jueves, 12 de abril de 2012

De normas y hombres

En los 25 años que llevo en esto he conocido cinco normas de hormigón, cuatro de acero y tres de acciones. Además de normas de hormigón pretensado, unidireccionales, cemento..., y un sinfín de normas diversas, AENOR y Europa mediante, claro. Pero las fundamentales para el calculista de estructuras son las normas de hormigón, de acero y de acciones; el que es del gremio ya sabe a qué me refiero.

Y no hablo de normas que cubren lagunas, como el código técnico para cimentaciones, no, sino de las básicas de esto. La norma de acciones establece lo que pesan las cosas y el viento y la nieve que tenemos en España, y las normas de acero y hormigón nos dicen, respectivamente, cómo se resuelven las estructuras de acero y hormigón armado.

¿Porqué ocurre esto? ¿Cómo es que un edificio calculado en 1987 estaría hoy mal calculado?

Yo entiendo que las leyes civiles, comerciales y penales cambien con los tiempos; por ejemplo, lo que sería alteración del orden público en 1960 no nos chocaría ahora, por lo que sería lógico que se cambien las leyes que lo regulan. Pero las estructuras son problemas técnico-científicos: física, química, matemática... Si he de aguantar 100 toneladas y tengo palos que aguantan 10 toneladas cada uno, el conocimiento que me permite determinar que al menos ha de haber 100/10=10 palos se basa en conceptos que rigen en 2010, pero que han regido en la época de los Cromagnones y que regirán dentro de mil años. ¿Qué necesidad hay entonces de tanto cambio?

¿Porqué no puedo aplicar fórmulas que durante muchísimos años han demostrado su validez?

Lo cierto es que en España el bacalao lo cortan el Parlamento y los funcionarios. En ambos entes predominan los abogados y gente de ese corte; no son realmente los técnicos los que tienen el poder. Supongo que un cuerpo administrativo tan legalista debe buscarse siempre algo que hacer, algo que justifique su existencia. Y para ellos hacer normas y reglamentos debe ser tan natural como el respirar.

Supongo que eso tendrá algo que ver, porque, ya digo, nunca he entendido la razón de tanto cambio.