lunes, 20 de febrero de 2012

Normas idiotas o normas e idiotas

En Cataluña, en las piscinas públicas y en las privadas pero de pública concurrencia (como las de hoteles y clubs deportivos), si son techadas es obligatorio el uso de gorro de piscina. Es una norma un poco curiosa, porque no queda claro porqué si es higiénico utilizarlo en una piscina cubierta no lo es en una abierta; o si no cuál es el sentido de la norma.

El caso es que un día asistí, en mi club de natación, a una bronca enorme que le echó una socorrista a una madre porque su hija no llevaba el susodicho gorro. La piscina era apenas una bañerita que tenemos para bebés, y la hija en cuestión rondaría los seis meses. Por supuesto, era pelona del todo. Comentando con la madre lo broncas que era esa socorrista determinada, ella me contó que ya había tenido roces parecidos por sus otros hijos con ella. Y yo, y todos. La verdad es que esa socorrista ejemplarizaba el prototipo de cumplidora estricta (estrictísima) de la norma, no en espíritu sino en su letra. Y así, por ejemplo, en la piscina infantil uno puede jugar con su hijo a lanzarle un caballito de plástico, porque es un caballito. Pero si en vez de una figura fuera una esfera... ¡una pelota! Eso está prohibido y en seguida te pita. Los otros socorristas tampoco la aguantaban.

En cambio, en una piscina municipal de Sabadell destinada al público infantil, las normas se interpretan antes de aplicarlas. Es una piscina circular, de unos cien metros de diámetro, que los fines de semana de verano llega a tener cinco mil usuarios. Me recuerda a las fotos de las piscinas chinas. Tiene un nutrido grupo de socorristas, con camisetas rojas, y de mediadores, con camisetas blancas (estos últimos se dedican al cumplimiento de las normas cívicas, como no comer en la hierba, y a resolver cualquier contratiempo que uno tuviera con su vecino). Pues bien, los días laborales, que hay bastante menos gente (pongamos sólo 500 personas), permiten que en la piscina se juegue con pelotas, hinchables, etc. Incluso la organización saca, a ratos, hinchables gigantes para que la chiquillería - y sus padres- jueguen a gusto en el agua. Y a mí, en esa piscina, me parece bien. Es una piscina infantil, cubre en casi todas partes entre 30 y 70 cm. Sólo acuden familias con niños, no tiene sentido otro público. No verás a adultos sin hijos ni a bandadas de jóvenes hiperhormonados que compiten por ver quién es más burro. No, ves a familias con niños pequeños, a familias con niños medianos y a familias con niños grandes. Todos asumen que es una piscina para niños y a ninguno nos molesta que haya pelotas o inflables. Siempre, como digo, que el aforo sea razonable y haya espacio suficiente. Es, ya digo, un ejemplo de aplicación razonable de las normas.

El caso es que vivimos en una sociedad con normas para casi todo. Tenemos tantas que los que se dedican a eso - porque tenemos un porrón de gente que se dedica sólo a eso- están ya mayormente modificando normas viejas antes de inventar normas nuevas. Estas normas son o bien de corte negativo (prohíben) o de corte positivo (obligan). Por suerte, la mayoría de las normas son en la práctica "recomendaciones", ya que el normalizador carece del poder auténtico para obligarnos a su cumplimiento. 

Por ejemplo, cuando se anuncia nieve: en seguida el consejero de interior y el departamento de tráfico piden que la gente se quede en sus casas, que no cojan los coches. Está prohibido escupir en la calle y es obligatorio pagar todo lo que el Fisco quiere que paguemos. En la práctica, son consejos que acataremos con mayor o menor voluntad, según cada cual. 

La parte mala, espantosa, es cuando el normalizador es una entidad privada e impone la norma en un ámbito privado, donde sí puede obligar a su cumplimiento. Como la socorrista que mentaba al principio.

Como ingeniero, ya expliqué lo que pienso: la disciplina es para los soldados.  Muchas de las normas de convivencia yo no las necesito porque las acato de natural: no piso calzado la hierba, no dejo basura en el monte, no viajo sin cancelar el billete y no hago fotos con flash en los museos, por ejemplo. Pero, desde luego, cuanto más coincido con mis conciudadanos más añoro a la policía ésa saudí que va con porras de madera imponiendo "la moral y las costumbres".

