Como querían sus creadores, yo ví Ben-Hur de niño, en la pantalla gigante de un cine. Sí, ya sé que ahora no se puede, pero les aseguro que la famosa carrera de cuádrigas, en una sala de cine de las de antes, es otra cosa.
La verdad sea dicha, Ben-Hur no no es una película que me gustara en especial. Charlton Heston, lo siento: no puedo con él, aunque reconozco que el canalla éste hizo un montón de buenas películas.
Sigo con Ben-Hur. Me temo que es una de esas películas que he visto en el cine y no he vuelto a ver en un televisor, así que no tengo recuerdos precisos de ella, pero hay dos ideas que me dejaron... ¿cómo lo diría? Traumatizado. Más bien, con secuelas psicológicas.
Una de ellas viene de la escena de carrera: los cuchillos en las ruedas de la carreta del malo. Siempre he querido tener unos así, no sé porqué en el taller se niegan a tunearme el coche con ellos.
La otra idea viene del principio. Hay una especia de desfile o algo así, no me acuerdo bien, y Ben-Hur se asoma en la azotea de su casa para mirar. Un tiesto suelto, cae una maceta y la mala suerte quiere que sea encima de la cabeza de un romano importante: explica que no lo has hecho a posta, que no ha sido un atentado premeditado. A galeras.
¿Y mi trauma? Desde entonces, siempre pienso que las cosas pueden caerse de los alféizares y lesionar a alguien que en ese momento pasa por ahí. Por cierto, hace unos años se desprendió un cascote de una fachada en el Paseo de Gracia; el cascote rebotó en el toldo de una tienda, y golpeó a un matrimonio turista que estaba paseando. El marido murió, y me parece que de ahí vino la fiebre o fue la puntilla por certificar todas las fachadas de todas las casas de Barcelona.
En fin. A menudo tenemos pequeñas neuras que se originan por las razones más nimias. Seguro que el cine ha creado muchas de ellas en todo el mundo.
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