Es de todos conocida la expresión "espada de Damocles"; es un peligro que acecha a alguien y puede desencadenarse en cualquier momento. Los que sabrían contar la historia de Damocles son algunos menos, y hoy es un buen día para relatarla. La versión corta, eso sí.
Damocles era un cortesano de Dionisio el Viejo, un tirano de Siracusa a principios del siglo IV a.C. El caso es que Damocles, que tenía gran envidia de su soberano, solía decirle a éste que los reyes eran los hombres más dichosos de la tierra. Harto de oirle esa cantinela, Dionisio decidió que durante todo un día Damocles fuera el soberano. Damocles aceptó encantado y supongo que se lo pasó pipa, pero cuando tuvo que presidir el festín real y se sentó en su trono miró hacia arriba y se dio cuenta de que sobre él había una espada desnuda que estaba atada al techo tan solo por una cerda de caballo. En cualquier momento podía romperse la cerda y adiós Damocles. Damocles no solo perdió el apetito en ese momento, sino que además comprendió que, a pesar del fasto que rodeaba al soberano, éste vivía siempre bajo la amenaza de muerte. Y en recuerdo de esta lección nos quedó la expresión "espada de Damocles".
Pero la historia de Damocles nos cuenta algo más. Nos cuenta que no es oro todo lo que reluce. A menudo envidiamos la suerte de otros, pero no percibimos que ese otro tiene quizá cargas que nosotros no y que no querríamos.
Esta reflexión me ha venido hoy con el tema de la mujer trabajadora. Las manifestaciones, los eslóganes simples, las declaraciones tajantes. Las mujeres que quieren ser como los hombres. Y por supuesto que sí, pero ojalá fuera tanto para lo bueno como para lo malo. Y al revés: ojalá los hombres tuviéramos las oportunidades que han tenido las mujeres. Porque durante milenios han tenido los hombres que deslomarse para llevar los garbanzos a casa. Vivir con la preocupación de no conseguirlo, de que cualquier percance les prive de su capacidad de conseguirlo. Tener que salir de casa, haga el tiempo que haga, ir a donde haga falta, hacer lo que sea, para que la mujer, que está simplemente gestionando la casa, tenga los recursos que reclama. El peso de esa losa, el peso de no conseguirlo, de volver con las manos vacías... De ese peso nunca se habla. Y es sólo un ejemplo de las muchas piedras que llenan la mochila de ser un hombre. Las mujeres tienen las suyas, no lo niego, pero no todo en la bolsa de un hombre son dulces y caramelos.
No creo que se tarde mucho en aprobarse la ley trans y se permita el cambio de sexo sólo con la palabra del afectado (o afectada); será así, porque un derecho de la mujer será ser creída siempre y no tener que demostrar lo que dice, y o bien la afectada (o afectado, que ya no sé) que quiere ser hombre es una mujer antes de decirlo y por lo tanto tiene ese derecho, o bien es un hombre pero tiene derecho porque en realidad es una mujer. Estoy convencido de que va a haber muchos más varones que soliciten ser mujer que mujeres que soliciten ser hombres. Qué curioso sería, ¿no?