lunes, 21 de octubre de 2013

La regla de oro del ayudante


Albany, New York
En la parte "anglosajona" de Estados Unidos, no hay ciudad más antigua que Albany. La hubo, pero ya no. Y tampoco la fundaron los ingleses, sino los holandeses. Pero, en fin, ellos son así.

Albany está en el final de la parte navegable del río Hudson (sí, el de Nueva York), lo que es tanto como decir que era lo más adentro que se podía meter el hombre blanco en aquellos tiempos; a partir de ahí, empezaba el profundo salvaje, y si usted conseguía llegar luego al Hudson, el río le llevaría de vuelta a casa. Cualquier viaje que pretenda comprender a este país, obviamente, ha de empezar en Albany.

Nadie nace sabiendo. Incluso Mozart no compuso hasta los cinco años de edad. Quiero con esto decir que todos tenemos que pasar por una etapa de aprendizaje. Pero esto no significa que tengamos derecho a que se nos conisdere siempre aprendices; si, pasado un tiempo razonable, seguimos sin aprender, debemos ser juzgados y tratados en consonancia.

A lo largo de mi carrera profesional he sido ayudante y he tenido muchos ayudantes. Algunos de mis ayudantes han sido grandes colaboradores que hacían que me encantara trabajar con ellos. Otros, en cambio, me han causado más pesares que alegrías, y de esto les quiero hablar. Más o menos en la línea de una entrada que escribí hace tiempo aconsejando al joven ingeniero que empieza.

Normalmente, los ayudantes de los ingenieros suelen ser delineantes y otros ingenieros. Delineantes cada vez quedan menos, y, como todo en esta vida, los hay de dos tipos: buenos, y malos. Si le toca en suerte uno malo, ¡pues qué se le va a hacer! En el fondo, usted también tendrá parte de culpa si las cosas le van mal, ya que es obligación suya conocer el material del que dispone y sacarle el mayor partido que pueda. Tenga paciencia, mano izquierda y consiga involucrarle, y, al menos, aunque sea poco, podrá decir que tiene un ayudante que le ayuda.

Pero los delineantes son un grupo en vías de extinción, y además contratar a un ingeniero como becario es mucho más barato, así que cada vez será más probable que su ayudante sea un becario o un joven ingeniero que empieza. (¡Pssshh! Muchacho, si éste es tu caso, presta atención).

La idea, siempre, es que el joven ingeniero aprende trabajando al lado del veterano. El delineante dibujará mil escaleras, y seguirá sin saber resolver las difíciles; del becario, en cambio, se espera que dibujándolas empiece a aprender a resolverlas, de manera que luego sea él quien se las calcule antes de dibujarlas. Por ejemplo.

El problema viene cuando pasa el tiempo y el becario sigue sin aprender a resolverlas. El ingeniero veterano invierte un montón de horas (que a menudo no tiene) en explicarle cómo hacerlas, con la esperanza de que esa inversión de horas dé fruto algún día, pero si el joven no aprende... el veterano terminará por pensar que nunca conseguirá recuperar esa inversión. Que está arando en el campo equivocado, y que quizás sea mejor cambiarse cuanto antes a otro campo. Ahí, joven ingeniero, deberás estar atento: quizás es que tú no eres el campo correcto para este arado. Aunque sea tu deseo, es posible que realmente no te haya llamado Dios por el sendero de las estructuras, ¿no? En ese caso, sé valiente, pregunta a tu mentor, y si él te dice que (en su opinión) aquello no va a ser lo tuyo, acéptalo y replantéate las cosas. Hay mucho mediocre calculando estructuras, y es posible que con esfuerzo aprendas lo suficiente para ser uno de ellos, pero si crees que en el futuro te vas a arrepentir de serlo, yo te aconsejo que cambies cuanto antes.

Claro, uno de los problemas de hoy en día es que, habitualmente, con los ordenadores y los programas de cálculo, el ayudante consigue disimular su incompetencia, pero el veterano suele notarlo: el ayudante no tiene "chispa". En tiempos, el calculista que empezaba con 22 años (yo cobré mi primer cálculo con 21, estando todavía en 5º), con 25 ó 26 años tenía ya suficientes horas como para volar solo o saber que no lo iba a hacer, pero ahora el joven cumple 30 y más, y gracias al CYPE aparenta. Y, sin embargo, pienso que el ayudante se engaña a sí mismo. Que él mismo se da cuenta que no puede competir en la liga de su ingeniero senior, que todavía le necesita para que le supervise. Cree el treintañero que él es todavía joven, que está aprendiendo, no sé qué piensa. ¿Cree acaso que el cálculo de las estructuras es una disciplina tan compleja que necesita años y años de estudio y que su veterano es un caso especial de precocidad?

