martes, 1 de junio de 2021

3:15 de la madrugada

En cierta ocasión, siendo estudiante, me desperté temprano como acostumbraba. Como era invierno aún no había amanecido; ni siquiera había alborada. Me levanté en silencio para no despertar al resto de la familia, desayuné, realicé mis abluciones matutinas, me vestí, hice mi cama y salí sin hacer ruido. A la Universidad iba andando, estaba a sólo 20 minutos de mi casa. Sí, hacía frío, pero es lo que pasa en Zaragoza en invierno. Bufanda, guantes, manos en los bolsillos.

A mitad de camino cruzo la avenida Goya con la Gran Vía. En ese cruce hay un par de relojes/termómetro municipales, de ésos que dan la hora y la temperatura de manera intermitente. Siempre los miro, para saber qué tal voy de tiempo. Y aquella vez no fue una excepción.

Me extrañó lo que marcaba, pero seguí caminando un poco más. Entonces me pregunté si no sería cierto: había muy poca gente en la calle, puede que nadie, y echaba en falta el tráfico habitual. Mejor consultar mi reloj de pulsera. Y, en efecto, eran las 3:15 de la madrugada y yo probablemente me había despertado a las 2:30. ¿Qué diantres hacía caminando a esas horas?

Pues no lo sé. Lo que sí puedo decir es que volví a mi casa, entré sin hacer ruido (de nuevo) y me acosté otra vez. 

Y lo peor: unos días después me volvió a ocurrir lo mismo. De nuevo caminé hasta el reloj de Goya, y de nuevo eran las 3:15. Sí, la misma hora. Y de nuevo di media vuelta y me acosté en silencio.

Nunca más me ha vuelto a pasar y nunca he sabido qué me pasó. Pero tantos años después sigo preguntándome el porqué de lo que me ocurrió; una vez tendría un pase, dos veces casi seguidas y nunca más... eso hace el misterio mucho mayor para mí.