domingo, 7 de octubre de 2018

Ambroise Paré o el fin de la barbarie




Antaño, a los combatientes heridos no se les curaba. Se les remataba, para ahorrarles sufrimientos. Lo cierto es que no habrían sabido cómo sanarlos, curar heridas de guerra. Nunca se había hecho. También habría sido un problema evacuarlos del campo de batalla, llevarlos consigo al avanzar el ejército, alimentarlos. Y desde un punto de vista militar quizá no tendría mucho sentido: el herido quedaría, a lo mejor, inválido, por lo que no serviría de ayuda en el futuro. Y eso si la herida era en un miembro; una herida en el abdomen o en el tórax, por ejemplo, tiene mala cura. Por no hablar de las condiciones higiénicas. No, la condena de muerte era casi segura. Lo más humano era rematarlos. Matarlos, en realidad.

Por suerte para todos nosotros, un hombre no pensó así.

Porque Paré era un maestro barbero que nació en Francia hacia 1509. Maestro barbero o cirujano-barbero, da igual: era una categoría de "médico" que se dedicaba al "cuidado" de los soldados heridos en los combates, aunque ya sbemos qué "cuidados" solían ser esos. Y cuya herramienta principal era, cómo no, la navaja.

Pues bien, Paré pensó que lo que había que hacer era intentar curar a todos los heridos. En una época en la que se solía echar aceite hirviendo sobre las llagas para limpiarlas, Paré utilizó un calmante de su propia invención. Una noche tuvo un cierto número de heridos, y con un gruposiguió la técnica habitual del aceite, mientras que con el otro empleó el cataplasma que se se había hecho. El grupo del aceite pasó la noche en agonía mientras que el otro grupo se estaba recuperando. Debido, en realidad, a que su cataplasma contenía aguarrás, que a pesar de todo tiene propiedades antisépticas.

Otra cosa que también se dedicó a hacer era ligar las arterias tras amputar un miembro: mucho mejor que lo que se hacía, que era cauterizar al rojo vivo el corte. Nuestro barbero incluso aprendió a reducir fracturas óseas y otros avances médicos. Como curiosidad, Paré demostró la inutilidad de las piedras bezoar contra los venenos. Un bezoar es un elemento no digerible que entra en el circuito digestivo; por ejemplo, un mechón de pelo. Una piedra bezoar es una piedra semipreciosa parecida a la perla de una ostra: un grano de arena va formando capas de calcio alrededor, como hacen las ostras. Pues bien, en aquella época se pensaba que estas piedras podían curar, o limpiar, no sé, la ingesta de venenos. De hecho, la palabra bezoar viene de una voz persa que significa "contraveneno" o "antidoto". El caso es que Paré no lo creía, y en cierta ocasión en que pillaron a un cocinero robando la cubertería de plata y lo condenaron a la horca, Paré le propuso el experimento: el cocinero tragaría unas piedras bezoar y luego ingeriría el veneno. Si el cocinero sobrevivía, quedaría libre. Siete espantosas horas después, Paré había demostrado que las piedras bezoar no curaban los venenos. Al menos no todos.

Paré murió en París en 1590. Tendría, pues, 80 años: una venerable edad en la actualidad, una considerable entonces (lo que me da qué pensar). Hoy, a Paré se le considera el padre de la cirugía moderna, y es fácil entender por qué.

No sólo los ingenieros y las personas con mentalidad de ingeniero somos responsables del avance de la Humanidad. Esta afirmación es aún más cierta cuando el avance que damos no es técnico sino moral. Paré, el protagonista de esta historia, introdujo varios avances técnicos, sí, pero su gran logro, sin discusión, fue de índole humana. Hasta el punto de que podemos decir, sin rubor, que Paré supuso el fin de la barbarie.




Xavier Rudd - Follow the sun