooked.
Y, sin embargo, sonaba a música clásica. Las piezas eran de música clásica. Los instrumentos eran los propios. Luis Cobos era un reputado director de orquesta. Y, en mi opinión, aunque aquello no era música clásica, sí hizo muchísimo por divulgar la música clásica.
Volvamos a André Rieu. Si no ha llegado, adelante hacia el minuto 52. Presenta a un timbalero, y a su hijo. El Bolero, de Ravel. Bengalas entre el público. Humo, efectos de luces. Banda de timbaleros, de uniforme napoleónico,... casi parece el concierto de una estrella de rock. Minuto 60, el bolero en su apogeo. Saltan las fuentes haciendo figuras de agua, cañones de fuego...
Pero retrocedamos: hacia el minuto 44, El Danubio azul. Gente entre el público bailando "un vals", o más bien la imitación que hacemos todos de un vals. ¡Cielos! ¿Qué va a pasar cuando ataque la Marcha Radetzky, si en Viena pasa lo que todos sabemos? Pues pasa lo que pasa, lanzamiento de globos incluido para que los exploten. Mi favorito es la señora del 50'38''. Vale que nuestra tradición europeo-televisiva es que hay que seguir el ritmo con palmas, pero ¿realmente necesita aplaudir de manera tan estentórea?
Con todo, mi mayor respeto por André Rieu, y reconozco que consigue mostrar la música clásica de una manera divertida. Sólo que quizá se deja a la Música Clásica por el camino.
Bueno, mire, si cree que me estoy pasando, vea este vídeo y aguante al menos treinta segundos: http://www.youtube.com/watch?v=r8ZKkm5N9oM. ¿Ha visto el toro? Sí, la música es, pero el espíritu de la pieza ha sido totalmente tergiversado. Lo que antes era admiración y reconocimiento, ahora es rechifla y mofa. André Rieu, señores. Y el público aplaude.
Yo no soy melómano. Mi conocimiento de la música clásica es relativamente superficial y mi amor no muy apasionado. Hay muchas piezas clásicas que me encantaría no haber escuchado, la verdad. Y no trago a Paganini. Una vez que la soprano alcanza un cierto nivel, ya no distingo su calidad: para mí, hay tres niveles, las famosas, Josica y las que escuchamos en los bodorrios entonando el Ave María, y por encima de Josica todas son excelentes. No distingo la calidad de la Sinfónica de Minsk o de la Sinfónica de Cleveland y no me entusiasma Beethoven. Pero cuando oigo a Rieu y veo al público de su Marcha Radetzky, pienso que al público le están vendiendo carne de gato como si fuera ternasco, y que el público, además, está convencida de que es ternasco. Y si no me cree, fíjese en lo que va después del bolero de Ravel y fíjese en los músicos... o en todo.
Después del bolero, el concierto de Berlín deriva hacia tonadas más populares en las que el chascarrillo y la algazara es más comprensible y recomendable: sí, termínelo, lo disfrutará. Y por último, para los que, como yo, se hayan ofendido un poquito: http://www.youtube.com/watch?v=WEt0pSfND8M