lunes, 17 de abril de 2017

Un efecto secundario de mi mentalidad de ingeniero




Soy ingeniero. Un auténtico y genuino ingeniero. Un ingeniero industrial, quiero decir. Los demás ingenieros, que no son tan ingenieros como nosotros los industriales, no entenderán la diferencia, al igual que los no iniciados no entienden los arcanos, y a mí me cuesta explicar el esoterismo de nuestra rama, pero es verdad.

Quizá deba probar con algún ejemplo. Pongamos un reloj de pulsera. De saetas. Bien, imagine que abre la tapa. ¿Qué ve? Una máquina cuasiperfecta. Una máquina donde no sobra nada. Donde todo ha sido diseñado y optimizado. En la que todo tiene una función y una razón de ser. Un reloj de pulsera representa, visto así, el objetivo último del ingeniero industrial. Piense, si quiere, en su coche. En una motocicleta. En una lata de Coca-cola.

El ingeniero industrial diseña máquinas. Por mor de la vida y las circunstancias, algunos se desvían a vertientes más administrativas (la organización y la gestión del proceso industrial) o, como yo, se ve desplazado a dedicarse a los continentes en vez de los contenidos, un trabajo sucio y poco glamuroso (sí, alguien tiene que dedicarse a los continentes, no todos podemos catar la gloria). Pero todos nos hemos formado para el diseño de las máquinas. O, en un enfoque darwiniano, lo que nos ha llevado a convertirnos en ingenieros industriales es que somos nosotros los que tenemos la mentalidad que nos permite diseñar máquinas.

En otros artículos de este blog, quizá en la mayoría de ellos, he mostrado una manera de pensar y de enfocar las cosas que me es característica. Y muchas de estas características mías se pueden explicar con un "ingenieros". Bien, una de las manías mías es que a menudo analizo las cosas en términos de "de aquellos polvos vienen estos lodos". O, como repito en mis artículos, "esto no saldrá gratis". Y es que, cuando se diseña un reloj de pulsera (o una estructura), todo tiene un efecto. Antes de tomar una decisión, hay que determinar qué efecto tendrá. Si el efecto es beneficioso, adelante. Si es perjudicial, no lo haga. Si no tiene un efecto.... ¿está seguro? Analícelo mejor. Porque todo tiene un efecto.

Así que veo a la gente ir y venir. Y los juzgo, ¡claro que los juzgo! Me fijo en las decisiones que toman y en las consecuencias que creo que tendrán.

También la sociedad. Votan a los políticos, luego que no se extrañen si tiempo después se encuentran hasta el cuello en unos lodos que, en realidad, han provocado con sus decisiones erróneas.

Veo cómo progresan los intolerantes que nos quieren imponer su visión de la realidad y cómo los tolerantes les dejamos apoderarse del corral.

Y veo a los políticos. Las mamarrachadas que hacen o dicen.

Y una y otra vez repito: ¿Pero qué creen ustedes? ¿Que no habrá consecuencias? ¿Que esto saldrá gratis?

Por desgracia, lo normal es que se prefiera el beneficio instantáneo. Supongo que el ejercicio de meditar qué consecuencias puede haber es eso, demasiado ejercicio.

Y, claro, luego viene la pregunta que todo el mundo se hace: ¿de dónde vienen estos lodos?

Yo se lo diré: de aquellos polvos.



The Waterboys - Fisherman's blues (versión de Tiger Moon Music Blog)