Es posible que lo que tengamos, simplemente, sea un ejemplo de lo que produce el deterioro de la educación. La Universidad - y previamente la escuela-, realmente, nunca ha enseñado al ingeniero el conocimiento que necesita, pero antes sí que le preparaba para buscar ese conocimiento. Y le preparaba tanto con conocimientos básicos como con su actitud. Así, cuando  apareció un señor por la puerta y nos preguntó si le calcularíamos unas vigas pretensadas, Fernando y yo, insultantemente jóvenes, le dijimos que sí, como no existía internet nos compramos la norma de las estructuras pretensadas EP, y aprendimos a calcularlas; no fuimos pidiendo que nos enseñaran. El veinteañero actual, en cambio, y dejando de lado que el pánico que sentiría por no tener una persona delante que le guíe y -quizá más importante aún- le quite la responsabilidad le impediría tener una puertra abierta, espera que su "maestro" le enseñe todo. Y por todo entiendo que incluso ha de ser el maestro el que se estudie la norma - aún no conozco un ayudante que se haya leído una norma de estructuras, para qué si el maestro ya sabe lo que dice-, le explique con tanta paciencia como haga falta las singularidades del cálculo de pretensados y además le corrija el trabajo final. Como esta diferencia la he advertido en muchas personas de mi tiempo y de antes del mío, y en muchos jóvenes, tengo que colegir que la diferencia debe estar en la formación. Y como los profesores universitarios, aunque no sobrevivan fuera de la Universidad, sí es cierto que dominan la materia que imparten, he llegado a la conclusión que la carencia que tienen los jóvenes es de actitud: no se les ha preparado para ser adultos responsables, me temo, sólo jóvenes malcriados.  

Volviendo al tema inicial, lo primero que suelo explicarle al joven que va a ser mi ayudante es que él está para ser mi ayudante, no yo el suyo. Aceptaré enseñarle, porque me interesa para que llegue a ser él quien haga mi trabajo mientras yo me dedico a otras cosas, pero no soy su ayudante. Yo no estoy para corregirle ni los planos ni los textos, por ejemplo. Y, le digo, lo primero que no acepto son faltas de ortogafía: yo soy su jefe, no un corrector ortográfico. No me ha de presentar nada que no haya repasado él, y si encuentro fallos que él debería haber encontrado en su repaso me cabrearé, le explico. Y, sin embargo, el ayudante seguirá enseñándome los planos o los escritos, preguntándome si "ya" me parecen bien, y yo seguiré encontrando errores que habrá cometido porque ni se fija ni se repasa su propio trabajo. Es asombroso cómo la idea de repasar lo que uno mismo hace no cala en los jóvenes ingenieros, así que, querido lector, si eres tú uno de ellos, por favor, júrate a ti mismo que no volverás a presentar nada que no hayas repasado y corregido hasta la perfección. Recuerda, tu jefe no es tu ayudante. No es a él a quien has de pedirle ayuda.
Ahora bien, es posible que, aun siendo expertos, cada uno de nosotros se tenga que ver en alguna ocasión en el papel de ayudante de otro, por la razón que sea. Y ahí, muchacho, no importa lo veterano que uno sea, todos los que en un momento dado hemos de ayudar a otra persona tenemos una regla clave, absolutamente vital y que supedita a todo lo demás, la regla de oro del ayudante. Y grábatela en lo más profundo, no la olvides jamás:

Jamás, jamás, escuches que te digan "Menuda ayuda".

Porque significa que a la postre no has sido de ayuda, y si no has sido parte de la ayuda es que eres parte de las complicaciones. Sí, el resultado final es que contigo se ha perdido tiempo en explicarte, tiempo en que desarrolles, tiempo en repasar lo que has hecho y tiempo en decidir que lo que has hecho lo has hecho mal y que mejor el otro se apaña sin ti. Que pases un buen día.

Créeme, a mí me ha ocurrido en suficientes ocasiones, en ambos lados de la frase, y te aseguro que tan malo es para el uno como para el otro. Si eres muy, muy jovencito, la cosa tiene un pase. Pero, por favor, si te tienes suficiente respeto a ti mismo y te consideras ya destetado, haz lo que sea, pero jamás llegues a que te tengan que decir eso.

Yo creo que recuerdo todas las veces que me lo han dicho. No te digo más.