He leído por ahí que un antiguo responsable de Caja Navarra ha tenido que declarar en el Parlamento de ahí, lógicamente para responder de los distintos trapicheos que, qué menos, habrá habido en su Caja durante su égida. Nada del otro mundo, salvo que el listo estuvo compareciendo durante trece horas y media. Trece horas y media dan mucho de sí, si se trata de dar explicaciones, por lo que imagino que no volverán a preguntarle a ese hombre nadie nada nunca más, no vaya a ser que se casque otras trece horas respondiendo.
Lo cual me recordó una escena de la nunca suficientemente bien ponderada El Ala Oeste de la Casa Blanca, obra culmen del género audiovisual de la Humanidad y sin duda en los próximos días declarada una de las Siete Maravillas de la Humanidad. La escena en cuestión ocurre en la séptima temporada, cuando hay un accidente en una central nuclear en California. Están en plena campaña electoral, y precisamente el candidato republicano (personaje interpretado por Alan Alda) había sido, en algún momento de su larga trayectoria de Senador por California, el principal promotor de esa central y todo eso. El caso es que se le culpa a él del accidente, que además es un ferviente partidario de la energía nuclear frente al medioambientalismo del rival demócrata. El equipo del candidato republicano está debatiendo cómo salir de la que les está cayendo cuando Alda decide, directamente, volar a la central nuclear y convocar allí a toda la prensa. ¡Prime time! Los periodistas se le echan encima como lobos, mientras el senador va respondiendo una a una a todas las preguntas, a cual más comprometida, que le realizan... hasta que de pronto van dejando de hacerles preguntas. Pero él sigue allí, declarando. Los periodistas, poco a poco se van yendo y él sigue clamando su atencion... que ya no tiene. La cosa ya no va a dar más de sí, ya no hay interés, ya está todo dicho. Al acabar la jornada, exhausto, el republicano ha conseguido matar el tema. Sí, ha sido estrella en las noticias un día, pero ya está, se acabó.
Lo que ha hecho el personaje de El Ala Oeste, y lo que ha hecho el mandamás de Caja Navarra, es aplicar la sabia máxima de "mejor una vez rojo que cien colorado". Y es lo que deberían hacer, en general, los políticos. Cuando cometen un error, lo que hacen ahora es esconderse, que salga otro a decir alguna frase ingeniosa sobre el adversario, como mucho aparecer para dar una escuetísima declaración (no se admitirán preguntas) y rápidamente que algún subordinado llame fascista al otro partido. Imaginemos, por ejemplo, que un alto cargo de tu partido mete mano en la caja (repito que es un suponer), saca cada viernes un buen montón de fajos de billetes y los reparte entre unos cuantos, aunque no se ha demostrado que el mandamás sea uno de ellos; Insisto, esto es pura especulación, en un plano meramente teórico. Mil a uno a que el mandamás lo negará todo y dirá que esto es una cortina de humo creada por el adversario que, ése sí, ése sí mete mano a su propia caja. Y que además todo es una patraña para ocultar los graves problemas que tiene el país y que bláblálá. No, nunca se da el caso de que el mandamás se enfrente a porta gayola con TODOS los medios de comunicación y conteste a todas las preguntas, empezando por a más comprometida del más hostil de los periodistas. Y que hable y hable y hable, y cuente toda la verdad y expliqué qué pasó, que fallaron los mecanismos de selección de personas y de control de la caja, que ha habido unos aprovechados y que son éste, ése y aquél,... en definitiva, que lo cuente todo. Si así lo hiciera, sin duda el tema sería la estrella de los periódicos hasta el siguiente domingo... y ya está. Puede que el tema de la metida de mano en la caja siguiera adelante, no en balde sería algo que no podía quedarse ahí, pero desde luego la posición y el honor del mandamás ya no sería el objeto de la discusión (probablemente, lo que habrían estado buscando los destapadores del asunto). Amenaza anulada y a seguir.
Se preguntarán ustedes cómo es que sé tanto del tema. Pues porque soy ingeniero, y he cometido muchos errores. En multitud de ocasiones se me han requerido explicaciones y... he descubierto que no es buena idea intentar escurrir el bulto, negar la evidencia o echarle la culpa a otros (y menos aún, al equipo). No, hay que ser un hombre y asumirlo. Incluso si el fallo lo ha cometido un subordinado, un delineante, un ayudante, quien sea. Mejor una vez rojo que cien colorado, y normalmente la persona de enfrente no quiere tu cabeza, quiere que no haya errores. Y en ese momento, en el que ya tiene un error encima de la mesa, lo que no necesita es además a un culpable que no lo reconozca. Así que lo reconoces y, si sabes explicarlo sin que suene a excusa de mal pagador, lo explicas, y si no, agachas la cabeza y aguantas el chorreo. Y a buscar soluciones, que es de lo que se trata.
Pero aún digo más: en que detecte que ha cometido un error, dígalo. Dígalo con conocimiento y a quien debas decirlo, claro, pero dígalo. Estas cosas, cuanto más tarde peor. Más grande será la bola de nieve. Más enraizado estará y más costará resolverlo. Y se descubrirá, se lo aseguro. Probablemente, al principio el único coste de la solución será ponerse rojo y que le calienten las orejas; ni siquiera su prestigio estará en juego, porque hasta el mejor escribano echa un borrón. Pero si deja que el fallo avance, se mida y presupueste, se ejecute,... de verdad, cada vez el coste de pararlo será exponencialmente mayor, su exposición cada vez más pública y el número de personas ante las que se pondrá colorado se multiplicará. Y si piensa que lo mejor es callar cual tumba porque nunca se descubrirá le advierto que puede llegar incluso, casos suficientes ha habido como para escarmentar en pellejo ajeno, a farfullar las excusas directamente a los dos números de la Guardia Civil que le acompañen, uno de cada brazo, a ver al juez.
Así que siga mi consejo: más vale una vez rojo que cien colorado.