jueves, 5 de septiembre de 2013

Cuestión de perspectiva


Últimamente me topo con relativa frecuencia, en televisión, con un anuncio de no sé qué ONG que me cuenta que en este mismo instante, al no estar dándoles mi dinero, hay un negrito por ahí que está muriendo por cólera. Todo el mensaje, por supuesto, recitado con una bien modulada voz que incorpora un sutil tono de reproche, y las habituales imágenes de miseria y necesidad y de tristes caritas que se acostumbran en estos casos. Quizá piensen ustedes que soy un monstruo despiadado y cruel, pero estos anuncios no me producen sensación de que he de donarles ya todo mi escaso pecunio. En primer lugar, porque no me parece de recibo que me digan que, si no les pago, unos niños se morirán; quizás, si me demostraran lo mucho que con los escasos fondos que reciben ellos hacen para que estos niños tengan una larga y feliz vida, quizás entonces llegara yo por mí mismo a la conclusión de que darles dinero salva vidas de niños y entonces colaborase con ellos; pero de esas otras maneras tan chantajistas y de matón, ¡quiá! 

En segundo lugar, no estoy seguro de que darles mis datos bancarios y atender los recibos que me giren sea una buena idea. No śe nada de esa ONG, no sé quién hay detrás (aparte de Cruz Roja y Manos Unidas, y alguna que otra más), no sé si alguien las controla y se asegura de que dan buen uso a mi dinero. Parece que son organizaciones no gubernamentales y que con eso quieren decir que no están bajo el control de ningún gobierno, así que estarán bajo el control de ellos mismos, que ya he dicho que no sé quiénes son...  ¡hum!

Por otro lado, es cierto que tampoco me tranquilizaría mucho que estuvieran bajo el control de, digamos, el gobierno español, que se ha mostrado tan ducho en el control económico de sus propias organizaciones o, peor aún, de algún gobierno autonómico (el mío, sin ir más lejos).

Pero, sobre todo, lo que más me retrae es que no creo que su propuesta sea la mejor solución al problema.

Sí, verán, intento ser racional y no sentimental. Cuando me muestran la miseria en el mundo (o la enfermedad, o las despoblaciones, o lo que sea), yo veo un problema. Así que de lo que se trata es de intentar resolver ese problema.

Desde hace unos años suelo encontrarme, entre mi casa y el trabajo, a unos negritos pidiendo limosna. Ha habido temporadas que me encontraba lo que etiquetaría como albanokosovares, incluso a un padre con su hijo ya los tenía fichadísimos, pero los negros en cuestión... Los veía siempre, en las mismas esquinas estratégicas, con la misma salmodia, durante años y años. Es cierto que hace ya tiempo que no están, ahora son otros, pero de aquellos en concreto guardo total recuerdo, porque de hecho siempre pensé que eran familia o como mínimo grupo, y que pedían por hambre de verdad. No sabría decir si alguna vez les dí algo, pero sí ví a personas de toda índole darles alguna limosnilla. Estoy convencido que todas esas personas pensaban que hacían lo correcto.

Sin embargo, es muy probable que los trabajadores de calle no piensen lo mismo. Dirán que la limosna, por muy bienintencionada que sea, no resuelve el problema, que lo que necesita esa gente es un hogar, formación, un trabajo, un sueldo digno. Que lo que hay que hacer es trabajar con ellos, ayudarles a mejorar y que puedan llegar a seguir ellos solos, que la limosna precisamente hace lo contrario pues los vuelve dependientes de esa ayuda. Ustedes saben lo del pez y enseñar a pescar, claro. Los trabajadores de calle piensan que la persona que cree que ayuda dando la limosna, simplemente, tiene una visión demasiado parcial (por cercana) del problema, lo que necesita es mayor perspectiva y ver el problema en su conjunto. Nadie les niega la buena intención a los trabajadores de calle. 

