viernes, 8 de diciembre de 2017

Un interés que empezó con un Tocón




En contra de la opinión de algunas personas, los reyes godos son anteriores a mi época. 

Por supuesto, yo no tuve que aprender de memoria en el colegio la lista de los reyes godos pero sí es cierto que nos enseñaron la lista de cuáles eran. No la recuerdo entera, claro, pero si me dicen un rey godo, me suena. Si me hablan de Sisebuto o de Suintila, los tengo identificados, pero a bote pronto no sabría decirles nada más sobre ellos. Un día lo haré, porque ahora con internet es muy fácil encontrar información sobre todo, y no sólo la historia de los reyes godos es muy entretenida (aunque nadie lo diría), sino que además casi todos tienen muchas historias muy curiosas que contar.

Pero ahora no se trata de hablar sobre los reyes godos.


1.- La arquitecta

Hace no mucho hablaba con una arquitecta de 28 años educada en Alicante y le contaba (o le quería contar, mejor dicho) que el Código de Hammurabi ya establecía las penas a aquellos constructores cuyos edificios se hunde. Mi problema estribaba en que la moza no sabía quién era Hammurabi. Al explicarlo resultó que ella no sabía quiénes fueron los sumerios, los acadios, los asirios y los babilonios; tampoco los hititas o los fenicios. No sabía nada de lo del Tigris y el Éufrates. Como justificación, me dijo que a ella le habían enseñado la Historia a partir de los Reyes Católicos. 1492. 

Pero la cosa no acaba ahí: la conversación derivó a un punto en el quise explicarle las distintas fechas que establecían qué era Edad Media y qué era Edad Antigua, qué era Prehistoria... y la moza no sabía qué era la Edad Media o qué era la Edad Antigua. Quiero decir, realmente no sabía qué significaba Edad Media: me preguntó si la Edad Media era antes de, por ejemplo, los romanos. Como quien responde por si suena la flauta. Más adelante, cuando le dije que Julio César conquistó la Galia en unos 7 años, ella me preguntó si luchaba contra los musulmanes. Ya saben, cuando en una conversación uno no quiere pasar por tonto e intenta meter baza de vez en cuando con alguna afirmación que demuestre que algo sí que se sabe.

Y no sólo eso: sobre muchas otras cosas lo desconocía todo. Había oído "la expresión" Rómulo y Remo, pero no sabía que eran. No sabía nada de los cartagineses, ni sabía por qué Cartagena se llama Cartagena.

No sabía la Historia Antigua de España. 


2.- Tocón

No sé si en alguna otra entrada he hablado de Tocón. De los libros de Tocón, quiero decir.

No recuerdo bien cuándo fue. Tengo vagos recuerdos, me parece que aquel día estaba enfermo, pero por la imagen en mi memoria de llevárme mi parte a una habitación en concreto, diría que ocurrió antes de la reforma de mi casa; yo tendría entonces, pongamos, ocho años. El caso es que un día llegó mi madre con (o trajeron a casa, tando da) una colección de libros de Tocón. Libros de tapa dura, por supuesto, con sobrecubierta y todo eso, pero eran libros infantiles (para la época): contenían algunas ilustraciones. La colección constaba de 12 libros, y me van a permitir el alarde, pero para regocijo de mis hermanos mayores voy a enumerar los que eran (sin clavar el orden).

  1. Tocón en las cruzadas
  2. Tocón y los vikingos
  3. Tocón en el Renacimiento
  4. Tocón con Aníbal
  5. Tocón en las cavernas
  6. Tocón en el Polo
  7. Tocón policía
  8. Tocón y el emperador
  9. Tocón y los piratas
  10. Tocón en las carabelas
  11. Tocón en las Termópilas
  12. Tocón y Gengis Kan
Es posible que me equivoque en alguno de ellos, no todos me gustaron. Pero no sé si captan la idea: Tocón, el protagonista, aparece en cada libro en un hecho histórico (salvo el de Tocón policía, que es un policiía de la Suretê).  El esquema en todos los libros es siempre el mismo: Tocón es un personaje anodino, uno que pasaba por allí (nunca sabe cuál es su origen y siempre es pelirrojo, lo que lo aún más extraño), pero por alguna extraña razón se ve envuelto en los acontecimientos históricos y los presencia en primera fila. Por ejemplo, en Tocón y el emperador lo reclutan para el ejército francés, progresa hasta convertirse en guardia de corp de Napoleón, forma parte de su escolta en la isla de Elba y lucha en Waterloo. 

