viernes, 25 de mayo de 2012

Cuando éramos dioses



Cuando hicimos el hotel Vela (ahora hotel W), el terreno era ganado al mar; previamente era una escollera. Es decir, había una primera capa de más o menos medio metro de tierra, y luego unos trece metros de bloques de hormigón y relleno (nos salieron hasta neumáticos), hasta el lecho marino. El problema era que el terreno resistente de verdad estaba a 46 metros de profundidad, y ahí que nos fuimos. Primero, una pilotadora de barrena perforaba los trece metros de hormigón y, una vez hecho el primer agujero, hincábamos los pilotes hasta los 46 metros.

El hotel está tan cerca de la escollera que tuvimos que hacer un recrecido especial (en la foto se advierte una media luna en la escollera, es el inicio del recrecido) para que los camiones de bomberos tuvieran sitio para rodear el edificio...

No todos los pilotes se pudieron hacer. Alguna broca de la pilotadora se quedó ahí, para los restos, y algún pilote (más de uno) apenas se pudo hincar unos metros. Tampoco quedaron todos verticales, qué se le va a hacer.

Antes de hacer el encepado el topógrafo medía dónde habíaquedado el pilote, y yo recalculaba el encepado con la nueva posición. En algunos casos, los pilotes quedaban a metro veinte de donde tenían que haber estado (y algunos quedaron más lejos aún, pero creo recordar que esos ya los descartaba).

Digamos que no fue fácil.

Luego la estructura ya fue como un cohete. Tardamos tanto en cimentar que nos dio tiempo a rediseñar una estructura semiprefabricada que nos permitiera ganar el tiempo que íbamos perdiendo con los pilotes, y funcionó.

Ahora, les aseguro que las tardes oscuras daba miedo estar en un forjado a apenas treinta metros sobre el mar oscuro (vean el cambio de tonalidad de las aguas en las fotos e imaginen una tarde nublada). Porque al construir todavía no hay paredes de ningún tipo, y a esa altura, casi sobre las olas, sopla un viento tremendo.

Y es que el hotel está tan bajo que casi estábamos sobre el límite del nivel del mar. Es una tontada pero... el hotel tiene sótanos. Estamos por debajo del nivel del alcantarillado de las calles (que además están algo lejos, esta zona no estaba urbanizada), con lo que todas las bajantes propias de un hotel (aguas negras, aguas grises) hay que recogerlas en el sótano y de ahí bombearlas hasta la red pública, en una cota más alta que la base del hotel.

Resuelta la estructura vino lo peor: los cristales exteriores. Habíamos hecho una simulación en un túnel de viento para saber la fuerza del viento en cada punto de la fachada. Imaginen una tormenta (una galerna), con el aire empapado de agua (con lo que tiene más densidad y por lo tanto hace más fuerza), a cien metros de altura y al borde del mar. Las ventanas cerradas herméticamente, casi tipo avión. La fuerza del viento depende de la diferencia de presiones entre dentro y fuera; lo peor eran los puntos donde se generaba succión. ¿Saben para cuánto pedí que se construyeran los cristales de determinadas zonas? Vergüenza me da decirlo... 

Para 900 kg por metro cuadrado de cristal. Hubo que redimensionar hasta la carpintería de aluminio.

Si alguna vez se alojan en las plantas superiores del hotel W, pueden tirar tranquilos el televisor contra las ventanas. Les aseguro que no se romperán.