Sin embargo, muchas organizaciones dedicadas al mismo problema pero con mejores despachos piensan que hay que tener una perspectiva mayor del problema. Los inmigrantes vienen a nosotros, muchas veces jugándose la vida por el camino, porque no tienen esperanza en sus lugares de origen. Y mientras aquí les acojamos y les demos un futuro mejor, no dejarán de venir; nuestra misma ayuda conlleva el efecto llamada. Y así no podremos seguir, nos hundiremos y ellos con nosotros. Lo que hay que hacer es trabajar para que no tengan necesidad de dejar su tierra. Hay que ayudarles allí. Hay que darles hospitales, escuelas, trabajo. Hay que favorecer su agricultura, su comercio, su incipiente industria. Ayudarles a modernizar sus ejércitos, a ejercer sus democracias, lo que sea. Cueste lo que cueste. Toneladas de dinero, si se trata de eso. Nadie sabe cuántas toneladas de dinero han viajado de Europa a África, pero probablemente salen a un buen puñado por cada habitante, de eso estoy seguro. Claro está que la distribución no es equitativa, me temo que suele haber una serie de personajes en el interior de la cadena que se llevan una parte nada despreciable del flujo monetario, y aquí interviene lo que diferencia una ong de otra, la que construye una escuela para los niños en Ngurunguru perdiendo menos dinero por el camino que la que la construye en Ngorongoro, y por eso hemos de darle nuestro dinero a la primera y no a la segunda. ¡Son tan bienintencionadas, las ONG!

Recapitulemos hasta aquí: la señora María da con toda su buena intención una limosna cada día al pobre Mbongo. Cree que así ayuda a resolver el problema. Los trabajadores sociales creen que no hay que dar limosna a Mbongo sino ayudarle a él y a su familia a encontrar un trabajo con el que vivir. La ONG Marías sin Fronteras dice que no, que esa visión es pacata y no resuelve el problema, que lo que hay que hacer es ir al país de Mbongo y conseguir que ellos mismos tengan escuelas como las nuestras, hospitales e industrias como las nuestras y trabajos como los nuestros, con sueldos como los nuestros; así vivirán como nosotros, felices al fin y contentos, y no querrán venir a vivir entre nosotros. Y como duplicar nuestros países en las tierras africanas cuesta un montón de dinero, necesitan un montón de dinero (o montón y medio, tampoco vamos a discutir por el chocolate del loro siendo tan nobles los fines).

La pregunta que cabe hacerse, empero, es si a las ONG no les falta acaso perspectiva. No ven el problema global. ¿Realmente la solución es duplicar nuestra civilización en sus países? ¿Realmente la felicidad está en nuestro modo de vida? Quiero decir, ¿hace 200 años el negro africano era infeliz en su selva y gracias a nosotros está conociendo la felicidad? ¿De verdad lo cree así? ¿Cree que los africanos vivían aterrados porque había leones y cocodrilos? ¿Es que acaso cree que las cebras viven atemorizadas porque hay leones en la sabana? Puede que si usted viviera en la selva con tan solo un taparrabos y un palo con la punta afilada se muriera de miedo, pero, créame, ellos no.

Y sí, es posible que su vida no fuera tan larga como la nuestra, orgullosos como estamos de cómo hemos conseguido prolongar la esperanza de vida y cómo nuestros más mayores viven sus últimos años, pero yo le diría que no es cuestión del número de días que se vive, sino de cómo se vive. Amigo, no me creo que el hombre blanco haya llevado la felicidad a África, y no me creo que África sea mejor que antes gracias al hombre blanco. Ahora tenemos un problema, porque sufrimos al ver que no son como nosotros y ellos sufren porque les hemos inculcado que lo guay es ser como nosotros.

Y como el dinero es la base de nuestra vida, les estamos enviando paletadas de dinero. Para que destruyan sus selvas, fumiguen sus campos, cultiven en los desiertos, esquilmen sus costas y se conecten a Internet. Y abrimos carreteras y aeropuertos, establecemos ciudades y megápolis, les decimos que edifiquen los edificios como nosotros, que comercien a nuestra manera y con nuestras reglas, todo lo que es necesario para ser como nosotros.

Yo creo que éste es el problema. Cuando los humanos llegaron a Europa, se adaptaron y crearon una civilización europea. Cuando los europeos, llevados precisamente del ansia de crecer que les caracteriza, conolizaron el resto del mundo se toparon con otras civilizaciones, las cuales eliminaron para imponer la suya. Piense, por ejemplo, en los indios de Norteamérica o en los maoríes de Oceanía. Y, sin embargo, en África y en otras zonas se encontraron con un pequeño problema: la Naturaleza misma se oponía a su expansión, a la expansión del hombre blanco. Éste apenas pudo establecerse en las costas y poco más: la selva, el desierto, el Sol, las enfermedades, era una barrera excesiva. Pero el hombre blanco siempre triunfa: si la selva, el desierto o las enfermades se nos oponen, eliminémoslas. Y en ello está.