El caso es que en aquel momento en casa éramos tres hermanos lectores (es posible que el cuarto hermano, ni mucho menos tan lector, fuera demasiado pequeño para la que se le vendría encima), y mi madre nos repartió los doce libros entre los tres. A mí me tocaron (o me llevé) el de las cruzadas (qué malo era), y los tres mejores: Aníbal, Gengis Kan y las Termópilas. Que todos leímos todos, faltaría más, pero cada uno cuidaba los asignados como suyos.

Esto del reparto quizá merezca una explicación adicional. Siendo muchos hermanos muy seguidos, lo normal es que no hubiera para todos. Si llegaba algún tebeo a casa, o dos, o tres, rápidamente cada uno se pedía el turno para leerlo: "primero para el Tiovivo y tercero para el Pulgarcito", por ejemplo. Al que lo leía primero se le consideraba el titular. Responsable de mantener el orden de lectura establecido (que nadie se los saltara), de recogerlo cuando andie lo estuviera leyendo, de cuidarlo. De ahí que nos repartiéramos los libros; yo guardaría y cuidaría mis cuatro libros asignados, y a cambio sería el primero en leer esos, los demás tendrían que esperar que los acabara.

Como para entonces yo estaba (era un niño) muy impresionado por la película "El león de Esparta", sobre la batalla de las Termópilas, yo estaba totalmente predispuesto para leerme esos tochos de novelas históricas. ¡Y vaya si lo hice!

Una consecuencia imprevista de los Tocones es que los tres pasajes históricos se convirtieron, y ya para siempre, en mis favoritos. Para mí, fueron las mayores gestas de la Humanidad. 

Y lo que más me impresionó fue el final de "Tocón con Aníbal", con Aníbal portando el cadáver del héroe que acababa de morir (en la realidad se suicidó, en la novela no lo recuerdo).

Una consecuencia adicional, ya que estamos, es que desde entonces, para mí, los romanos siempre fueron los malos.


3.- Amílcar

Al principio de mi andadura en el blog les escribí una entrada sobre Agatocles (no sobre Agatocles, sino usando la figura de Agatocles para presentar una idea, pero ahora no importa). Agatocles es todo un personaje y quizá algún día escriba sobre él, en este momento baste decir que era un caudillo de Siracusa en su lucha contra los cartagineses. Siracusa era una ciudad griega en Sicilia, en aquel momento la ciudad más importante del mundo griego (decadentes ya Esparta, Atenas y las otras), y Cartago era la potencia rival, que dominaba todo el Mediterráneo occidental. Cartago era una potencia porque, aunque fenicia, no se había involucrado en las luchas seculares que asolaban (y asolan) Oriente Próximo. Cosas de la paz.

El caso es que griegos y cartagineses, durante cientos de años, se las estaban teniendo tiesas en Sicilia. De vez en cuando salía un caudillo capaz, como Agatocles, y un bando se imponía al otro, pero poco a poco los cartagineses eran los que se iban imponiendo. Y en éstas, Roma metió sus narices. Empieza la primera guerra púnica.

La primera guerra púnica es como la primera guerra mundial: algo inevitable, que se veía venir, y que empezó por una nadería, un error que no debía haber ocurrido. La segunda guerra púnica, como la segunda guerra mundial, empezó por el odio del vencido al vencedor y por las ruinosas condiciones de paz que había establecido el vencedor. Y tercera guerra mundial no ha habido, pero la tercera guerra púnica fue por el odio del vencedor hacia el vencido: querían exterminarlos, que desaparecieran de la faz de la Tierra para siempre.

Bien, la primera guerra púnica duró 25 años. Habría durado muchos menos si hubiera comenzado unos años más tarde: habría pillado a Amílcar Barca más mayor, no tan joven, y éste se hubiera puesto al frente del ejército cartaginés mucho antes. Pero empezó cuando empezó, y cuando Amílcar obtuvo el mando ya Roma había aprendido.

En los 1.200 años de Roma, dos hitos cambian el curso de su historia. Uno, obviamente, es el asesinato de Julio César y el fin de la república; el otro es la primera guerra púnica. Antes de ésta, Roma era una ciudad que había dominado a sus vecinos primero, a toda la península al sur del Po en aquel momento, pero que no iba más allá. Por ejemplo, no tenía barcos. No era un pueblo comerciante, sino labrador.  Podríamos decir que "no se metían con nadie". Fuera de la península, insisto. Pero sólo hay 3 km de la península a Sicilia. 

