Cuando tenía 11 años (en realidad fue cuando todavía tenía 10, debido a lo atrasado de mi nacimiento), mi profesor de Matemáticas era Emiliano Gurpegui, "El Emiliano". He de precisar que yo iba con el plan de EGB, no con el anterior de Ingreso y Bachillerato, pero sí es cierto que El Emiliano sí era un profesor de Bachillerato. Todos lo eran, de hecho, ya que el Bachillerato había estado vigente en ese curso hasta apenas unos años antes y aún lo estaba para los cursos superiores. Más aún, varios de mis profesores daban clase también en los cursos de todavía entonces bachillerato (y yo volví a tenerlos cuando llegué hasta allí).
El caso es que durante dos años, El Emiliano fue mi profesor de matemáticas; puedo citar a los demás de aquellos años, pero con el recuerdo de uno me basta para lo que quiero decir.
Las matemáticas que estudié yo entonces con diez, once años, están a años luz de las que estudian los chicos ahora. Conceptos como las leyes de Morgan, los Grupos Abelianos, el binomio de Newton (¡el binomio de Newton!) o los polinomios son, actualmente, cosas desconocidas a esas edades. Ítem más, me atrevo a decir que el alumno medio termina la Enseñanza Secundaria Obligatoria sin estudiar estas cosas que, ya digo, yo acometía a los once.
Si pensamos que en aquellos años mi padre clamaba contra la EGB y el paso atrás que en su opinión acarreaba, y que ya circulaba el chiste del labriego y el saco de patatas que todavía ronda por ahí (el de la comparación entre planes de estudio; la EGB sería la enseñanza reformada de 1970)… ¿a qué viene quejarnos ahora?
De hecho, algunos de mis profesores de aquel año nos advertían de que más adelante sería más duro y nos exigían un salto desde la infancia de quinto curso: clases tipo conferencia, tomar apuntes, escribir en hojas tamaño folio… Más aún: creo que ninguno de los profesores (salvo el de Inglés) utilizó el libro; quizás el de Geografía e Historia (el MiniPanzas, porque era el hermano pequeño de El Panzas - y este seguro que no usaba el libro). El Emiliano, por supuesto que no. Y esto último es algo que, viéndolo con perspectiva, se comprende perfectamente: aquellos profesores, con el ritmo del Bachillerato aún reciente, despreciaban por completo los nuevos libros y el sistema educativo que tenían que impartir y preferían seguir haciéndolo a su manera.
Años después tuve algún amigo que había empezado Bachillerato pero que, debido a que iba un curso adelantado a su edad (cosas de la época), le había obligado a repetir, y el curso que repetía ya era de la EGB. Pues este amigo, que conoció de primera mano los dos sistemas - el mismo curso, con uno y otro- dice que no había color. Y eso que eran los mismos profesores.
En esas que estamos ahora. Todos somos conscientes que el nivel formativo ha bajado hasta cotas que creíamos inalcanzables. Y tras años y años de reformas, arreglos y reestructuraciones, todos sabemos por experiencia que la cosa no mejorará. No nos engañemos, irá a peor. Tampoco pienso que sea culpa de los profesores: he hablado con muchos, y todos vienen a decir lo mismo: cada año, con "el material" que les llega intentan obtener el mejor resultado posible.
Esto último - hago un inciso- me hace pensar que la culpa está en la educación pre-escolar; todos los profesores y maestros me dicen que el nivel que les traen los chavales es muy bajo y que ellos, viendo que no conseguirán cumplir el currículum que tienen asignado, rebajan también sus exigencias. Y que apechuguen los siguientes. Nadie se planta, nadie dice que ningún niño aprobará su asignatura sin tener los conocimientos que él considere básicos. Al contrario, incluso si le suspendiera el niño podría seguir su carrera estudiantil sin mayor problema. Y los maestros de los primeros años se quejan de que tienen veinticinco niños por clase (algo que nunca fue un problema para muchos), que patatín y que patatán. Finalmente, la culpa es de los padres. Como si los padres exigiéramos que el nivel de estudios de nuestros hijos no fuera tan alto.
