El otro día asistí a la 1ª comunión de un sobrino. La verdad, no me gustó. El acto en sí, quiero decir: la celebración pagana que siguió a la ceremonia religiosa fue, no cabría esperar otra cosa, espléndida. Pero no la misa. Y para la Iglesia, lo importante es el acto religioso, una misa en la cual hay nuevos comulgantes, los niños para los que es su primera vez. Asiste y participan en un encuentro de mayores, eso es todo. Añadamos que para muchos ésta es una de las pocas ocasiones en las que entran en los templos y ¿qué les ofrece la Iglesia? A veces parecía que se les ofrece "Una misa en el Coco Bongo", oigan: una fiesta, un jolgorio, un sin fin de canciones kumbayá, un despiporre de niños y asistentes saludándose entre sí por todo el templo, un futimé de conversaciones. Nada de oración, recogimiento, contrición, catquesis. ¿De qué iban las lecturas, sobre qué versó la homilía? No lo sé.
Hasta hace no demasiados años, España estaba ampliamente cristianizada; la inmensa mayoría de la población era católica. Aunque siempre han existido no practicantes, descreídos, agnósticos, ateos, infieles y apóstatas, el hecho cierto es que el número de éstos se ha disparado en los últimos 40 años, hasta el punto de que la mayoría antesdicha ya no es inmensa, ni siquiera mayoría: minoría mayoritaria dentro de las religiones, y gracias. Y la mejor muestra de este hecho son las misas: de las superpobladas de 1970 (es un decir, pero las recuerdo a reventar, con los pasillos llenos de asisentes de pie, por ejemplo) a las casi vacías de ahora. Por supuesto, ambos hechos están relacionados, pero ¿qué fue primero, el huevo o la gallina? ¿No va uno a misa porque ha dejado de creer, o deja de creer porque no va?
Yo pienso que es lo segundo: primero, se deja de ir a misa, y luego se deja de creer. Se cambia la asiduidad por un de vez en cuando, poco a poco se convierte uno en no practicante, y luego ya lo que quieran. Raro se me hace que el proceso sea a la inversa.
Así que mi conclusión es obvia: la pérdida de creyentes no se produce fuera del templo, por declaraciones del Papa o de algún obispo, o por la noticia de algún abuso sacerdotal. La pérdida se genera en las misas.
¿Qué pasa en las misas?
En mi mocedad solía ir a la capilla que quedó de mi antiguo colegio. Allí la misa era austera, sin boato, sin cánticos, minimalista. Pero era muy sentida, y los curas tenían una sólida formación que se notaba en las homilías. Eran muy inteligentes, dirigidas a personas inteligentes. Miren, se lo voy a decir: eran cautivadoras. Aquellos curas sabían hablar, sabían razonar, se explicaban, daba gusto oirles. Uno siempre estaba atento a lo que decían.
También solía ir a mi parroquia. Ambos templos eran la noche y el día: aquí, el boato, el rito, la ceremonia. De nuevo los curas eran muy buenos en lo suyo, pero no destacaban por las homilías sino por el rito. Eran misas más largas, pero pocas veces salía uno disgustado por ello. El ritual seguido al pie de la letra, sin veleidades del Coco Bongo, producía calma, recogimiento, reflexión. Uno se daba cuenta de dónde estaba y qué hacía, y eso también es importante.
De vez en cuando, claro, acudía a otros templos. En el Carmen las misas eran rápidas, alegres (todo canciones) y superficiales: ideales para cumplir el expediente. Y en otros sitios, eran más como ahora.
Y ahora, ¿cómo son?
En general, si uno asiste a una misa, lo primero que notará es que no es necesario ser puntual; de hecho, parece incluso elegante llegar tarde: en la mayoría, el 50% del público o más entra con la misa empezada, y muchos muy empezada. No debe de ser tan importante lo que pasa dentro, si ése es el comportamiento de los asistentes.
Aquí la liturgia pierde una de sus bazas: se empieza sin preparación, no se pone uno en situación. No sé si alguna vez han asistido a un concierto clásico, una ópera o equivalente. Uno ha de llegar con tiempo, y asiste a los ultimísimos preparativos, afinamientos, etc. Todo esto crea una expectación, fundamental para el ambiente. Pues en la misa, olvídense de la expectación; al contrario, hablamos de desinterés.
Le toca al cura. Y en esto la realidad es la que es: son malos, y la personalidad del celebrante lo impregna
todo. Esta personalidad suele ser la de un hombre mayor, con escasa preparación, con patética oratoria, y el resultado es que no interesa y se proclama con monotonía: no es raro echar una cabezadita, mirar el reloj o repasar la lista de la compra. Celebra
sin ceremonias, tal es su soledad (a veces colabora algún feligrés; a
menudo su resultado es patético). A veces hay canciones. Pero no hay
alegría. Las más de las veces, no se nota que el pueblo participe de la
celebración. Digamos que son misas en las que no hay fervor, y el fervor
es contagioso: cuando lo hay, y cuando no lo hay.
Después de la homilía hay un intercambio de oraciones pueblo/celebrante. Se dicen cosas importantes, pero no se ha concienciado al pueblo de lo que hace, así que se recitan de corrido sin pensarlas. En la consagración pocos se arrodillan: casi nadie se da cuenta de lo que es (y de la cantidad de gente que ha muerto por defender lo que es). En el padrenuestro y en el rito de la paz, algún cura se cree en el Coco Bongo, pero el culmen viene en la comunión: muchísimos no comulgan. Es como ir al Buli y no comer. ¿Qué has ido, por la conversación?
También
tenemos aún misas "El Carmen": templos desnudos, iconografía de
vanguardia que no dice nada, misa kumbayá, superficial. Cumplen, pero no
creo que aporten nada al feligrés.
Y yo ¿qué sugiero? En primer lugar, obispos concienciados y dispuestos a reconducir la situación. Los curas son los que son, pero es como los músicos de una orquesta: importa el director.
En segundo lugar, sería rígido. Nada de Coco Bongo. Se empieza a una hora, no se puede entrar después. ¿Es drástico? Sólo el primer mes, luego nadie entenderá la situación anterior. Y dentro, silencio y seriedad. Por descontado, no conversaciones, no móviles.
En tercer lugar, reharía la liturgia. Más latín. Las oraciones en latín no son difíciles, Gloria in excelsis Deo, Credo in unum deum, Agnus dei qui tollis pecatta mundi (miserere nobis) y, no se burlen, sitúan mejor al pueblo en lo que está hacendo, le hacen más consciente de lo que dicen.
Y, ya puestos (de aquí a la hoguera), sugiero que pueda no ser el celebrante el que pronuncie la homilía: puede haber personas preparadas, designadas por el obispo, que hagan homilías mejores. ¿Por qué no?
Desde hace años vengo observando el declive del número de católicos. No sé dónde está el fallo, si en el Vaticano II, si en los Papas que lo desarrollaron, si fue el abandono de la liturgia trentina o yo qué sé. Pero estoy convencido de que si se quiere revertir la situación, cambiar las misas es clave.
Mientras tanto, la próxima primera comunión de un sobrino se celebrará en el salón de actos de su colegio: ¡no les cuento!
The Mask (BSO) - Cuban Pete
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