martes, 15 de enero de 2013

El problema de K.

El otro día me telefoneó K. Tenía un problemilla, y quería que le pudiera dedicar unos minutitos para hablar con él y ayudarle en sus esquemas mentales. Todo informal, por supuesto, una conversación, sin más, para aclararle algunas ideas. No me dijo de qué se trataba, pero K. es un ingeniero director de proyectos al que hace muchos años que conozco, así que gustosamente quedé con él al día siguiente, a las nueve de la mañana. Se ve que le corría prisa.

K., ya lo he dicho, es un ingeniero de proyectos. En este caso llevaba entre manos un proyecto muy importante, de muchos miles de metros cuadrados: uno de esos de quién lo pillara. Él, por supuesto, no hace el proyecto íntegramente: tiene un equipo de especialistas, que siguen sus directrices. Él lo que proyecta son las líneas generales, no entra en si hay que poner tornillos de 12 mm o de 16 o si el cable eléctrico ha de ser de 4 milímetros cuadrados o 6. Para eso está su equipo.

Pues bien, resulta que habían cometido un error. Él quería una cosa, resuelta de una determinada manera, y así se lo había vendido a su cliente, y por lo visto su equipo lo había resuelto de otra. Y por resuelto digo dibujado en planos, medido, presupuestado y adjudicado a la constructora, la cual se disponía a hacerlo. Y ahí es cuando K. se había dado cuenta del error.

Ahora K. estaba preocupado, porque por supuesto podía decir (y pensaba hacerlo) que cambiaran la solución a como a él le gustaba, pero... son muchos miles de metros cuadrados. El cambio, sin duda, iba a subir muchos, muchos miles de euros. Y ahí venía el objeto de su consulta: ¿cómo le vendía al cliente el cambio?

Llegados a este punto, yo aún estaba un poco confuso. K. tenía un equipo de ingenieros de estructuras que eran los que habían desarrollado las estructuras del proyecto. ¿Por qué me preguntaba a mí? ¿Por qué no acude a ellos? Lo cierto es que ya lo había hecho, pero...

K., y esto no lo he dicho todavía, es un hombre tremendamente discreto, cuenta lo mínimo. No me dijo quién era su calculista, ni qué le había dicho. Tampoco me dijo quién era su cliente, ni la constructora, ni nada en realidad que no fuera lo que yo debía estrictamente conocer para asesorarle. Pero usó una palabra: talibán. Cuando acudió a sus expertos, éstos se comportaron como talibanes y le dieron respuestas de talibanes. Flexibles como una piedra y comprensivos como una vaca. K. se estaba desesperando.

La verdad sea dicha, el problema que me planteaba K. no era un tema sobre el que yo fuera un experto. Ni siquiera era un tema de estructuras, qué diantre, sólo intervenía hormigón. No era sino sólo uno más de los cientos de aspectos que se han de tener en cuenta al desarrollar un proyecto de esa envergadura. Pero yo no tenía que salvar mi culo, y nada me impedía estudiarlo sin implicaciones, con sentido común y nada más. Charlamos, le expliqué cómo veía el asunto y qué enfoque le aconsejaba que le diera, y creo que lo hice bien. Lo entendió, estuvo de acuerdo y la solución que le sugería le pareció muy buena, y sobre todo viable: el cliente entendería la necesidad del cambio (que además es una mejora), la constructora noquedaba dañada, no se le cargaban las culpas y aumentaría la facturación, y él como ingeniero (y su equipo, por supuesto) no parecían como los que se hubieran equivocado sino como personas prudentes que en este caso estaban obrando con sabiduría.

Ya más relajado, K. me pidió que le preparara (y le facturara) un pequeño estudio que le ayudara en los aspectos técnicos del problema que estábamos discutiendo, pero ni siquiera era necesaria tanta sofisticación: mientras le acompañaba al ascensor, le expliqué lo que debía tener en cuenta, y ya está.

Eso sí, tengo que facturarle la media hora que estuvimos hablando: primero, porque quiero que me recuerde dentro de unos días, cuando la vea, y recuerde que le ayudé en algo que podía subir a muchos miles, y segundo porque albergo la esperanza de que la proxima vez que tenga un proyecto como ése me llame a mí en vez de a sus talibanes.

Mientras meditaba si de esta pequeña historia podría hacer un artículo para este blog, me pregunté cómo es que yo le había servido de ayuda y sus "talibanes", hombres sin duda con mucha experiencia, no. Porque realmente yo ni siquiera era experto en ello, ya lo he dicho antes.

Bueno, lo primero que se me ocurre es que yo tenía disposición y ellos no. Yo estaba dispuesto a ayudarle, yo quería resolver el problema aunque no fuera mío. A menudo nos encontramos con personas que sólo cuidan de lo suyo: si el problema no es de ellos, amigo, apáñatelas. Y esto es lo que yo quería que valorara K. en el futuro.

Otra idea es que además, hay que saber. Quiero decir, hay que tener ideas claras. En el problema de K. aparecía hormigón, y  K. sabía que yo sé de hormigón. Este conocimiento fue importante para razonarle las sencillas medidas que debía adoptar. Y práctica resolviendo problemas extraños y cierta experiencia en muchos campos; horas de vuelo, en suma. Obviamente, un recién licenciado o un ingeniero con miles de horas de sólo operador de programas de cálculo, pues probablemente no hubieran sabido dar con una solución. 

Tenemos entonces que yo aportaba ganas de ayudar, conocimientos de base y sentido común. Pero también algo más. En unos minutos entendí su problema, lo fui desenredando y al final se me ocurrió una manera sencilla de salir del apuro, algo que su grupo de tablibanes no había sabido hacer, a pesar del completo conocimiento del proyecto que tendrían. ¿Cómo es que lo ví tan claro?

Yo creo que fue mi natural espíritu rebelde, que me lleva a contemplar las otras posibilidades "fuera de las normas".

No sé. Pienso que es bueno que un consultor de estructuras, además de voluntad de ayudar, conocimientos técnicos y experiencia, debe ser también un poco insumiso. No ha de ser un talibán que interpreter las normas al pie de la letra y que lo que no figure expresamente en una norma esté fuera de la ley; al contrario, hay que pensar que las normas son ayudas, pero que son imperfectas y que no lo abarcan todo. Y para todo lo que se queda fuera, aplíquese el sentido común. Y adelante. Seguro que los exploradores y los descubridores hacían cosas diferentes a los de los demás. Tambíen por eso creo que es bueno que los ingenieros se atrevan a saltarse las normas y a probar cosas nuevas. Quién sabe, quizás funcionen.