domingo, 11 de abril de 2021

Luis Antonio Jaime

https://www.youtube.com/watch?v=LKwHjECvox4 

 

 

Felipe V se casó con María Luisa Gabriela de Saboya; pero en 1714 enviudó, y casó en segundas nupcias con Isabel de Farnesio (y ya fue esta quien quedó viuda). Con ambas tuvo hijos; el más famoso de los de la primera, Fernando VI; de la segunda, Carlos III. Con la de Saboya tuvo 4 hijos: uno murió neonato, otro murió a los 7 años, Luis I ya saben y el que más vivió fue Fernando VI, hasta los 46. Con Farnesio tuvo 7 y sólo uno murió neonato; de los demás, una de ellas (María Teresa) casó con quien luego fue Luis XV pero murió al dar a luz. Los otros 5, en cambio, si tuvieron una vida larga. El caso es que el sexto de los hijos se llamaba Luis Antonio Jaime, Luis Antonio para la Historia; supongo que los íntimos le llamarían Luis a secas. Como el infante Francisco había muerto neonato, en realidad era el 5º de los hijos de Isabel de Farnesio.

El problema de Luis es que no era el quinto hijo de Felipe V: también estaba Fernando VI, que no se había muerto, y éste era sin lugar a dudas el heredero del reino. El primogénito de Isabel de Farnesio, Carlos, sería rey de Nápoles y de Sicilia, la hermana mayor sería reina de Portugal, el siguiente hermano, Felipe, recibió ducados importantes de Italia y María Teresa ya he dicho que casó con el que sería Luis XV de Francia, mientras que la hermana pequeña fue reina de Cerdeña; todos, como ven, quedaron encaminados. Pero ¿qué hacer con Luisito?

Pues lo normal en aquella época para los reyes: con 8 años, cardenal. Qué caramba: arzobispo de Toledo y primado de la Iglesia en España.

Lo de cardenal tiene su explicación: lo importante era el título, que acarreaba las consiguientes prebendas e ingresos del cardenalato. Y así quedaba el chaval con la vida arreglada. De hecho, se hacía más veces de lo que parece, pero como pago a grandes consejeros de los reyes: al recibir el título, el cardenal conseguía los ingresos que su consejo merecía, y en cambio el monarca se libraba de tener que pagarle por ellos. Sin ir más lejos, el principal consejero de Felipe V era de ascendencia humilde y no tenía el clásico ducado o condado que le rentara, y Felipe V le consiguió el grado de cardenal: cardenal Alberoni. Aunque, eso sí, Alberoni era desde el principio sacerdote.

En el caso del cardenal Alberoni, hay que hacer un inciso aclaratorio: no fue cosa de Felipe V, sino de la reina Isabel. Y es que Alberoni vino a España como embajador de Parma, de donde era Isabel, y parece ser que medió para que Isabel casara con Felipe V. Isabel se sintió en deuda con Alberoni, y le favoreció cuando pudo. De todas maneras, el cardenal Alberoni fue un gran consejero del rey (aunque duró muy poco, las potencias europeas tenían mucho poder y no veían con buenos ojos a un ministro capaz como Alberoni) y como tal lo estudiamos en el colegio cuando yo era chico. 

Pero estábamos con el infante Luis Antonio. Y lo que más chirría en su historia es el arzobispado: el concilio de Trento había prohibido que los sacerdotes fueran niños. Y, caray, hablamos de un niño de 8 años.

Alguien podría alegar que en aquella época los niños eran muy precoces: sin ir más lejos, fíjense en el retrato que el pintor de la corte Jean Ranc pintó de su hermana María Teresa y que se conserva en el Museo del Prado: www.museodelprado.es/coleccion/obra-de-arte/maria-teresa. Según la ficha técnica del retrato, la niña tenía entre tres y siete años. Si somos benevolentes con el retratista, convendremos que no pintó a la niña que era sino a la muchacha que podría ser.  

En fin, el caso es que hubo que negociar mucho con Roma, fue difícil, pero lo consiguieron. Arzobispo. Eso sí, no obispo: en realidad, lo que consiguieron fue que fuera arzobispo en calidad de administrador de los bienes del arzobispado. Algo siempre es algo. Lo malo del asunto es que un par de años después, teniendo el mozalbete 10 años, el papa le otorgó también la administración espiritual de la diócesis.

Por completar la historia, en la actualidad el código de derecho canónico establece que los cardenales han de ser obispos. Lo que no significa que han de ser obispos para ser cardenales, sino que si al nombrarlos cardenales no son obispos se les ha de dar el orden episcopal. Como chascarrillo, para ser obispo hay que tener al menos 35 años y llevar 5 como sacerdote, con lo que el pequeño Luis no habría podido ser cardenal porque no habría podido ser obispo.

