lunes, 27 de febrero de 2012

Ishmael

Ya les conté quién era Daniel Quinn y el premio que ganó con su obra Ishmael. Imagino que a nadie le habrá interesado un pepino, porque aparte de que no hubo un solo comentario, tampoco hubo quien me preguntara cómo leer esta obra. 

Pero bueno, son cosas que ya estoy acostumbrado: ustedes se lo pierden y yo, a lo mío. Que hoy es glosar sobre Ishmael.

El punto de partida de la obra es que en un periódico se publica un anuncio que dice:
Maestro busca alumno. Ha de tener verdadero deseo de salvar el mundo. Presentarse personalmente.
Ya dije que el libro ganó un concurso en el que debían presentarse soluciones positivas a los problemas globales. Total, que el protagonista se presenta y encuentra a un maestro que quiere enseñarle. Resulta que el maestro es un experto en jaulas, en la cautividad. Y sabe que la mejor jaula es aquella en la que el prisionero no ve los barrotes y ni siquiera sabe que está. Si no sabe que está preso, no intenta escaparse.

¿Qué tiene esto que ver con salvar el mundo?

Primero: La humanidad está poco a poco destruyendo el mundo. Esto no hace falta explicarlo: destruimos el medio ambiente, la capa de ozono, los casquetes polares, los glaciares del Pirineo (y los demás glaciares), los desiertos que avanzan imparables, miles y miles de especies que se están extinguiendo por la acción humana, caladeros esquilmados, el Mediterráneo sin atún rojo ni anchoas, cada vez menos pájaros en nuestros campos, el Mar Muerto casi seco, el Mar de Aral ya seco, acuíferos esquilmados, la Amazonia menguando,... la lista es inacabable. Es un hecho, pues, que nos estamos cargando este planeta.

Segundo: ¿Por qué no detenemos este proceso? Pues porque no sabemos cómo hacerlo, realmente. ¿Y eso?

Tercero: Porque somos cautivos de un sistema de civilización que nos obliga, más o menos, a seguir destruyendo el mundo para vivir. ¿Se nos acaba el petróleo? A explotar más yacimientos. Los países selváticos necesitan destruir la selva, porque son sus recursos para crecer. Cada vez hay más población, más demanda de pescado, más demanda de agricultura, más demanda de dientes de tigre (en China), más demanda de coltán para nuestros móviles y más recursos mineros, más urbanizaciones en la costa, en la montaña y en el centro del pantano de Búbal, más autopistas, más líneas de Muy Alta Tensión, más coches circulando, más, más, más... ¿sigo?

Poco a poco, leyendo el libro uno descubre que nuestra civilización es una anomalía temporal. Cuando una especie aparece sobre la Tierra, o se adapta o se extingue rápidamente. En esto, hasta ahora, la Naturaleza es sabia y funciona así. Pues bien, nosotros no lo sabemos, pero el hombre, en su configuración actual, no está sabiendo adaptarse al mundo y se va a extinguir. Llevándose, eso sí, medio planeta por delante.

El caso es que esto no ha ocurrido siempre. El formato "Hombre" lleva por ahí más o menos un millón de años. Hasta hace unos diez mil, evolucionó de manera "natural", adaptándose al medio. Y no le debió de ir mal, porque se extendió por los cinco continentes y sobrevivió a las glaciaciones. Sin embargo, hará unos diez mil años pasó algo que cambió al Hombre. Y no a todos, una parte siguió el camino natural. A éstos los conocemos como "los salvajes": los bosquimanos y los hotentotes, los africanos hasta hace poco más de cien años, los maoríes, los esquimales, los indios del amazonas o los ya extinguidos indios de Norteamérica. Pero, como digo (como dice Quinn), un grupo evolucionó y desarrolló la civilización actual. A éstos Quinn los llamará "Los Tomadores", y a los salvajes, "Los Dejadores". Yo, permítanmelo, llamaré a los primeros "los del Dinero" y a los segundos, "Los salvajes". Quinn no menciona el dinero en su libro, pero yo no tengo tanto espacio y prefiero decirlo así, porque pienso que me comprenderán mejor.

