Hoy he estado en Oporto. Han pasado 20 años desde la última vez que estuve, ¡Dios, qué viejo soy! Estaba encantado de volver, de decir que estaba encantado por volver al cabo de 20 años, pero ¿a quién se lo podía contar? Todo el mundo, las azafatas del avión, la señorita del alquiler de coches, todas parecían taaaan jóvenes.... Sin duda no tenían recuerdos de hace 20 años, así que no iban a ser conscientes de cuánto tiempo es.
En aquella época venía por trabajo, cosas de obras. Ida y vuelta en el día, aunque a veces, si empalmaba con otras obras camino de Lisboa, pasaba la noche donde fuera y regresaba desde la capital; hubo una temporada en que llegué a volar a Oporto todas las semanas (todos los lunes). Pero aquello se acabó, y han pasado 20 años. Eso sí, algunas cosas no cambian: por trabajo, ida y vuelta en el día, yo solo. Esta vez, sin embargo, mi programa de visita era muy reducido y me dio tiempo para pasear un rato por la ciudad del Duero.
Supongo que es deformación profesional, pero no pude evitar tener dos miradas en el viaje, digamos la del turista y la del viajero.
No sé por qué se suele diferenciar, sobre todo en entrevistas, el turista del viajero. Quien quiere dárselas de viajado y de hombre de mundo impepinablemente se tilda a sí mismo de viajero, pero nunca me han explicado la diferencia. En lo que sigue, mi elección es sólo para emplear nombres distintos.
Como turista, he de decir que Oporto es preciosa. Es una ciudad muy fotogénica, con un montón de iglesias, monumentos, edificios públicos, calles, puentes, etc., que hay que visitar. Muy diferentes a lo que estamos acostumbrados. La estación de ferrocarriles de San Benito, por ejemplo: muy pequeñita (esto, a fin de cuentas, es Oporto) pero espectacular. Mas otro tipo de espectacularidad: el aeropuerto de Sá carneiro es espectacular como todos los aeropuertos, con una arquitectura vanguardista, de grandes espacios, ya saben. La estación, en cambio, es de 1916 y su arquitectura es espectacular en la línea de la plaza de España de Sevilla: 1916.
Y luego está la ribera del Duero: impresionante, con las bodegas en la otra orilla. Me pareció, eso sí, que los muelles habían cambiado desde 1998, se habían vuelto más de turismo de masas, pero no me importó. Oporto, es lo que tiene: los turistas no molestan. El puente que construyó Gustav Eiffel y que lleva su nombre: a reventar de turistas, pero da igual. No se hacen notar.
No paseé esta vez por Boavista o por la desembocadura del Duero, pero tampoco lo eché de menos: lo poco que vi ya fue mucho. Oporto es una ciudad preciosa y todos deberíamos programar un viaje para conocerla a la menor oportunidad.
Y luego está la mirada, digamos, del viajero. Verán, no estuve donde van los turistas. Ni siquiera en esos sitios "sólo para los aborígenes", los típicos lugares "que los turistas no conocen" y en los que "se paladea lo auténtico", la esencia de la ciudad. Ya saben, de los que los Pérez-Reverte alardean de frecuentar.
Para empezar, al igual que hace 20 años, mi destino no era Oporto sino Vilanova de Gaia. Esta ciudad está en la ribera sur del Duero, y es tan grande o más que Oporto. Pero es la parte pobre y no tiene su fama. Vilanova de Gaia, además de muchas carreteras y autopistas, son sus calles y sus casas. Y sus calles y sus casas, para un español... Uno piensa que así deben de ser las grandes ciudades de África (salvo que uno haya estado en África y sepa cómo son fuera del circuito de turistas, y ésa es otra historia). Calles empedradas, no asfaltadas, con una piedra pequeña y no con pavés europeo. Estrechas y sin aceras, con esquinas angulosas sin visibilidad. Calles sin nombre, laberínticas. Casas bajas, de 1, 2 ó 3 plantas a lo sumo; aquí y allá, donde la callejuela desemboca en una carretera, un edificio alto, vida urbana. Hay autobuses que recorren las calles; muchas son de doble sentido, y son frecuentes los puntos donde hay que dejar pasar al autobús o la furgoneta que viene en sentido contrario. Y el laberinto mide kilómetros y kilómetros. Por suerte, como lo sabía y no estamos en 1998, me llevé mi GPS y aunque me confundí varias veces el navegador siempre supo por dónde llevarme.
¿Y las gentes? Pues... ¿cómo lo diría? A tono. Las estampas del Portugal profundo que conocí en 1998 siguen ahí. Pero no hablamos de Vilanova de Gaia, sino de Oporto.
Lo habitual en el turista es que cuando vaya a un sitio vea lo que hay que ver. Lo que los de allí quieren que veamos. Y así tiene que ser, pero yo a menudo no dejo de interrogarme sobre cómo es la vida allí. Cómo viven ellos. A menudo basta con coger la paralela a la calle que quieren cojamos. Y en el caso de Oporto...
Lo habitual en el turista es que cuando vaya a un sitio vea lo que hay que ver. Lo que los de allí quieren que veamos. Y así tiene que ser, pero yo a menudo no dejo de interrogarme sobre cómo es la vida allí. Cómo viven ellos. A menudo basta con coger la paralela a la calle que quieren cojamos. Y en el caso de Oporto...
