https://www.youtube.com/watch?v=ks05BXdCjTM&t=328s
Usaba en el artículo anterior la comparación de los escritories con los restaurantes. Pues bien, el tres estrellas Michelín absoluto e imbatible de los escritores es Benito Pérez Galdós. Sí, ya sé. Qué espanto, qué plomazo. Un escritor antiguo, de los que se estudian en el colegio. Los folletines realistas, Fortunata y Jacinta y todo eso.
Vale, es cierto. Pero no es para tanto. ¿Es antiguo? El año pasado hizo 100 años de su muerte, aniversario que supongo que por inesperado pasó sin pena ni gloria. Es lo que tienen los centenarios, que nos cogen de improviso. Pero son las fechas de London, Conrad, Hodgson...
¿Folletines realistas? El Realismo era escribir las cosas tal cual son, nada que ver con el Romanticismo. Y, sobre todo, Galdós era periodista, y caray si se nota. El hombre escribía para que los lectores no soltaran la columna, no pasaran a otra cosa, y lo conseguía. Cuando uno empieza una obra suya, cuesta parar.
¿Se estudia en el colegio? Sí, y qué. ¡Qué más querrían todos los escritores que hay, que a ellos también los estudiaran en las aulas! Pero sobre todo ¿saben por qué se estudia a Galdós? Pues porque era muy, muy bueno. El mejor.
Y un putón verbenero, todo hay que decirlo.
De todas formas, mi recomendación para leer en verano, para iniciarse con Galdós, son los Episodios Nacionales. Los EN son 46 novelas en cuatro series de 10 y una de 6; pero ¡ey! cada serie es independiente de las demás y se pueden leer salteadas. Luego en cada serie están más o menos ligadas una novela con la otra, pues comparten personajes y una trama general, pero hasta cierto punto se pueden leer sueltas; y por lo general la primera y la última están más desligadas de las demás. Por ejemplo, la 5ª de la tercera serie, La campaña del Maestrazgo, se puede leer aislada: cuenta una historia de un personaje secundario de la serie, mientras que la trama del protagonista principal queda apartada. La siguiente, La estafeta romántica, he de decir que me pareció una auténtica exhibición de maestría: es, simplemente, una relación de cartas entre los personajes, en las que se cuentan las andanzas (las no andanzas, más bien) de cada uno y lo mucho que se echan de menos. Y digo que es una exhibición de maestría porque con una sinopsis tan aburrida como ésta Galdós hace que leamos la novela de una tacada: no podemos esperar a saber la respuesta a cada carta.
En fin, empiecen con Zumalacárregui. La primera de la tercera serie. Totalmente independiente de las demás, y muy entretenida. La tercera serie narra la primera guerra carlista y la regencia de María Cristina primero y Espartero después, terminando con las revueltas en Barcelona (revueltas que a la postre darían lugar al Plan Cerdá y al tramado del Ensanche barcelonés). La primera novela, como he dicho, es independiente. Luego hay seis novelas con Fernando Calpena como protagonista, culminando con nuestro hombre negociando el abrazo de Vergara, y las tres últimas, más flojas, son en realidad excusas para contar las cosas que pasaron entonces.
Para terminar, tres avisos sobre Galdón.
El primero de ellos: el hombre tenía un léxico extraordinario. Encontrarán muchas palabras que jamás emplean, que están olvidadas en algún lugar de sus diminutos cerebros pero que entenderán; otras, que no conocerán pero que entenderán por el contexto; y otras que habrán de reconocer que no tienen ni idea. Yo leo con libro electrónico, y lo tengo fácil: pulso sobre la palabra en cuestión y me aparece la definición de la RAE. Pues bien, uno de los placeres de Galdós es que el empleo de la palabra es exacto. Asombrosamente exacto. Es un maestro.
El segundo de ellos: la habilidad del hombre narrando es extraordinaria. Me da la sensación de que me estoy repitiendo como el pepino, pero es que es así. Quien come siempre algarrobas quizá no tenga paladar para las exquisiteces de El Buli, pero hay que esforzarse en saborearlas. Con Galdós, igual. Cada poco hay que levantar la mirada y darse cuenta de lo bien que escribe.
El tercer aviso: Galdós dispara con bala, pero no sólo eso.
El populacho es algunas veces sublime, no puede negarse. Tiene horas de heroísmo, en virtud de extraordinaria y súbita inspiración que de lo alto recibe; pero fuera de estas horas, muy raras en la historia, el populacho es bajo, soez, envidioso, cruel y sobre todo cobarde. Todos los vencidos sufren más o menos la cólera de esta deidad harapienta que por lo común no sale de sus madrigueras sino cuando el tirano ha caído. Si no le supo exterminar con su iniciativa y su fuerza, casi siempre se da el gustazo de rociarle con su fango; y a todas las instituciones o personas que caen por el esfuerzo de campeones de otra esfera más alta, el populacho les pone su ignominioso sello de inmundicia. La libertad y las caenas, a quienes alternativamente aduló, han visto sobre sí en el momento terrible a la furia inmunda que les escupía. Como la hiena, es intrépida con los muertos.