Sí, porque si se fijan, en estos momentos la civilización "occidental" es la única civilización; el que no esté integrado es un ser "incivilizado". Y una característica de nuestra civilización es el dinero. Que mueve montañas, aquí, en China, en Australia, en Tanzania, en Perú y en Yemen. En todos los países, el rico y poderoso manda y el pobre obedece. Hablamos idiomas distintos, comemos comidas distintas y tenemos leyes y valores diferentes, pero... nos entendemos todos. Somos todos una misma civilización, que además es "la nuestra". Amalgamada a través de los siglos por los contactos entre todos los que vivimos en el Viejo Mundo, en realidad. Pero es una sola. Y la tenemos todos tan dentro de nuestra cabeza que no concebimos que ser un incivilizado, un "salvaje", sea lo correcto. No, de ninguna manera, y así hemos obrado a lo largo de los milenios. El hombre civilizado siempre ha llevado la civilización a los salvajes, y éstos debían aceptarla e integrase o morir. Porque es lo correcto y punto pelota. Es la trampa que nos tiende nuestra Cultura: está tan imbricada en nosotros mismos la idea de que nuestro modo de vida es el bueno y el de los salvajes es el malo, que no vemos la prisión en la que nos hemos encerrado. Como pasaba en Planolandia, ¿recuerdan?

Pero no es el dinero lo que caracteriza a nuestra civilización, no. Es otra cosa. Es una actitud, es la actitud de querer sobrevivir.

Cualquier otra comunidad de seres vivos se autorregula. Una población de leones, si tiene mucha caza, crece. Si crece mucho, la caza baja. Entonces la población de leones mengua. Al menguar la caza vuelve a ser abundante. Globalmente, está en equilibrio. Los pueblos "salvajes" nunca se extinguieron (de manera natural) y nunca crecieron de manera desorbitada. Tuvieron buenos años y malos años, pero en su conjunto estaban en equilibrio con la naturaleza. Quemaban selvas para conseguir claros, pero nunca acabaron (¡ni de lejos!) con la selva. Ni con los bisontes, ni con los peces.

Pero un pueblo civilizado no funciona así. Un pueblo pastorea y labra lo que necesita. Si le va bien, su población sube y necesita más alimentos. Entonces rotura los bosques vecinos para tener más tierra cultivable y lleva los ganados más allá. Construye presas para regular los ríos y los riegos y balsas para asegurar su agua de boca. Lo que sea para que no muera nadie, para que su población no disminuya. Consigue aumentar su producción. Y si le va bien y aumenta su producción más de lo que necesita, ¿para de producir? No, genera excedentes y mercadea con ellos; con el producto de su comercio adquiere nuevos bienes que no tenía, ahora ya bienes de lujo, mejores paños, mejores metales, mejores armas o lo que sea. Y ahora tiene otra razón para aumentar su producción. Porque su población ha aumentado y quiere más bienes de los que da su entorno. Y si su entorno no basta, buscará nuevos entornos. Es una civilización que quiere más, siempre más. Es una civilización que no para de crecer, en población, en producción, en calidad, en todo. Es, somos, una civilización que no está en equilibrio con el planeta.

Así que, de acuerdo con una premisa inmemorial que lleva cumpliéndose desde que apareció la vida, al no tener un equilibrio con la Naturaleza nos hemos de extinguir.

¿Saben qué pasó hace diez mil años y que cambió al Hombre? Una pista: no cambió a los bosquimanos ni a los pigmeos, a los jíbaros o a los esquimales. Por lo tanto, debe ser algo que nosotros hacemos y ellos no. Piensen. Y fíjense que no es el nomadismo, porque ni los esquimales ni muchos de los pueblos salvajes son nómadas.

Una pista. La civilización nació en el Creciente Fértil, lo que es Mesopotamia, Siria, Israel y el valle del Nilo.

Otra pista: hay un libro que cuenta leyendas antiguas de un pueblo muy antiguo. A menudo me he referido a él y les he dicho que dichas leyendas hay que aprender a leerlas. La Biblia. Y no, no es la escritura.

Piénsenlo; mañana sigo.