En 1990 visité Praga. Todavía había soldados rusos, no digo más. El gobierno comunista había caído 7 meses antes, pero las cosas habían cambiado muy poco; aquel verano empezamos a llegar los primeros turistas, y encontramos un país que estaba aún despertándose y que no sabía lo que le iba a venir encima (me refiero al capitalismo). El caso es que Praga, por las razones que sean, se había "lavado la cara" en 1977 para festejar el 60º aniversario de la revolución rusa, y nada más. Para que me entiendan, desde la destrucción de la 2ª guerra mundial no se había hecho nada y se notaba, como también se notaba en algunas ciudades de Alemania del Este que vi en su día. Como chascarrillo, recuerdo que comenté el viaje en casa de mi amigo Álvaro, diciendo que la ciudad me había gustado mucho pero que estaba medio en ruinas, y su madre me dijo que no, que Praga era una ciudad regia, con unos edificios bellísimos, etc. Resulta que la madre de Álvaro había visitado Praga... en 1941, en una gira del equipo nacional de gimnasia, y claro, había conocido la Praga anterior a los bombardeos de la guerra mundial. Total, al abrirse al mundo de nuevo en 1990 se dieron cuenta de que no podían enseñar edificios semirruinosos cuando no en ruinas, y aplicaron una política de arreglar deprisa los edificios que iban a ver los turistas, empezando con los de las dos calles principales que había; sólo la fachada que daba a esas calles, claro. Cuando volví en 1992 vi que, más avanzado el programa, empezaban con los de las bocacalles.
Pues bien, es lo que me ha parecido Oporto. Las calles turísticas, preciosas. De foto. Las paralelas, las casas en sí mismas que se ven desde otras fachadas, eso es otro cantar. La misma existencia de tantas antenas parabólicas, ecos del pasado en España, nos dan una pista de cuál es la vida real.
Compré unos recuerdos: un par de paños de cocina y una toalla, todo profusamente decorado con el gallo de Barcelos. Pero no en un puesto de turistas: debajo del puente Eiffel, en una callejuela en la que apenas me crucé con una anciana cargada con bolsas de compra que se sentó a mitad de cuesta a retomar el aliento, había un tenderete con paños, echarpes, toallas,... En el lado opuesto había un comercio que no supe definir, parecido a una antigua cantina de estación ferroviaria de pueblo. Pregunté, y el señor de allí me dijo que él los vendía. No había nadie más, así que salió y me atendió. El señor, por cierto, habría servido como portada de un National Geographic: enjuto hasta decir basta, falto de algunos dientes, con pinta de estar muy necesitado. Las casas de la calle se caían a pedazos, pero el puente Eiffel estaba allí mismo. Pasaba que los turistas, para bajar al muelle, escogían otra calle, la oficial. Y la mía quedó olvidada, dejada de la mano de Dios.
La barbería, sus tiendas, sus casas normales,... todo indicaba que lo que veían los turistas, aunque Oporto auténtico, no era sino la fachada. Las mejores galas que tiene la ciudad, pero muy diferentes de la ropa con la que se viste a diario (me llamó la atención, paseando por una calle, ver ropa interior de mujer tendida a secar... al alcance de mi mano). Sí, ya sé que en las grandes ciudades, en los cascos históricos, hay barrios deprimidos. Pero no. Es cierto que en Zaragoza, por ejemplo, el barrio de San Agustín (detrás de la Magdalena) es un barrio de un nivel socioeconómico muy inferior a la media de la ciudad. Pero es un barrio en una zona apartada del casco viejo: ningún turista - y menos zaragozanos- se acerca a esas calles ni de casualidad. El Raval de Barcelona también es una zona lamentable de la ciudad, pero esto en realidad es resultado de un proceso de concentración de la inmigración musulmana, el abandono de los habitantes originales y la toma del barrio por la delincuencia organizada; se ha convertido en una especie de gueto, pero no es lo de Oporto. Está separado de las calles turísticas, es una zona propia y específica a la que los turistas (creo yo) sólo entran... buscando lo que saben que van a encontrar, drogas, putas o lo que busquen (y ¡ay de los que entren sin saber dónde entran!). Y además es que en el caso de Oporto no son calles del lumpen, sino calles de personas normales y corrientes. Es sólo que el nivel es más bajo que en España. Como en Vilanova de Gaia.
Y ése es el problema. Oporto, Portugal, es muy bonito. Muy pintoresco, muy de fotos. Pero es una ciudad y un país que se encuentra jugando en nuestra misma liga. Con nosotros, con los holandeses y los alemanes, los daneses y los finlandeses. A nosotros nos cuesta mantener el nivel mínimo para sentarnos a su misma mesa, imagínense a Portugal: no puede. Es como el Huesca en primera división, que está en Primera pero es obvio que no es su categoría y está de paso. Solo que en el caso de Portugal no hay descenso.
Y mira que me cae bien Portugal, pero cuando viajo allí, aunque me alegro no puedo evitar entristecerme.
Eso sí, espero que no pasen otros 20 años antes de que vuelva. Sería imperdonable.
Roberto Carlos - El progreso