23 de abril, día del libro. Es curioso que los libros tengan un día dedicado en el calendario; no lo tienen, que yo sepa, la música y el cine español, por citar los otros dos sectores que constantemente se están quejando de lo mal que les van las cosas. Y no he entendido que los libros necesiten un día propio, porque me cuesta creer que alguien se haga lector de libros por un 23 de abril, como también que los lectores de libros sólo compren los 23 de abril. Yo, sin ir más lejos, compré 4 libros (gasto total, unos 60 euros) la semana pasada en la Librería General. No era 23 de abril, pero quise comprarlos, cosas que pasan.
Como les decía, los sectores del libro, la música y el cine español son los sempiternos quejicas de lo mal que les van las cosas. Siempre. Todo lo que se hace les perjudica. Y todos nosotros somos unos ladrones y unos ignorantes, por no consumirles. La verdad, se lo confieso: conmigo tienen razón. No en que sea un ladrón, que no me considero como tal, y espero que tampoco en que sea un ignorante, conozco casos peores, sino en que no les consumo. Pero tengo descargo.
Verán, les consumo poco por una razón muy sencilla: no me gusta lo que hacen. Cuando, como Amaral o Falcones, generan algo que me interesa, pues sí. A veces leo obras que van a perdurar y a veces leo novelitas que me entretienen, y éstas, como los bocadillos, también hay que saber hacerlas. Pero si no crean nada bueno, ¿por qué he de comprarles? Y lo mejor es que esto, tan sencillo de entender, pues como que parece que no les entra. Sí, los del cine hacen, a veces, autocrítica, y dicen que no todo es lo de la guerra de Irak, y admiten que algunas de las películas son malas. ¡Pero acto seguido dicen que muchas son buenas! Y los del cine están a años luz de los del libro: aún no he leído a ninguno diciendo que gran parte de lo que se publica es una bazofia. Se quejan de que están poco tiempo en las estanterías, pero no se plantean porqué ellos apenas duran dos semanas y Homero lleva miles de años como best-seller.
Hay varias cosas que no me incitan a comprar libros.
En primer lugar, los libros electrónicos no, pero los libros en papel son caros. Un libro de una edición barata puede valer ocho euros, sí, pero la letra es muy pequeña, las páginas apretadas, cuesta leerlo, y al cabo de un par de años o un par de leídas, ya no apetece releerlo. Pero, sobre todo, ocupan espacio. Piense en lo que vale su casa, y en lo que ocupan los libros. Si su casa le costo, digamos, 4.000 €/m2 y tiene usted una librería con 200 libros (que no tendrá tantos), y la librería le ocupa 2 m2, cada libro le cuesta los 25 € que ha pagado más 40 euros por el espacio que le dedica. Y eso si tiene muchos libros, si no, fácilmente le requerirán 60 u 80 euros cada uno en espacio. Mucho dinero para un libro que va a leer... ¿cuántas veces? Ahora, piense en los libros que este 23 llenarán las paradas callejeras. Si comprara alguno, ¿cuántas veces los va a leer? ¿Cree que volverá a leerlo dentro de cinco o diez años?
En segundo lugar, pienso que el nivel general de los escritores es muy bajo. Cuando un libro es bueno, lo notamos al leerlo: no queremos que acabe, al acabar nos gusta volver atrás a releer algunos fragmentos, sabemos dónde lo guardamo, y no nos importa leerlo de nuevo pasado algún tiempo, son como la música. Que, por cierto, la pieza que les sugiero tiene 50 años y se sigue oyendo con gusto. Y esto rige aunque el libro no sea una obra maestra de la Literatura: las novelas de Simenon o de Grisham no pasarán a la Historia, pero son obras que recordamos con gusto o que no nos importa releer. Y, fíjense, he puesto dos ejemplos en los que los autores se repiten a sí mismos, como también se repiten Lope de Vega, Alejandro Casona o Jack London. En cambio, los libros malos... Repetición y libros malos, ¡vaya binomio!
Porque ésa es otra: cuando un libro tiene éxito, en seguida una pléyade de escritores pergeñan libros parecidos: creo que creen que es que a la gente le gustan esas historias. Y también el autordel primer éxito, a menudo, insiste en el mismo tema. No sabe qué es, pero cree que hay algo en su estilo que gusta. Y entonces se copia, intenta escribir tal y como escribió el éxito. En la mayoría de los casos... ¡puf! Y lo único peor que leer un mal libro es que, además, te dé la impresión de ser una mala copia de algo ya trillado.
En cuarto lugar, una de las cosas que más me exaspera: el escritor profesional que se autotitula "artista" y vive de su nombre. Y luego, cada 23 de abril, "¡Lo nuevo de ...!". Y todos a comprarlo, porque si es de ese autor debe ser la repera. En la portada, el nombre del autor es cuatro veces más grande que el título de la obra: ¿A quién le importa la novela, si lo que importa es que lo escribió ese tío?
Tomemos, por ejemplo, a Antonio Gala. Primero poeta (o poetastro, me parece a mí, aunque yo de eso no entiendo). Luego, escritor de éxito. Como era poeta, se presupone que, además, sus novelas son arte puro. Vale, pero ¡no me negarán que sus últimas 10 ó 20 novelas parecen hechas en una fábrica, de serie! Pero son de Gala, ergo son buenas y son arte. Siempre que veo su nombre, me lo imagino: le han dado un suculento anticipo, ha de escribir lo que sea, y no le exigen ninguna calidad. Pues a darle a la tecla, que oficio no falta.
Me dirá el profesional, como el músico profesional, que él es un profesional y que tiene que vivir de ésto. Pues que diga lo que quiera, pero a mí me atrae el arte, no el oficio. Y pago al artista por su obra, no a un profesional por la pieza que me ha manufacturado. No sé si me entienden.
Ellos, desde luego no. Por eso se quejan. Pero lo que es por mí, teniendo en cuenta la cantidad ingente de auténticas obras maestras que se han escrito y que están esperando que las lea, pues...