En mi entrada anterior sobre Gregorio X hice un apunte sobre la movilidad de la época: era italiano, ejerció en Lyon, luego en Lieja, luego en Palestina,... En aquella época a nadie le importaba dónde había nacido cada cual.
Traigo esto a colación porque estoy leyendo estos días un libro sobre biología molecular (lo confieso: apenas lo entiendo; pero no voy a cejar), y una de las cosas que me ha llamado la atención es que intervienen un porrón de investigadores de una miríada de universidades norteamericanas (incluso de Canadá), y casi todos ellos cambian de universidad en un momento dado: estudian en una, se doctoran en otra, realizan el postdoctorado en otra, tal vez investigan en una cuarta y acaban establecidos en una quinta. Se mueven buscando los sitios donde se les ofrece lo que les interesa. Pensandolo, me dí cuenta de que esas universidades se comportaban como empresas privadas: se esfuerzan por atraer y fichar el talento cuando se les pone a tiro, sin importar si antes ejercía en otra empresa. Y no hablo de fichajes de relumbrón, sino de ayudantes de laboratorio, becarios, lo que necesitaran.
Justo justito lo mismo que pasa con nuestras universidades aquí. Tal vez por eso la producción de sus universidades, medidas en descubrimientos, patentes y (por qué no) premios nobel, es incomparablemente superior a la de las nuestras.
Tal vez lo que la universidad española necesite sea otro Gregorio X que promulgue una bula que cambie de verdad cómo eligen las universidades a sus claustros.