En principio, la guerra púnica parecía un choque desigual, la poderosa Cartago, nada menos. Pero las naciones tienen su personalidad: España tiene su personalidad, Francia la suya, Alemania la suya, Inglaterra la suya, y Roma tenía la suya. Cartago, para hacernos una idea, hasta Agatocles no tuvo murallas. ¿Para qué iba a tenerlas? Roma, en cambio, llevaba siglos en luchas de ganar o morir. Yo no sé qué fue, pero la república romana jamás se rendía; siempre se levantó y continuó. En el caso de la guerra púnica, Roma no tenía barcos. No sabía construir barcos, no navegaba. Eran agricultores, caramba. Pero para luchar contra Cartago tuvo que aprender a construir barcos, y tuvo que aprender a navegar. Tuvo que aprender a luchar contra una ciudad poderosa, y lo hizo. Luchó. Puede que no ganara, pero no retrocedía. Como la primera guerra mundial entre Alemania y Francia. Luego llegó Amílcar y con él las victorias, pero Roma no se rendía. Y Cartago no era un pueblo de agricultores, sino de comerciantes. El poder de Cartago estaba en su comercio, y 25 años de guerra lo estaban deshaciendo. Más aún, los romanos eran su propio ejército; los cartagineses, ricos y refinados, no: pagaban a otros, a mercenarios de todas las naciones, para que lucharan por ellos. Y eso costaba dinero. Para cartago, las guerras eran la ruina, no negocio. Así que no les interesaba seguir y, a espaldas de Amílcar, firmaron la paz con Roma.

Eso sí, no sabían con quién estaban firmando. Como los franceses en 1919, las condiciones romanas fueron leoninas. Y Amílcar se fue de Cartago. 

Se fue a España, con un pequeño ejército de cartagineses, en principio para expandir el dominio de Cartago más allá de la zona de influencia romana. La mala noticia es que murió. La buena noticia es que con él se había llevado a su hijo Aníbal.



4.- Aníbal

Aníbal Barca es el mayor genio militar que ha habido nunca. Y no sólo porque saliera en Tocón. Su desgracia fue que era cartaginés.

Aníbal odiaba a Roma, y la lucha de Aníbal contra Roma fue la segunda guerra púnica. Las diferencias de la primera con la segunda podemos reducirlas a tres: ahora, había un cartaginés capaz al mando desde el principio. Segundo, el objetivo del cartaginés no era defenderse de Roma o mantener Sicilia, sino destruir a Roma. Y, tercero... Cartago ya no tenía barcos. Al igual que Alemania tras 1919, por el tratado de paz con Roma Cartago se había quedado sin armada. Así que Aníbal, que estaba en España (en Cartagena, Cartago-Nova, ya puestos), tuvo que ir a Roma a pie. La famosa gesta de cruzar los Alpes con un ejército de elefantes.

El cruce de los Alpes fue algo increíble, que espero desarrollar en otra entrada para no alargar ésta en demasía. Quedémonos con que cruzó los Alpes y el Po. Los romanos le enviaron ejército tras ejército, y él los derrotó a todos. Ticino. Trebia. Trasimenos. Cannas, donde con sus 40.000 hombres venció a un ejército de 76.000 romanos: 52.000 muertos y casi 20.000 prisioneros. El tipo llegó hasta Roma. Lo que pasa es que los romanos aún tenían tropas, y Roma era una ciudad amurallada. Aníbal no podía tomarla con lo que le quedaba de ejército tras tanto viaje, tantas heroicidades y tantas batallas. Necesitaba refuerzos, los pidió y esperó.

Y esperó, y esperó.

Aníbal, de hecho, no confiaba en su ciudad, en Cartago. Pero sí en su hermano Asdrúbal, que había dejado en España y tenía tropas allí. Lo que pasa es que los romanos daban para todo, y habían enviado un ejército al mando de Publio Cornelio Escipión a España y además interceptaron a Asdrúbal en Metauro, en el norte de Italia. Asdrúbal no era Aníbal, y perdió. No iba a recibir refuerzos, de España. Como mucho, de Cartago. Pero Cartago era ruin y mentecata, y no los envió. Al no hacerlo, Escipión pudo ir a Cartago. ¡Ay, amigo, eso son otras palabras! ¡Que vuelva Aníbal! Y Anibal volvió, pero el ejército que tenía en Italia no. Porque a esas alturas de la partida, cartagineses, en su ejército, le quedaban pocos, y la mayoría eran galos y gente así que había ido reclutando por el camino a Roma. Para más inri, para entonces Cartago ya se había rendido a Roma, pero como las condiciones romanas eran tan leoninas o más que tras la primera guerra, los cartagineses creyeron que Aníbal les salvaría y reanudaron la guerra. 

La batalla de Zama, a las afueras de Cartago, fue la batalla que perdió Aníbal. Casi venció, pero digamos, simplemente, que era una batalla que Aníbal no podía ganar.