Sin embargo, sí sufro dos males que la mayoría de la gente desconoce. El primero son las entre nosotros famosísimas OCT, organismos de control técnico. 

Las OCT son entidades que de siempre han existido y dedicado al control de la calidad de los trabajos; en nuestro caso, los proyectos y las direcciones de obras. Buró Veritas, Secotec, LLoyd, TÜV, son grandes empresas que se juegan su prestigio en cada trabajo que certifican como bien hecho.

Pero resulta que desde hace unos años la norma española de edificación obliga a que los edificios residenciales (las viviendas), para defender al propietario final que por supuesto no tiene ni idea de ingeniería, estén sometidos a la aprobación de una OCT. Las cuales, al coincidir esta norma con los años de oro del ladrillo, surgieron como setas en otoño, y se llenaron de titulados - que no de profesionales- a los cuales les dijeron: esto tenéis que controlar, estos son nuestros criterios, o cumplen o no cumplen. 

No me voy a extender aquí sobre la china que esto nos ha supuesto a los ingenieros de estructuras, a quien le interese seguro que encuentra cien millones de blogs en internet despotricando sobre esta manga de tarados; baste decir que mi socorrista era una viva la virgen a su lado. Quien las conozca ya sabe lo que digo y quien no las conozca jamás llegará a imaginar lo que se vive con ellas.

Pero al menos las OCT son vencibles, y si no se puede convencer al promotor que las mande a escaparrar y se busque otra más razonable. 

Con los que no podemos hacer nada son con los responsables de seguridad y prevención en las fábricas. Ahí me han dado.

Verán. Cojan a los técnicos titulados más inútiles. Los que no sirven para nada más. Pues esos se reciclaron hace unos años como "técnicos de seguridad y prevención de riesgos laborales". Y se pusieron a hacer normas. Claro, una a una cada norma es irreprochable. Es evidente que llevar calzado de seguridad es mejor que no llevarlo. He estado en empresas donde exigen que los chóferes lleven casco, chaleco reflectante y calzado de seguridad. Teniendo en cuenta que un chófer, sea del camión que sea, tiene prohibido participar en la carga y descarga,... ¿para qué quiere el calzado de seguridad? Si el tío maneja mejor su dieciocho ruedas de cuarenta y cuatro toneladas con bambas, ¡dejále, caramba! He estado en fábricas donde nos hacen dejar en armaritos los relojes, las cadenas, los anillos y los pendientes, entre otras cosas. Independientemente de la parte de la fábrica que vaya a visitar. He estado en fábricas donde se prohíbe llevar sandalias y camisas de manga corta. Donde se prohíbe el empleo de teléfonos móviles en todas las instalaciones. Donde me obligan a seguir una linea amarilla pintada en el suelo... y que me vi obligado a abandonar porque mi coche estaba unas plazas más allá... Que, por cierto, éramos un grupo de ocho personas -constructora, propiedad, el ingeniero...- que íbamos a inspeccionar cómo hacer un arreglo en una fachada de una nave, y ahí nos ven a los ocho caminando por el patio de la fábrica en fila india, sin salirnos de la raya amarilla...

Lo dicho. Si quieren normas estúpidas, vayan a las fábricas. Es cierto que en las mayoría las normas suelen ser muy razonables y se aplican con mayor o menor flexibilidad, y que todas las normas, en el fondo, tienen una razón de ser. Pero es que esa razón no se me debe aplicar a mí, caramba. Si yo voy a visitar al jefe del departamento de ingeniería para tener una reunión, ¿porqué he de presentar el TC1 y el TC2 en la puerta, firmar que he realizado cursos de prevención de riesgos laborales y que estoy al corriente de las normas de actuación en caso de accidente en esa empresa? Sí, es lo que me va a pasar mañana en la fábrica donde tengo que ir. Además de que debo asistir a la reunión con casco, botas y chaleco reflectante. Para una reunión en un despacho.

En fin. Lo dejo, porque he visto de todo y cada día me asombro más. Y es que el problema no es que las normas sean idiotas, sino que ponen a idiotas a vigilar las normas.