Cualquier observador del día a día de nuestro país no puede dejar de preguntarse si lo que va a hacer Sánchez es lo que realmente quieren la mayoría de sus votantes. Si los que le han votado en Madrid, en La Mancha, en Murcia y en tantos sitios querían que hiciera lo que va a hacer - y no tengo duda de que lo va a hacer, lo que se está diciendo, lo que se está pensando y mucho más si le hace falta- o si siquiera no les importa que lo haga, siempre que sea él quien lo haga (y por él me refiero a "uno de los suyos", es decir, no uno "de la derecha").
Los que no le hemos votado aceptamos, resignados, el resultado de las elecciones (algo que, sin embargo, no aceptan los del PSOE, que ahora mismo están apelando ante el Tribunal Constitucional - porque saben que ese tribunal hará lo que sea preciso para ayudarles- el recuento oficial). Y si Sánchez, de acuerdo con las reglas que nos hemos dado, renueva su mandamasato y, como es de esperar en él, excede sus atribuciones en como considere conveniente para prolongarlo, pues qué le vamos a hacer, es resultado de las elecciones. Es lo que, en definitiva, ha reunido el mayor apoyo.
Ahora bien: como ingeniero, no puedo comprender a esos votantes que no se han basado en los hechos para tomar sus decisiones sino en sus emociones. Que me parece muy bien que tengan emociones, pero no somos animales. Somos seres racionales (al menos, así se estudiaba en mis tiempos de escuela). Razonamos, y cuando se decide el voto hay que hacerlo razonando.
Ya sé que las campañas de los políticos que ganan las elecciones se basan en excitar las emociones de sus votantes, no en hacerles reflexionar serenamente: está claro de que esto saben más que yo. Pero... ¡caray!
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