jueves, 25 de octubre de 2012

De protoingenieros y de lenguas

Seguramente, los ingenieros navales presumen de ser la especialidad más antigua de la ingeniería. Y no les falta razón en España: en 1770 Carlos III crea el Cuerpo de Ingenieros de la Armada, en 1777 el de ingenieros de minas (por las minas de Almadén) y poco después la ingeniería de caminos, canales y puertos: básicamente, las necesidades que España tenía en el siglo XVIII de la ingeniería. Ya ven que a los industriales no nos necesitaron. Hasta 1854, creo (lo cual, de paso, explica muchas cosas; pero ésa es otra historia). Aunque tampoco esto es exacto, pues los ingenieros militares existían desde mucho antes - y especialmente desde que se generalizó la artillería-, y en 1711 Felipe V creó oficialmente el Cuerpo de Ingenieros (sin especialidad: se entiende que son militares y que saben de todo: fortificaciones, artillería, pólvora, buques de guerra, caminos y puentes,...).

No, digo que los ingenieros navales pueden presumir de ser los primeros porque podrían remontarse... a Noé. A fin de cuentas, construyó un arca de una capacidad fabulosa, ¿no? Caray, eso lo sabemos todos desde niños: Dios previene a Noé del diluvio y le ordena construir un arca, que Noé construye y bota. Por cierto que acierta a la primera, sin prototipos ni arcas beta ni fases de rodaje. Debía ser un superingeniero naval, el tío.

Pues yo no estoy de acuerdo. Consulto el pasaje en mi Biblia y leo: "Dios dijo a Noé: Por lo que a mí respecta, ha llegado el fin de toda criatura, pues por su culpa la tierra está llena de violencia; así que he pensado exterminarlos junto con la tierra. Fabrícate un arca de madera de ciprés. Haz compartimentos en el arca y calafatéala así: medirá ciento cincuenta metros de larga, veinticinco de ancha y quince de alta. Haz una claraboya a medio metro del remate, pon una puerta al costado del arca y haz una cubierta inferior, otra intermedia y otra superior" (Gen 6, 13-16).

A ver, la Biblia no recoge todo lo que se dice, sólo lo más importante. El resto hay que leerlo entre líneas, imaginarlo. Pero, vamos, lo tengo claro: el ingeniero era Dios, Noé sólo era el operario.

Así que, y ya que estamos con la Biblia, ¿cuál fue el primer ingeniero? La verdad es que no hace falta ir muy lejos, sólo dos hojas más allá:
"Al emigrar los hombres desde Oriente, encontraron una llanura en la tierra de Senaar y se establecieron allí. Se dijeron unos a otros: Vamos a preparar ladrillos y a cocerlos al fuego. Y emplearon ladrillos en vez de piedras, y alquitrán en vez de argamasa. Después dijeron: Vamos a construir una ciudad y una torre que alcance el cielo, para hacernos un nombre, no sea que nos dispersemos por la superficie de la tierra.
El Señor bajó a ver la ciudad y la torre que estaban construyendo los hombres" (Gen 11, 2-5).
Caray, está claro: los primeros ingenieros... ¡eran de estructuras!

El fragmento, por si no lo han reconocido, es el que narra la construcción de la Torre de Babel. Es un fragmento muy curioso, porque es muy corto (nueve versículos), y no parece relacionado con nada más de lo que se dice en el libro del Génesis: está intercalado entre la relación de los hijos de Noé (que tuvo tres, Sem, Cam y Jafet). Y tras la relación (porrón de nombres que no dicen nada, como Ofir, Yoctán, Arfacsad,...) ya se pasa directamente a la historia de Abrahán. Lo de la torre de Babel está ahí, semioculto en la lista de nombres, quizá para que el relator pudiera tomar aire.

¡Un momento! El pasaje, ya lo he dicho, consta de nueve versículos, y sólo he citado del segundo al quinto. ¿Qué más se dice, que merezca su inclusión en el Génesis?