En mi opinión, la culpa es de dos partes. Los primeros, todos los psicólogos, educadores profesionales, terapeutas, representantes sindicales (¿qué cojones pinta el personal administrativo y de servicios en los consejos escolares y universitarios?), ¿he mencionado ya los psicólogos y educadores profesionales?, y sobre todo los políticos. Todos los que ven los toros desde la barrera, que le gritan al torero lo que tiene que hacer y lo que no, el público en la grada que le chilla al boxeador qué ha de hacer para que el otro no le pegue y le ordena que le pegue ya un gancho de derechas que lo tumbe. Todos los que dicen que saben cómo hay que educar a un niño, a dos y a siete a la vez si hace falta.
Y, los segundos, todos los demás, por habernos callado ante las estupideces dichas por los primeros, como toda la corte ante el traje nuevo del emperador, ¡qué van a pensar de nosotros si les decimos que están equivocados! Y en especial, todos y cada uno de los maestros y profesores. Los que ven, año tras año, cómo el sistema falla, y no hacen nada. Profesores que no exigen que se les respete y se les escuche, que no imponen un temario y un nivel de aprobado, profesores que piensan que este año tampoco y que se tendrán que aguantar un año más… Sí, profesores, no me vengan con excusas diciéndome lo que yo digo, que me es muy fácil criticar al torero desde la barrera. Llevan ustedes años y años culpando a todos los demás, a los padres, a los niños, a los planes de estudio, a los políticos, a las leyes, a los profesores que tenían los niños antes de ustedes,… a cualquiera, antes que reconocer que cada año deciden que no van a hacer su trabajo como creen que deben sino como buenamente (esto es, sin meterse en problemas) pueden.
Lo triste del caso es que los maestros de ahora ya han sido educados con los planes lamentables, inframínimos. Ya no quedan Emilianos ni Panzas, Moles ni Galveces. Si ya ni el minero sabe extraer minerales, ¿qué más da la herramienta que le demos? Así es que la Educación no necesita una Reforma, sino una Revolución. Y eso no va a ocurrir, no en este país mientras nos gobernemos nosotros.
Pero es que este tema es de importancia capital. Ya es tarde, y cada vez lo será más; al menos, todavía quedan personas que recuerdan que más exigencia era posible; ¿cómo los que queden van a creer, cuando los otros falten, que hay que mejorar la educación si es la que ellos han recibido?
No, es el momento de plantarnos y decir HASTA AQUÍ HEMOS LLEGADO. Y decirles a los psicólogos que vuelvan a los agujeros de los que salieron y a los profesores que basta de lágrimas de cocodrilo y que se pongan inmediatamente a hacer bien su trabajo. Y si un profesor se lo toma en serio y decide que aprobará sólo el que valga, ¿qué le ocurrirá? Seguramente, que personas mayores (el director de la escuela, los padres,...) acudirán a protestarle: cómo se le ocurre pedir que no comentan faltas de ortografía, que los problemas tengan que pensarse, que tengan que desarrollar ideas, que ejercitar la memoria, que relacionar ideas... ¿Y no serán capaces de razonar con estas personas, de explicarles porqué es bueno lo que hacen, mejor para los chavales?
Es posible que haya "víctimas colaterales". Que aquellos chicos que, según dicen, boicotean la labor del profesor e impiden que la clase avance sean reducidos a pulpa por el intelecto más desarrollado del maestro. Cabe dentro de lo posible. Pues si ése es el precio que se ha de pagar, que se pague. La inmensa mayoría saldrá ganando.
Pero no pasará nada. Porque la clase educadora tiene dos formas de hacer bien su trabajo: aquella que, cuando se jubilen, aprecien el fruto que la simiente que sembraron ha generado, y aquella otra con la que, cuando se jubilen, dirán ¡al fin he conseguido jubilarme! La del trabajo duro y valiente, o la del trabajo discreto y sin buscarse problemas. Pues yo pienso que en nuestra sociedad hace tiempo que el esfuerzo dejó de ser un valor, y los profesores van a optar por la segunda opción. Como vemos cada día.
Pero no pasará nada. Porque la clase educadora tiene dos formas de hacer bien su trabajo: aquella que, cuando se jubilen, aprecien el fruto que la simiente que sembraron ha generado, y aquella otra con la que, cuando se jubilen, dirán ¡al fin he conseguido jubilarme! La del trabajo duro y valiente, o la del trabajo discreto y sin buscarse problemas. Pues yo pienso que en nuestra sociedad hace tiempo que el esfuerzo dejó de ser un valor, y los profesores van a optar por la segunda opción. Como vemos cada día.