jueves, 18 de octubre de 2012

Lance Armstrong

Estrictamente hablando, dopaje en el ciclismo profesional ha habido siempre. Aquellas palizas, la Vuelta a España a finales de abril y principios de mayo, con el clima cambiante lloviendo día sí y día no, con frío terrible en el norte y calor brutal en el sur...; el Giro, casi a continuación, con la nieve en los Alpes que no se sabía si se suspenderían las etapas (cada año alguna), y poco después el Tour...Pues claro, los ciclistas se alimentaban con una dieta especial, tomaban unas comidas rarísimas en los avituallamientos, suplementos vitamínicos, de todo... y luego, en el hotel, aire acondicionado en el salón o la habitación y faringitis al canto. ¿Cómo correr entonces? Un aerosol, una pomada, algo. Y a menudo, daba positivo. Ángel Arroyo cuando iba a ganar la Vuelta, Perico Delgado ganando el Tour, por citar sólo un par de casos; estrictamente hablando, algo de dopaje había. Sean Kelly perdió la Vuelta del 87 por un forúnculo el penúltimo día, lo operaron en el hotel al acabar una etapa, y el pobre hombre no podía ponerse ni una pomada, que habría dado positivo. Yo, lo digo, les entiendo y me parece bien: si yo me resfrío y me tomo un Frenadol, un ciclista también debe poder tomarlo.

Eso sí, nada que ver, por ejemplo, con cómo iría Stephen Roche en el 87: de ser un don nadie pasa a tener un junio y julio extraordinario y gana el Giro y el Tour, con un día en concreto "imposible" en el Tour - necesitó asistencia médica en la meta- para ganar a Delgado, y luego de nuevo la mediocridad. O Eugene Berzin, el año que machacó a Indurain en el Giro. Éstos, estoy convencidos, iban más dopados que Ben Johnson en Seúl, solo que ya se sabe: la farmacopea del dopaje siempre va por delante de la farmacopea de los controles, y se libraron. 

Pero bueno, eran años donde había muchos ganadores, nadie monopolizaba las victorias. Hasta que llegó Indurain. Tengo para mí que Indurain iba razonablemente "limpio", y simplemente era un portento. Con veinte años debuta en la Vuelta y se pone unos días líder, con los años va acumulando carreras y victorias, y, sobre todo, éstas se producen a lo largo de todo el año, no se acumulan en una punta de tres semanas. En el 90 hace un Tour excelente, en el 91 queda 2º en la Vuelta y gana su primer Tour, luego cuatro más y dos Giros e innumerables victorias en todas partes. Un palmarés completísimo. No es lo habitual en un dopado. Pero... el problema secundario es que tenía demasiadas victorias y demasiado importantes. Todo el mundo hablaba de la generosidad de Miguelón, de cómo dejaba que los demás también ganaran alguna cosa, pero aquello no bastaba. Porque muchas victorias del muchacho humillaban a los rivales. Su superioridad en la contrarreloj ridiculizaba a los demás, su constancia en las cuestas empequeñecía a los otros. Año tras año. Año tras año. Estoy seguro, los demás ciclistas se plantearon qué tenían que hacer para ganarle. Y muchos dieron el paso y cruzaron la raya. Berzin, por ejemplo, y Bjarne Riis. 

Berzin hizo lo que hizo y se lo tragó la tierra. Riis tuvo aquellas tres semanas de aquel año bestial y luego también se lo tragó la tierra. Es oficial, hasta él mismo ha reconocido que aquel Tour iba dopado hasta las trancas. Y, por todo esto, pienso yo, Indurain se retiró. Seguramente vería lo que estaba pasando, lo que hacían los demás; notaría que empezaba a envejecer y que si quería seguir ganándoles iba a tener que "ayudarse" como ellos, y... decidiría que no, y por eso se retiró.

Y, curioso, cuando Indurain se retiró también lo hicieron muchos ilustres. La pelea por su hueco no la tuvieron Riis (el dopaje sólo le dio para un año), sino jóvenes como Ulrich (un año ganador), Pantani (otro que tal), Jiménez (y vaya usted a saber), y gente así. ¡Ah, en ese momento el dopaje campa a sus anchas! Ya no es una cosa puntual, es estrategia global de equipo. En el 98, el Festina cayó. Al principio todos lo negaron (y más que nadie, su líder Virenque); luego, uno a uno, todos reconocieron que sí se dopaban. En otros casos, la confesión ha llegado años después, pero ha llegado. Sí, podemos decir que entre los años de Indurain y de Contador el dopaje ha sido moneda corriente en la Vuelta, el Giro y el Tour. Y dopaje del bueno, de médicos programando el calendario de "medicación", de autotransfusiones de sangre y de complejos químicos de muchísimo dinero.

Y, en mi opinión, y más que nadie, Lance Armstrong.

Armstrong nunca me gustó. Al principio era un ciclista de segunda fila, americano, ambicioso e inexperto. Algunas victorias, lo normal. Luego, un cáncer terrible. Sobrevive, ¿y resulta que se convierte en el superatleta definitivo? ¿Sin drogas ni cosas raras, sólo vida sana y mucho plátano y papayas? Eso sí, su superatletismo sólo le sirve, cada año, durante las tres semanas del Tour. El hombre no corre nada más, unas pocas carreras de preparación y punto. Todos sus rivales se hacen decenas de miles de kilómetros, se trabajan todos los pueblos de Europa y llegan al Tour que no saben si se han pasado de vueltas. Y Armstrong aparece fresco como una rosa. Sólo le interesa el Tour, lo gana y a casa. Y, claro, no se le podía acusar de nada porque en seguida los medios saltaban con que pobrecito, acaba de superar un cáncer, lo suyo tiene un mérito tremendo.

¡Ah, cómo le odiaba! Dejé de ver y seguir el Tour cuando él empezó a ganar (actualmente sigo sin hacerlo, sólo algún año me he interesado por si había cambiado); estaba convencido que se dopaba más que Roche y que Riis, pero nunca le pillaban. Ahora se sabe porqué. Sobornaba cuando daba positivo. Obligó a doparse a todo su equipo - en el Tour su equipo parecía siempre imbatible -, pero como eran unos cualquiera, a éstos sí se les pillaba. 

Ahora está por fin saliendo toda la verdad. El falso, el tramposo. Pero no falso y tramposo normal, no. Falso y tramposo en grado superlativo. El más tramposo de los tramposos.

¿Y se está discutiendo si tiene sentido desposeerle de sus títulos? ¡Claro que hay que quitárselos! Hay que borrarlo de las listas de ganadores con salfumán, y además que sepan los futuros tramposos que, cuando años después, a ellos también se les descubra, se les quitarán las victorias que tengan y las que no tengan. A ver si alguno decide no arriesgarse.

Y el Tour, lo que tiene que hacer es no intentar fabricar supercampeones y ser además "la carrera definitiva". El monopolio de las victorias lleva a los segundos a cruzar la legalidad para intentar ser ellos los primeros alguna vez, y si se da la importancia debida a las otras carreras habrá más gloria para más gente y menos necesidad de hacer trampas.

Por cierto, y acabo: Alberto Contador y las figuras de estos últimos años, Valverde incluido - en estos últimos años- son corredores, así lo pienso, deportivamente "limpios". Los que se dopan son los perdedores.

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