Así reza el dicho. Alude al hecho de que es habitual que una persona con un origen humilde consigue, por su valía y esfuerzo, una posición de fortuna, mientras que su hijo, que ha nacido ya lejos de la miseria inicial de su padre, no suele tener el empuje, la capacidad de sacrificio y el ansia de salir delante de su padre, sino que a menudo tiene un carácter más bien altanero, despreciativo incluso con los que (desconoce) eran de la misma clase que sus ancestros. Cuando el hijo toma el relevo del padre (a fin de cuentas, ha sido para aquel por quien éste se ha esforzado tanto), se pone de manifiesto la incapacidad de la segunda generación y ya la tercera a menudo se encuentra que no tiene ya un patrimonio que gestionar.
Ya conté en otra entrada (http://elingenieroaccidental.blogspot.com.es/2012/02/la-disciplina-es-para-los-soldados.html) que conocí a un inmigrante que dejó su Andalucía natal en los años sesenta y se plantó en Cataluña poco menos que con una mano delante y otra detrás (en realidad no es bien bien así, el hombre, aunque de pueblo, sí debía partir de una familia que le había posibilitado el que estudiara peritaje industrial), y cómo, con esfuerzo y trabajo duro, amasó una pequeña fortuna.
Bien, también conocí a su hijo. El chaval ya no era tal, que cuando me lo presentaron tenía veintitantos y cuando perdí el contacto tenía treintayalgo.
Pues en él me temo que el dicho se iba a cumplir a rajatabla. A éste no le faltó de nada en su infancia. Presuntuoso como pocos, enchufado en la empresa de su padre en un puesto importante sin ninguna valía, despreciado por todos los profesionales que trataba, no era tonto médicamente hablando, no. Pero no era ni la sombra de su padre. Ni por asomo. Vivía la vida. Juerguista, irresponsable, vago, absentista. Nunca rindió en el trabajo, ni le preocupó. Viajado, con encanto personal, ideal para animar una cena. Pero no le pidas más.
Un día, una chica varios años mayor que él le anunció que estaba embarazada. El mozo, por supuesto, asumió sus responsabilidades: lo cazaron, con gran disgusto de su emprendedor padre. El cual, por cierto, ya había notado la inutilidad de su hijo, pero ¡recuernos!, era su hijo, y no iba a tratarle como se merecía sino como a un hijo.
Me huelo que el nieto será pobre.
¿Les ha sonado familiar, esta historia? Seguro que sí, personajes como éstos (los hijos) aparecen a menudo en la prensa. A veces la cosa sale bien y heredan el comportamiento de su padre - o al menos su espíritu competitivo- y no desmerecen demasiado ("de tal palo, tal astilla"); pero muchas otras, las más, es un espectáculo lamentable. ¡Cuántos padres, en tantísimos hogares, han lamentado que sus hijos no se esfuerzan lo que él se esforzó, que no luchan, que no agradecen lo que tienen, que son acomodaticios, que pudiendo salir de una base más alta de la que ellos partieron no aprovechan la oportunidad, y..! ¿Cuántas veces se preguntarán "qué he hecho yo mal con este chico"? ¿Y acaso no sabemos todos la respuesta? El acomodo genera molicie y pereza, al igual que no se templa una espada tratándola con suavidad y blandura, sino con duros tratamientos que consigan un acero endurecido.
Imagino que estarán de acuerdo conmigo y pensarán ¡cuánta razón tiene! y cosas así. Bien. Entonces, piensen en ustedes. En sus hijos. En los que han tenido o en los que tendrán. Ahora intenten recordar cuando piensan o pensaron "mis hijos no pasarán por lo que yo pasé": tendrán los regalos que yo no tuve, la bicicleta, moto o coche que yo no tuve, las vacaciones que yo no tuve, el dinero de bolsillo o el padre pagador que yo no tuve,... o por el contrario, no tendrán los castigos y la disciplina que tuve que soportar, las limitaciones y controles que tuve, las horas de estudio, los esfuerzos que se me exigieron...