Y ya que estamos: para ser papa tampoco es necesario ser cardenal. Ni ser obispo. Al igual que con el cardenalato, esos detalles menores se resuelven rápido: el cardenal de Ostia otorga el orden episcopal al elegido pontífice, y problema resuelto. El último caso se dio en 1831: Gregorio XVI no era obispo ya que había rechazado un par de veces el nombramiento. Pero era un hombre de mucho prestigio, y ese prestigio le había llevado a que el papa León XII lo nombrara cardenal. No habría pasado nada si el sucesor de León XII hubiera tenido una vida larga, pero Pío VIII no duró dos años, y en el cónclave subsiguiente no había dudas de que se iba a elegir al cardenal Giustiniani, pero... el cardenal español comunicó a los demás cardenales que Fernando VII vetaba a Giustiniani porque éste había sido nuncio en España (y durante el trienio liberal). Es curioso el veto, porque Giustiniani era antiliberal, pero seguro que hizo algo que no gustó al rey español y ya sabemos qué persona era Fernando VII. Hay que decir que la relación entre España y Roma estaba un poco tensa por la independencia de las colonias de América: las colonias necesitaban nuevos obispos porque los americanos odiaban a la iglesia católica porque la asociaban con España y tras las guerras de independencia ¡no quedó ninguno!, pero el rey exigía mantener el patronato de esos obispados. Y cuando  León XII nombró 2 obispos para Colombia a petición de Bolívar, Fernando VII rompió sus relaciones diplomáticas con el papado y dos años después se vengó con el veto. Aunque la victoria no le duró mucho, porque el rey felón murió en 1833 y entonces el papa, Gregorio XVI reconoció a los países iberoamericanos, les envió nuncios y nombró obispos, dándoles también la independencia eclesiástica respecto de España. El caso es que en el cónclave de 1830/1831 el que tenía que ser papa no podía serlo, y tras muchas discusiones y un muy largo cónclave eligieron a un cardenal que no era obispo. Y tuvo que actuar el cardenal de Ostia.

¿Por qué el cardenal de Ostia? Porque no todos los cardenales son iguales. Los cardenales normales, los que conocemos todos, se llaman cardenales presbíteros. Formalmente su cardenalato es una iglesia de Roma que tiene rango de titulus, a la que no acuden y en la que tienen prohibido inmiscuirse en sus asuntos (aunque han de promover el bien en ella, con su consejo y su patrocinio); por ejemplo, el actual arzobispo de Barcelona, Juan José cardenal Omella, es cardenal de Santa Cruz de Jerusalén, siendo el anterior cardenal de Santa Cruz de Jerusalén el que fue arzobispo de Praga. Por debajo de ellos en el rango están los cardenales diáconos: éstos son los altos miembros de la curia vaticana; es decir, no son titulares de una diócesis (aunque sí tienen título de obispos). Y también tienen el cardenalato por una iglesia de Roma. Y por último, están los más importantes: los 6 cardenales obispos y los patriarcas orientales. Los patriarcas orientales son los de los maronitas y los coptos. Y los seis cardenales obispos... resulta que Roma tiene siete diócesis sufragáneas (suburbicarias, en lenguaje estricto: es la calificación de las diócesis sufragáneas de Roma). Hay seis cardenales, llamados cardenales episcopales, que no tienen el cardenalato con una iglesia romana, sino con una de las 6 diócesis suburbicarias (salvo la de Ostia). Ni que decir tiene que igual que las iglesias de Roma tienen su párroco independiente del cardenal, las 6 diócesis tienen su obispo independiente del cardenal episcopal asociado a esa diócesis. Y luego está Ostia: el cardenal episcopal decano, además de su diócesis, ostenta la diócesis de Ostia. Los cardenales episcopales que son patriarcas no tienen tampoco una iglesia de Roma, pero tampoco una diócesis: es su propio patriarcado el que les da el rango. Y una anécdota: si queda vacante el cargo de cardenal decano, no es el papa el que elige al nuevo decano, sino los cardenales episcopales, que se reúnen ellos solos y eligen al nuevo decano; proponen su nombre al papa y éste lo nombra. Y lo mismo para el subdecano. Total, que si el cónclave elige pontífice a un sacerdote no obispo, es misión del cardenal de Ostia ordenarle obispo. Si el cardenal decano está impedido, ha de hacerlo el subdecano; y si éste también lo estuviera, el más antiguo de los cardenales episcopales.

Pero, vamos, desde 1831 no se da la necesidad y no creo que se vaya a dar muy a menudo. Aunque nunca se sabe: son casos excepcionales, pero a veces ocurre que se nombra cardenal a personas que no son obispos y que por las razones que sean no quieren ser ordenados obispos y el papa les dispensa de esa condición, así que... ¡quién sabe! Eso sí, lo de Luis Antonio Jaime no creo que ocurra de nuevo. Al menos en la Iglesia católica.

Por cierto: al bueno del infante Luis no llegaron nunca a ordenar sacerdote, pero sí a los 14 años... arzobispo de Sevilla. Pero no duró mucho: a los 27 años dejó todo y se reintegró a la vida secular. De la que en realidad no se había apartado mucho, porque como es lógico eran otros los que se encargaron de las administraciones de sus diócesis. Unos años después era conde de Chinchón, se casó y se dio la vida padre. Lo que en el fondo quería su madre, vaya. Aunque cuando murió su hermanastro Fernando VI y fue rey su hermano Carlos III empezó a tener problemas, por un curioso detalle: el infante Luis Antonio había nacido en España. Los hijos de Carlos III, en especial el futuro Carlos IV, habían nacido en Nápoles, no en Italia, y la ley española exigía que los reyes de España hubieran nacido aquí. Así que Carlos III vio a su hermano como un rival que iba a quitarle el trono a su hijo, y digamos que no lo trató bien; ni a él, ni a los hijos que luego tuvo. Curiosamente uno de ellos, su hijo Luis María,... también fue arzobispo de Toledo y cardenal. Pero éste al menos se había ordenado sacerdote a los 22 años, porque él quería, y recibió el obispado siendo ya sacerdote. Más formal, vaya. Y además fue regente de España: desde la retirada de Pepe Botella hasta la llegada de su sobrino Fernando VII. Aunque ésta sí que es otra historia, para otro día.

Dato curioso adicional: Luigi Boccherini, autor de la pieza que he recomendado para el acompañamiento de este artículo, estaba al servicio del infante Luis Antonio. El infante no era ningún asceta.



Luigi Boccherini - Los españoles se divierten por las calles de Madrid


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