El problema, tal y como yo lo veo, es global. Y el problema de África es que Europa quiere que África sea como Europa, mientras que África vivía muy feliz cuando Europa no conocía a África. Visto así, la solución al problema está clara, ¿no? El hombre blanco debe abandonar África. América y Asia ya no tienen arreglo, pero África debe volver a ser el África que fue. Suena duro, pero creo que es lo mejor. Costará unos años, hasta que mueran los últimos africanos con deseos de ser europeos, pero ¿qué son 50 años en nuestra Historia? Eso, por no mencionar lo que agradecería nuestro planeta que le dejáramos un continente en paz...

Bien. Llegados a este punto, uno se pregunta ¿no nos estamos pasando? 

Y, sin embargo, sólo estamos aplicando la lógica en la resolución del problema. Para empezar, intentamos formular cuál es el problema. Algunos opinan que nos dejemos de zarandajas, que el problema es que el hombre tiene hambre y necesita una limosna. Otros, que no tiene un trabajo digno; otros, que su país no le ofrece las oportunidades de bienestar que le ofrece el nuestro y él desea, y por lo tanto de eso se trata. Yo, tan duro como suena, sólo estoy tratando de poner en el tapete este último argumento: ¿de eso se trata? ¿Queremos nosotros, los blancos, imponerles a los negros nuestro modo de vida? ¿Acaso es que los negros quieren (querían, mejor dicho) que les repliquemos nuestro modo de vida? Piénselo. 

Si cree que sí, está bien, lo celebro, pero no estamos de acuerdo. Tiene usted la sartén por el mango y a casi todo el planeta de su lado, así que de momento, haremos las cosas a su manera. La batalla, por supuesto, la ganarán: el modo de vida blanco siempre triunfa. Pero sea consciente de que la particularidad del blanco es que siempre ha doblegado a la naturaleza a hacer lo que él quiere, siempre ha obtenido de ella lo que ha querido obtener. Reflexione y verá que es así. Y que existen fundadas razones para creer que esta vez no será así, simplemente porque la naturaleza está ya a punto de agotarse y los blancos ya no obtendremos de ella lo que queremos, empezando por las fuentes de energía y los minerales para nuestros productos. Al tiempo.

Pero si por un acaso creyera que no, que hemos de dejarles ser como son (eran)... entonces, ¿qué cree que estamos haciendo allí? Me dirá, posiblemente, que sólo tengo que viajar allí para comprobar cuán diferente es nuestra cultura de la suya. Ah, pero es que apenas hace 200 años que pusimos los pies allí en serio. ¿Cómo eran ellos, entonces? ¿No aprecia un deslizamiento hacia nosotros?

Es igual, no importa lo que yo diga. Importa lo que usted piense después de reflexionar. Reflexione, por favor; dedíqueles unos minutos al tema, creo que lo merece. No siga viviendo como hasta ahora, aceptando este hecho sin más como parte de su vida, como que el Sol sale por la mañana. Medítelo, discútalo con otras personas, no intentando imponer sus ideas a los otros, sino buscando entre todos qué es lo que realmente habría que hacer. 

Y luego, actúe en consecuencia.


Colofón

A menudo añado unas etiquetas en las entradas, utilidad que ofrece el editor de blog para localizar otras entradas que tengan la misma etiqueta. En este caso he añadido la etiqueta Daniel Quinn. Si le interesa conocer otras ideas mías tan transgresoras como ésta, a través de esta etiqueta encontrará algunas.

Si cree que soy un monstruo y que su deber es denunciarme a la Policía, por favor lea la más antigua entrada de este blog. En cualquier caso, si usted ha leído hasta aquí es porque usted ha querido.

Y, ya puestos, si la música que sonaba le recordaba a alguna película, sí y no. La pieza es "relativamente" antigua, 1931; lo que pasa es que creo que es bastante frecuente su utilización en películas.

Por último, el autor quiere manifestar que le parte el alma ver a personas pidiendo limosna. Y aunque piense que las limosnas no son la solución, sí opina que en muchas ocasiones el problema que se plantea es el Hoy; el Mañana, ése es otro problema.