martes, 25 de octubre de 2011

La ciudadela de Cronin y los ingenieros


“Doctor, doctor, no sé lo que me pasa, estoy muy malito, me duele la cabeza, la garganta, el estómago, tengo espasmos, babeo, picores por todo el cuerpo, vértigo, se me han hinchado las manos, un fuerte dolor aquí…” “No se preocupe, súbase la camisa, respire con la boca abierta, saque la lengua, diga aaahhh… Ajá, muy bien, tiene usted una orejonitis de caballo, tómese una de éstas desayuno comida y cena durante cuatro días y estará como nuevo”. “¡Oh, doctor, es usted el súmmum de la sabiduría!, dígame qué le debo, lo que pida, ¿una de mis hijas, tal vez?”
Por lo general, uno sólo va al médico cuando se encuentra mal y no sabe qué más hacer, necesita ayuda; no lo aguanta más. Y claro, se produce una escena más o menos como la anterior.
Lo mismo pasa con los abogados, los fontaneros, los electricistas, los mecánicos,… Antes de llamarlos seguro que hemos intentado resolver el problema nosotros mismos, y sólo cuando reconocemos nuestra incompetencia acudimos al profesional. Para nosotros, ese hombre es dios.
Desafortunadamente, a los ingenieros no nos ocurre igual, y menos aún si somos de estructuras. Los calculistas resolvemos problemas, pero nuestros clientes no intentan resolverlo por sí solos, directamente piensan “eso es cosa del ingeniero, ya lo resolverá él. Y será azul y con una guirnalda en la cara superior”.
Y, claro, nos pasa lo que nos pasa.
Por ejemplo, esta mañana estaba trabajando en un proyecto de un rack de instalaciones. Y la cosa funciona más o menos así:
En una fábrica hay un montón de conducciones: fluidos, gases, líquidos, sólidos, cables eléctricos, señales, aire comprimido, aguas de todas las temperaturas y colores,…  Estas tuberías y cables van de un sitio a otro, pero no vuelan. Se han de soportar en una estrcuctura, que denominamos rack. Un rack típico sería este:

A la gente de la fábrica, por supuesto, les importa un bledo cómo se soportan estos tubos. Eso es cosa nuestra. Ellos sólo necesitan llevarlos del edificio A al edificio B que está tres edificios más allá. Hay que llevarlos por encima de la cubierta, porque no se puede entrar en los edificios existentes y además no hay sitio, hay que salvar un par de calles, se quiere ya de paso conectar con otros que están cerca de ahí…
En el caso concreto que describo, el proyecto en sí ya se hizo. Dos veces, porque una vez entregada la primera al cliente se le ocurrió que, ya puestos, podría hacerse de triple capacidad, y ¡no voy a decirle que no!
Resuelto y ya fabricándose, el topógrafo de la constructora que hace un edificio al que dará servicio mi rack me envía, entre otras, esta foto:

En la que veo que, por encima de uno de los edificios que tendremos que saltar, hay ya conducciones que por supuesto no se pueden tocar y que sin embargo chocan con lo que yo voy a montar.
Tras unas horas de análisis, de comprobaciones y de elucubrar posibles soluciones con sus pros y sus contras, creo que ya sé cómo resolver este problema, pendiente eso sí de que alguien se suba a esa cubierta de chapa, con las medidas de seguridad que se puedan adoptar, y tome unas medidas que necesito (que la perfilería del rack se diseña al milímetro).
Bueno, pues a lo que iba. Tendré que explicar porqué cambio el proyecto; no pasa nada. Explicaré en qué consistía el problema y cómo lo he resuelto.  Y ¡oh cielos, miseria de nuestra profesión! La cosa sonará tan fácil… ¿cómo convencerle de las horas que me ha llevado?
Y así es todo, siempre. Me traen problemas, y tras mucho trabajarlos digo la solución más sencilla de ejecutar. Impepinablemente, el cliente piensa que “en el fondo el trabajo era una tontada y que sin duda él mismo podría haberlo resuelto si hubiera tenido un poquito de tiempo. ¿Merece una cosa tan fácil unos honorarios tan escandalosos? ¡Le estoy atracando!”.
Únicamente cuando, sin saberlo el cliente, he optado por todo lo contrario y montar un zafarrancho por un problema facilísimo he recibido algo de admiración: “¡Qué tío, menuda solución ha tenido que diseñar!”.
Eso sí, ningún cliente me ha ofrecido jamás su hija en pago.