El primer versículo, que había omitido, dice así:
"Toda la tierra hablaba una misma lengua con las mismas palabras" (Gen 6, 1).
Y los otros cuatro:
"Y el Señor dijo: Puesto que son un solo pueblo con una sola lengua y esto no es más que el comienzo de su actividad, ahora nada de lo que decidan hacer les resultará imposible. Bajemos, pues, y confundamos allí su lengua, de modo que ninguno entienda la lengua del prójimo.
El Señor los dispersó de allí por la superficie de la tierra y cesaron de construir la ciudad. Por eso se llama Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de toda la tierra, y desde allí los dispersó el Señor por la superficie de la tierra" (Gen 11, 6-9).
El Génesis es un libro extraño. Sus once primeros capítulos podemos catalogarlos de mitos (narraciones maravillosas situadas fuera del tiempo histórico y protagonizadas por personajes de carácter divino o heroico), y el resto del libro, que versa sobre Abrahán, Isaac, Jacob y José, de leyendas (relación de sucesos que tienen más de tradicionales o maravillosos que de históricos o verdaderos). Sin duda, es una colección de las historias que contarían los hebreos cuando el libro se fue confeccionando, a su vez bañadas por el obvio toque "contemporáneo" que juzgaran sus autores (de ahí, por ejemplo, la larga relación de descendientes de Noé hasta llegar a Abrahán). Y, aquí viene lo bueno, los mitos que se cuentan (y que algunos de ellos nos han llegado también de otras culturas, como el Diluvio Universal) no serían exclusivos de ellos; aun al contrario, se habrían aprendido de otros pueblos con los que se hubieran mezclado o al menos coincidido, en tiempo o en lugar. Y algunos de estos mitos, como éste de Babel, se tuvieron que meter con calzador dentro del hilo argumental del libro. La razón es fácil: para ellos eran importantes estas historias, hablaban de cosas que creían importante que se supieran. No hablan de cómo se descubrió el fuego o se inventó la rueda. No, hablan del hombre.

Porque un mito es algo más que una narración maravillosa. Es una narración que, además, aporta una explicación de algo y una enseñanza moral. Y en el caso de la Torre de Babel hay dos. Una, secundaria, nos dice que cuando los ingenieros (o, fuera ya bromas, los hombres) trabajan en equipo no hay nada que no puedan hacer. Que la falta de entendimiento provoca la desunión y la desunión el fracaso de los proyectos.

Y, claro está, la principal: la diversidad de lenguas es negativa. Una maldición, una fuente de desgracias, el origen de la desunión entre los hombres.

Hay personas que sostienen que la lengua es riqueza. Que cuando una lengua se extingue, la humanidad se empobrece. Y muestra de la riqueza de una lengua es su literatura. El Quijote, por ejemplo,  es parte de la riqueza del castellano. También se argumenta que gracias a la lengua se crean obras de arte, que forman parte de nuestro acervo.

Entonces, si en España no se hubiera hablado castellano sino francés, ¿Cervantes no habría escrito el Quijote? ¿Quevedo se habría hecho zapatero? Si en Inglaterra se hablara el castellano, ¿Shakespeare sería un folletinista del tres al cuarto? ¿Acaso un pintor crea su arte gracias a su idioma?

¿Cuál es la utilidad real de que existan innumerables lenguas? ¿Qué ocurriría si cada ser humano hablase su única, individual y unipersonal lengua? ¿Seríamos entonces una humanidad riquísima? ¿No es cierto que en las sociedades que han progresado hablaban todos una misma lengua?

No veo la ventaja de que existan siete mil maneras distintas de decir "agua". No capto el aspecto positivo; no creo que nos haga más ricos. Las lenguas nos empobrecen. Y cuando muere el último hablante de una extraña lengua que ya sólo hablaba él (cosa que, si creemos lo que llegan a decir las típicas "Plataforma por la Lengua", ocurre cada cuarenta minutos o así), yo no pienso que perdemos una riqueza colectiva; al contrario, pienso que por fin nos liberamos de una manera más de no entendernos los unos con los otros.

Ya sé que esto que digo es políticamente incorrecto y que en el escalafón de lo intolerable va sólo después de la atrocidad "yo voto al PP", pero es lo que pienso, éste es mi blog y lo escribo. Por cierto: puede estar usted en desacuerdo, e incluso intentar sacarme de mi error; pero, oiga, si lo que le sulfura es que lo piense, deje de leer y búsquese otra página. No necesito un comentario insultante que además no leeré.

Porque ¿saben,? hubo un tiempo en que la gente pensaba que la profusión de lenguas era una maldición de los dioses. Y así lo recogieron los hebreos en el libro del Génesis.