Acabada la guerra, Cartago lo perdió todo menos la vida. Eso se la quitaron en la tercera guerra púnica, unos años después; una guerra que provocaron romanos viejos que se acordaban de Aníbal, y que les aterraba que un día Cartago se rehiciera. Mejor prevenir: fieles a su estilo, acabaron con todos y demolieron la ciudad. Fue el final de Cartago en la historia.


5.- La república de Roma

Sin embargo, y aunque desde niño me han caído mal, cuanto más aprendo de los romanos más me asombran. Los 500 años del Imperio no, me parece un periodo lamentable, pero los 500 años de república... ¡Ah, la República de Roma!

Cuando yo era chaval, veo que ahora ya no, en el colegio se estudiaba el sistema político de la república romana. Cónsules, pretores, cuestores, ediles, tribunos, todo eso. Pero no lo suficiente: creo que se debería estudiar más a fondo, extraer conclusiones, aprender de ello. Porque Cartago no es más que un pasaje en la Historia, pero la República de Roma... 500 años de éxito no se dan así como así. Es necesario entender qué pasó, qué la hizo grande, qué la destruyó.

Además, la República tenía algo que hizo a los romanos triunfadores; tenía que ser algo inherente a la república, porque luego el Imperio los convirtió en decadentes. Quizá fuera su sistema político, no se me ocurre otra cosa. Desde luego, eran crueles: mataban y exterminaban a pueblos enteros sin ningún escrúpulos. También eran rencorosos e inmisericordes: sus condiciones, cuando ganaban, eran demoledoras. Siempre se condujeron con orgullo y se comportaron como ganadores antes de empezar los conflictos: a menudo sus leoninas condiciones eran para no empezar las guerras. Sea como sea, el caso es que no abundaron los casos de pueblos que se quisieran quitar de encima el yugo romano: salvo los judíos, que son otros que también hay que echarles de comer aparte, no sabría decir ningún ejemplo. Así que algo tendrían.

Roma, como Inglaterra, siempre me han intrigado. ¿Cuál es la clave de su éxito? No es algo coyuntural, como España o Francia. Es algo en sus sociedades, que las hace triunfar frente a las demás. ¿Qué era? No lo sé, y me gustaría saberlo. 

Sea como sea, pienso que estudiamos poco la república romana. De hecho, nos concentramos (los que se concentran) en la parte peor, la de las guerras civiles, la época de Mario, la de Sila, la de Cicerón y la de su decadencia. Vale que es la más documentada, pero no es la parte que a mí me interesa. A pesar de las muchas páginas de gloria que en esa decadencia escribió.
 


6.- Mi arquitecta como botón de muestra 

Cuando lo pienso, me cuesta creer lo de mi arquitecta. Que no tuviera ni repajolera idea de la Historia anterior a 1492. Pero yo estuve allí, y la conversación fue real, fue franca. No hubo interés en ocultarme su sabiduría, en tomarme el pelo. De verdad que ella no sabía. 

Si esto me ocurriera con un peón en una obra, pensaría que esa persona no asimiló los conocimientos que le mostraron en la escuela. Pero no, hablamos de una persona con una titulación superior, con un máster. La clave es que es una persona joven, menor de treinta años. Es, pues, de lo mejorcito que consigue nuestro sistema educativo.

Sin embargo, no saber Historia es tremendamente dañino para la persona. El que no sabe Historia no lo creerá, como el sordo no puede entender el placer de escuchar música. Pero lo es. No sabiendo, la formación de esa persona es incompleta. Su visión del mundo es reducida, es como si viviera en una celda y no supiera nada del mundo exterior.  Y viene al pelo, en este momento, recordar una frase del romano Cicerón: "Si ignoras lo que ocurrió antes de que nacieras, siempre serás un niño".

En mi entrada sobre Agatocles animaba a conocer más de la Historia. Es divertida, es entretenida, es enriquecedora y aprenderla nos da la sensación de ser mejores que antes, de saber más, de no haber perdido el tiempo. Pero es una afición que hay que sembrar desde la infancia: mi arquitecta, me temo, nunca se interesará ya por saber Historia. Es imposible no pensar que nos encaminamos hacia una sociedad más pobre, menos desarrollada.

Y no, no veo Tocones por ahí, en las casas de nadie ni en las librerías. Ayer estuve en una, y no vi, en la oferta infantil, nada parecido. Sí vi los libros que en mi época serían para nilños de tres, cuatro y cinco años. Pero Tocones, ninguno.

No vamos bien.




Eddie Cochran - Summertime blues